30 de octubre de 2014

RELATO- DOLOR EN EL ALMA.


CAPITULO 6- DOLOR EN EL ALMA


Aquella noche se hizo eterna. María fue incapaz de dormir ni un instante. Sus pensamientos eran negros y profundos como aquella misma noche, sentía que había sido presa de una gran pesadumbre, y que esta la arrastraba hacia el más profundo de los abismos.

La sensación de angustia que yacía junto a ella, la mantenía excitada, inquieta, desazonada. Presa de la zozobra, se levantó de su lecho, frio y vacío de amor,  y paseo por la alcoba con sus recuerdos a flor de piel, suspirando por el destino y la fortuna de Gonzalo, no podía dejar de pensar en él. Sin darse cuenta, sus pasos le habían conducido frente al ropero, y se encontraba acariciando una de las camisas de Gonzalo que junto con su ropa, continuaban colgadas en su interior.

Su olor, todavía permanecía en aquellas prendas, y María cogió con mimo, una de ellas y se la acercó con delicadeza a su cuerpo, abrazándola con evocación. Las lágrimas no cesaban de brotaban de sus atormentados ojos, sin remedio, deslizándose por sus mejillas a placer y cayendo en el vacío, un vacío, como el que sentía ella, en aquellos instantes. María sentía en su interior que algo había sucedido, que algo terrible estaba sucediendo en aquel instante.  Caminó con la prenda pegada a su cuerpo y se echó sobre su lecho, llorando sin encontrar consuelo, y sin poder zafarse de aquella capa de abatimiento que cubría todo su ser.

Y así permaneció toda la noche, aferrada al recuerdo de Gonzalo, respirando su aroma, y sintiendo como su vida se desvanecía con la noche y con miedo, a lo que el nuevo amanecer le tenía reservado. Necesitaba saber de él, pero lo que no sabía, era, que aquellas nuevas que le llegarían con el alba, jamás las hubiera querido conocer.


El Infanta Beatriz, zozobraba perdido en la inmensa negrura del océano. Apenas se escuchaban aquellos gritos, apenas se divisaba ninguna luz. En aquel momento, Martín sintió como el suelo se hundía bajo sus pies, y como el agua le engullía cubriéndolo por completo, y como en tan solo unos instantes, todo su alrededor, se perdía frente a él. 

Minutos antes, había podido llegar a su camarote, al entrar en él, buscó con premura sus más preciadas pertenencias, las cartas de Pilar, la bolsa de dinero, alguna que otra documentación, y lo introdujo en su mochila, cargándosela sobre sus espaldas y saliendo inmediatamente del camarote, sin pensar que aunque salvara aquellas posesiones poco podría aprovechar de ellas, en caso de salvar su vida, pero el instinto humano le hizo reaccionar así. Al salir al pasadizo, el agua había subido de nivel, apenas podía caminar, el agua le llegaba a las caderas, y entonces la ansiedad que ya habitaba en él, se aceleró de tal forma que su respiración se tornó más agitada, la sangre le corría a borbotones, y el corazón le latía a la velocidad e la luz, sabía que tenía que subir lo antes posible, que tenía que llegar a cubierta. Martín temía, que de tardar mucho más, no podría abrir las puertas que encontrara a su paso, y no pudiera llegar a salir al exterior.

En el transcurso de los escasos metros que le separaban de la escalera de subida, encontró a su paso, algún marinero que alentaba a los posible pasajeros que quedaran a su alrededor.

—Señor —se dirigió a él—suba rápidamente a cubierta. El Infanta Beatriz ha sufrido muchos daños y nos tememos lo peor. Todavía quedan algunos botes para poder salir de aquí.

Martín sin mediar palabra asintió, y siguió su camino, sabía que aquel marinero tenía razón, debía salir de allí. Corrió todo lo que le daban sus piernas, que cubiertas de agua hasta su cintura, no le dejaban caminar al ritmo que se proponía. Al pasar frente a un camarote, escuchó el llanto de una mujer. Sin pensarlo dos veces, Martín paró en seco, y con su condición innata de ayuda hacia los demás, guió sus ojos hacia el lugar de donde provenía el llanto. Y allí encontró a una muchacha arrinconada en una esquina de su camarote, aferrada a una columna llorando sin cesar. Martín no pudo continuar su camino, y preocupado por el futuro de la muchacha se dirigió hacia la estancia. Una explosión volvió a sacudir la nave, y Martín perdió pie, chocando su cuerpo bruscamente, contra la puerta de aquel departamento, que por suerte, permanecía abierta.

