AR- MI DESTINO ERES TÚ (3)



CAP 43 – UNA NOCHE ESTRELLADA


La noche  cubría con su manto de estrellas la ciudad de Toledo. Lope caminaba junto a Margarita intentando indagar sobre su vida y la amistad que tanto Gonzalo como ella les unía a Cristobal. Margarita arrebujada en su toquilla, contestaba turbada a las preguntas que Lope le iba formulando. Sentía miedo, en su interior intuía que Lope la había reconocido, pero por otro lado, tal como había dicho Catalina, era casi imposible porque ella iba cubierta por la capa.

Tras unos minutos de intranquilidad y nerviosismo llegaron a la plaza del pozo,  a la dirección que les había dicho Cristobal, por fin estaban frente a la casa de la familia de Adela.

—Ya hemos llegado Margarita—dijo Lope deteniéndose frente a la puerta.

Ella, le miró y sonrió. Era la primera vez durante el trayecto que había cruzado sus ojos con los de aquel apuesto hombre. Sintió la mirada de Lope fija en sus ojos y de nuevo la sospecha se posó en ella.

—Voy a llamar—dijo evitando su mirada. Asió la aldaba y golpeó con energía.

Tras unos instantes que le parecieron eternos, una mujer de avanzada edad abrió la puerta.

—Buenas noches buena mujer. ¿Vive aquí Adela Romero?—preguntó Margarita.

—Sí, pero está descansando. Es mi sobrina, mañana contrae nupcias y debe descansar ¿quien la busca?

Margarita sin poder esconder su alegría dijo.

—Soy Margarita Hernando, su madrina de boda. ¿Podría verla?

La mujer la miró y miró a Lope.

—¿Y él es tu esposo?

Margarita contestó rápidamente.

—No, el es un amigo de Cristóbal que se ha ofrecido muy amablemente a acompañarme ya que yo no soy de la villa y no conozco Toledo.

Lope la miró sin decir nada. Esta vez Margarita había sido más rápida y se había adelantado a contestar.

Unos segundos después de observarlos de arriba abajo, la mujer abriendo la puerta dijo.

—Adelante, pasad.

Les llevó a la cocina donde esperaron a que Adela apareciera, pocos segundos después la muchacha estaba abrazando a Margarita llorando de la emoción.

—¡¡No me lo puedo creer!!—decía Adela— Cristobal me dijo que no podías venir y que había avisado Catalina para que fuera mi madrina.

—Pues ya ves. Aquí estoy.

—Seguro que ha sido una sorpresa que ha querido darme, y bien sabe Dios que me la ha dado— rió emocionada.

—Margarita, tenemos muchas cosas de que habla.

—Pues, aquí me tienes.

Margarita estuvo charlando con Adela, recordando tiempos pasados, mientras sentía aquella mirada fija que le lanzaba Lope y que llegaba a perturbarla. De vez en cuando, Margarita le miraba y le sonreía. Él, sentado en un rincón de la estancia, permanecía en silencio dejándolas hacer. Llevaban mucho tiempo charlando cuando la anciana entró en la cocina.

—Adela, hija. Me alegra que estés tan contenta y emocionada por la visita de esta joven. Pero ahora ya tienes que descansar.

—Pero tía. Es que…

—Adela,tiene razón tu tía—interrumpió Margarita—No quisiera que por mi culpa mañana estuvieras cansada y con mala cara. Es un día muy especial, así que debes obedecer.

—Sí, ya sé que tengo que descansar. Pero con la alegría de saber que estás aquí….—Adela volvió a abrazar a Margarita. Al separarse de ella continuó— Se me ha hecho corto el tiempo que hemos permanecido hablando.

—No te preocupes ahora que nos hemos vuelto a encontrar, te prometo que estaremos en contacto. Pero ahora me tengo que ir ya Adela. Yo también estoy cansada, hemos recorrido mucho hasta llegar a Toledo.

—Está bien, tienes razón pero…Margarita, antes de marcharte necesito saber algo.

—Pregunta lo que quieras.

Adela se puso frente a ella, y le hablo bajito.

—¿Que fue lo que pasó tras irte a Sevilla? ¿Por qué no me escribiste? Yo te hubiera ayudado, siempre creí en ti, pero nunca supe nada más. Todos te perdimos la pista. En tu casa no me daban razón. Nadie hablaba de ti, eras tabú. Hasta que volvió Gonzalo y al poco tiempo tu hermana me invitó a…—hubo un silencio. Adela miró a Margarita, ella permanecía en silencio. La muchacha descubrió en los grandes ojos de su amiga el brillo de las lágrimas que retenía con todas sus fuerzas para que no pudieran escapar.

Lope, continuaba alejado de ellas, dejando intimidad entre las jóvenes pero sin dejar de contemplar ni un instante a Margarita.

—¿Todavía le amas como antaño?—le preguntó Adela pesarosa.

Margarita no dijo nada. Miró de soslayo a Lope.

—Adela, ahora no es el momento de hablar de eso, ya tendremos tiempo de hablar en otra ocasión—y volvió a posar su mirada en el rostro de su vieja amiga. Llenándose de coraje arrancó aquella melancolía que había vuelto a su corazón, suspiró profundamente y cambiando su semblante por uno risueño, dijo— mañana tienes que estar radiante y si hablamos de cosas tristes no lo estarás— sujetó dulcemente el mentón  de su amiga y elevando su rostro hasta tenerla frente a ella, le dijo mirando sus castaños ojos—Adela, te has convertido en una mujer preciosa y mañana serás la novia más maravillosa de Toledo.