—Eh! Muchacha, mírame!—la llamó con voz templada, intentando disimular la angustia que sentía en aquellos momentos.

La muchacha alzó su mirada repleta de lágrimas. Martín tendió su mano, ofreciéndosela para que se sujetara a él, y ayudarla a salir de allí.

—Oye, mira, ven, dame la mano, y salgamos de aquí. Vamos!

Los ojos azules como el cielo de aquella joven, encontraron los de Martín que sujetándose en el quicio de la puerta suplicaba que le acompañara.

La muchacha sonrió con tristeza, sabía que de nada serviría salir de allí, pero se armó de valor y caminó hacia Martín hasta que pudo sujetar su mano.

—Gracias.—dijo temorosa.

—Venga, ya me las darás si salimos de esta. ¿Estás sola?—preguntó

—No, viajo con mi padre, pero no se nada de él, yo bajé a recostarme, ya que me sentí algo mareada con el oleaje, y él me dijo que no sucedía nada, que estuviera tranquila, y...—La muchacha se echó a llorar. Martín, con su mano aferrada a la suya le dijo.

—Tranquila, saldremos de esta... ¿Cómo te llamas?—intentando animar a la muchacha.

—Me llamo Sol.

—Pues mucho gusto Sol, yo soy Martín, Martín Castro, y ahora dejémonos de formalismos y ya que estás más calmada, salgamos de aquí.. Sujétame con fuerza y no me sueltes, pase lo que pase. De acuerdo.

—Sí, de acuerdo—dijo la muchacha con voz queda, y se dirigieron hacia las escaleras. La escasa distancia que les separaba de la gran escalinata, se hizo eterna, ambos luchaban contra corriente y de vez en cuando tenían que parar por el movimiento brusco del navío. Ya no quedaba nadie en aquel nivel.

 Por fin llegaron a las escaleras que le conducirían al piso superior, y empezaron a subir rápidamente, hasta que salieron de aquel mar, que se había formado en los niveles inferiores del Infanta Beatriz. 





Cuando por fin llegaron al salón, la imagen fue desoladora, donde minutos antes había estado repleto de pasajeros disfrutado de la travesía y amenizados por la orquesta, ahora estaba devastado por el fuerte viento que se filtraba por todas las rendijas del buque, sintieron como la fuerza del viento azotaba la embarcación, y un crujido sordo y penetrante fue el preámbulo de lo momentos después iba a suceder. 

De pronto los cristales de los grandes ventanales del salón saltaron por los aires, llegando con la fuerza de un huracán sobre ellos, en el mismo instante que Martín tiró de Sol hacia el suelo y se refugiaron tras una de las mesas de aquel salón.  El barco viró hacia un lado, y volvió con la misma virulencia hacia el otro, haciendo que los cuerpos de los dos, se deslizaron por aquel suelo, plagado de cristales, vasijas y platos rotos.  De pronto, y en medio de aquel baile salvaje, se dieron cuenta de que el Infanta Beatriz se había partido en dos, quedando a merced de aquel arrollador vendaval, e indefensos ante el inmenso y enfurecido mar.

Martín cerró sus ojos comprendiendo que aquello era el final. Sol, le miró de soslayo, y al ver como Martín rezaba, hizo lo propio no sin antes, sujetarse a él lo más fuerte que le daban sus brazos. Martín sintió el abrazo de la muchacha, y la miró, sonriéndole para insuflarle ánimos, e implorando al mismo Dios que no les abandonara, y que de ser así, que cuidara de María y de su hija que las protegiera de todo mal. Y una gran ola se los llevó hacia las profundidades del océano.





María, recibió la mañana llorando con desesperación, no sabía qué hacer, esa sensación de impotencia, el no saber de Gonzalo, la tenía en vilo.  La luz de aquel triste amanecer apareció radiante, regalando calidez a su paso. Lentamente, como celebrando una dulce melodía, fue iluminando poco a poco cada rincón de su alcoba, llenando de luz, la oscuridad en la que se había sumergido toda la noche, y de la que seguía presa.

Los golpes suaves contra la puerta de su alcoba rompieron su llanto.

—¿Se puede?

María, se incorporó y se limpió sus lágrimas, hablando con disimulo.

—Pase abuela, pase.

—¿Has pasado buena noche hija? ¿La niña te ha dejado descansar?—preguntó mientras se aproximaba a su cuna.

—Si abuela, dijo mordiendo su melancolía.