—Eso mismo es lo que yo te decía a ti. ¿Recuerdas? Que serías la novia más bonita del mundo.

Margarita sonrió taciturna.

—Éramos unas niñas. No teníamos ni idea de lo que el destino nos depararía.

Lope, se incorporó y se dirigió a ellas.

—Bueno, pues creo que ya nos debemos ir.

—Si—dijo Margarita mirando a  su amiga—Lope tiene razón. Nos vemos mañana. Recuerda que tienes que estar radiante, yo vendré con Cata por la mañana para ayudarte a vestirte. Ya verás te dejaremos como una reina.

Las dos amigas sonrieron y tras un largo abrazo Margarita y Lope salieron  para la posada.



Era muy entrada la noche cuando Margarita y Lope llegaron a la hospedería de Cristobal. Reían alegremente. Él había roto aquella tensión que habían mantenido a la ida, con una conversación vana y divertida. Lope, que era un hombre de mundo, se había percatado de la tristeza que se había reflejado en el rostro de Margarita tras la conversación con Adela y optó por alegrar durante un buen rato la vida de aquella hermosa mujer que tanto le atraía. Le explicó anécdotas que en sus viajes había experimentado, como conoció a los que ahora eran sus amigos, y como cada uno de ellos había tomado diferentes caminos para de nuevo volverse a encontrar.

Margarita al comprobar que Lope no la había reconocido se sintió más tranquila.

Al llegar a la posada entraron sigilosos, la escasa luz de las velas que había dejado Cristobal  en la cantina, iluminaba vaporosamente la estancia. Todo permanecía en silencio. Margarita sintió un escalofrío al encontrarse junto a Lope en aquella penumbra.

—Bueno pues yo me voy a descansar—dijo nerviosa dirigiéndose hacia las escaleras que la llevaban hacia la habitación.

En aquel momento, Lope se detuvo y sujetó a Margarita por el brazo haciendo que ella le prestara atención.

—¿Qué ocurre?—preguntó temblorosa.

Él, la miró. La flotante y tenue luz se posó en su profunda mirada. Margarita dio un paso atrás, pero inmediatamente su  espalda topó con la fría pared de piedra de aquella cantina. Lope, dio un paso al frente y puso sus dos manos junto al rizado cabello de la mujer apresándola en su interior. Su rostro se acercó atrevidamente al de ella, y con un susurro lleno de intención preguntó.

— Margarita. Hace unos días, la pasada noche de luna llena ¿deambulabas por el bosque cerca de la villa donde vives?

Ella nerviosa comprendió que la había descubierto, y no supo que contestar. 

—No, no suelo deambular por los bosques en luna llena. ¿Porque me lo preguntas? Y por favor ¿puedes apartarte un poco? No hace falta que estés encima para preguntar—dijo con simulada seguridad sin mover un ápice de su cuerpo. 

Lope se rió. Hundió su rostro entre el pelo de la costurera y respiró profundamente. Margarita sentía miedo, que tonta había sido al pensar que Lope no la había reconocido. En aquel momento, deseaba que llegara el héroe en su ayuda, pero sabía que el héroe aquella vez no acudiría, pues ni estaba en la villa donde se encontraba su guarida protegiendo su traje, ni estaba despierto para saber lo que estaba ocurriendo. Lope continuó.

—Te he reconocido en cuanto he visto tus ojos—dijo sujetando un mechón de pelo entre sus manos.
Margarita respiró nerviosa—No sé de qué me estás hablando—e hizo intención de escabullirse y correr  hacia su alcoba. Pero Lope la detuvo sujetándola del brazo.

—Margarita, se que tú me hiciste el corte de la mano y que me robaste el caballo. Tienes idea de cuánto vale un ejemplar como aquel. Por no hablar del dolor que todavía siento en mi mano. —Lope continuó con su relato—Si me hubieras pedido ayuda, yo con mucho gusto te hubiera ayudado. Pero me atacaste y robaste mi caballo. ¿Lo recuerdas?

—No sé lo que me dices. Déjame  por favor—dijo nerviosa.

—Está bien niégalo si quieres. Tan solo quería que lo supieras, porque tú también me has reconocido en cuanto me has visto.

Ella le miró sin decir nada.

—Eres tan hermosa Margarita. Gonzalo se quedó corto cuando habló de tu hermosura.

—Por favor, puedes dejar que me vaya.

—Si pudiera saborear tus labios, si sintiera el contacto de tu lengua con la mía. Quizá entonces…—Lope, buscaba entre las faldas de Margarita el contacto de su piel. Deseaba poder acariciar sus piernas.

—Suéltame por favor—Margarita luchaba entre los brazos de Lope.

De pronto, Lope  escuchó una voz tras de sí.

—Es que no entiendes lo que te dice. ¡¡Suéltala!!


Sorprendido, se giró para ver quien había tras él. En ese preciso momento se encontró con el poderoso puño de un enmascarado que impactó sobre su mandíbula desequilibrando su cuerpo desplomándose sobre el suelo.

Margarita le miró con asombro.

—¡¡Águila!!

Él la cogió de la mano y la apartó de aquel lugar. Para después volver a dar un golpe certero que dejó inconsciente a Lope, para después arrastrarlo hacia un rincón de la cantina.

Margarita se echó temblorosa se sobre los hercúleos brazos del enmascarado. Él sintió el abrazo de su amada aferrada a su cuerpo. El águila la tranquilizó.

—Ya ha pasado todo ¿Estás bien Margarita