—Pues anda, ve a tomar el desayuno, yo ya lo he hecho y me quedaré al cuidado de Esperanza. ¿Quieres?

María miró a su abuela, y aunque tenía unas ganas locas de echarse en su regazo y llorar junto a ella, como cuando era niña, se armó de valor y salió de la habitación. Necesitaba estar cerca del salón por si sonaba el teléfono y escuchaba tras los hilos la voz de su amor. La voz de Gonzalo.

—Gracias abuela.

Rosario, que sabía perfectamente que María había estado llorando toda la noche, en cuanto salió de la alcoba,  cerró los ojos rezando que todo aquel presentimiento que inundaba el Jaral, fuera tan solo eso, un presentimiento y que desaparecería con la llegada de aquel radiante y nuevo ida.


Aurora, estaba almorzando en el salón del Jaral, ensimismada en sus pensamientos, con los problemas cotidianos, con la casa de aguas, con la discusión que tuvo con Conrado, y con la pena que sentía por no poder compartir sus almuerzos y sus charlas con su hermano, el que le daba la templanza que ahora le faltaba, cuando de pronto entró Candela como una exhalación.

—Aurora hija.

—¿Candela, que le ocurre? ¿Porque tiene esa cara? ¿Le ha pasado algo?

Con la cara blanca como la cera, se dirigió a Aurora con lágrimas en sus ojos y un enorme temblor en su voz.


Candela se echó a llorar, mostrando lo que traía asido en su mano. Aurora, rápidamente se incorporó de la mesa alargando su mano hasta coger el periódico que traía la confitera. En un instante a Aurora le cambió el color de su rostro, y lo tornó blanco como el papel. Mirando al infinito tras leer aquellas letras dijo con un suspiro.

—¡Dios mío. No puede ser! Martín.

En aquel preciso momento, María entraba en la estancia, y sorprendió a las dos mujeres presas de aquel angustioso momento.

—¿Que le ocurre Candela, porque llora? — se precipitó María sobre la mujer. Esta no pudo mediar palabra y miró de soslayo a Aurora, que rígida como una estaca, sostenía entre sus manos el diario matutino. María se acercó a su prima y vio que estaba pálida, desencajada, y en silencio los ojos de Aurora, se tornaron melancólicos, y sumidos en un gran dolor.

—¿Aurora, que pasa? ¿Qué os pasa? Me estáis asustando. ¿Porque has nombrado a tu hermano? ¿Le ha pasado algo a Gonzalo?. Por favor, Aurora, respóndeme—le increpó zarandeándola.

Aurora y Candela se miraron en silencio. María buscaba el motivo de aquel terrible sentimiento que las embargaba, y fue entonces cuando descubrió que Aurora llevaba en sus manos aquel periódico. La muchacha, sin poder articular palabra, le tendió su lánguida mano, para que María leyera la terrible noticia, que venía en él.

Ella, temblorosa y con el temor a flor de piel, agarró el boletín y sus ojos buscaron rápidamente la noticia, pero no tuvieron que buscar mucho, inmediatamente captaron el terrible suceso que salía en primera plana.




Una nueva tragedia en el Atlántico. El Infanta Beatriz ha sido víctima de un huracán, sufriendo un aparatoso incendio, partiendo el trasatlántico en dos. Aunque todavía es muy pronto para ofrecer más datos, de momento, no se han encontrado supervivientes.

Aquella noticia había clavado la guadaña de la parca en sus entrañas. Rajándola por completo y destrozando todo resquicio de luz y esperanza que intentaba renacer en su corazón. María no pudo contener el dolor que sintió en su alma, y su voz escapó por su pecho hasta estallar contra el mismísimo cielo.

Un grito desgarrador, resonó por todos los rincones de Puente Viejo, mientras su cuerpo caía desplomado como una muñeca de trapo, sobre el frio suelo del Jaral.

—Gonzalo!!!! Dios mío. No!!!!!!Mi amor!!!!


continuará...

A más ver.









No hay comentarios:

Publicar un comentario

Espero vuestros comentarios!! No os vayáis si comentar!! Gracias ♥

LIBRO INTERACTIVO - APLICACIÓN MOVIL

LIBRO INTERACTIVO - APLICACIÓN MOVIL
Un libro dónde tu eliges el destino de su protagonista. AYÚDAME A DIFUNDIRLO- Descárgatelo- es GRATIS.y no te olvides de comentar y valorar!

Y TÚ, QUE OPINAS?

Contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *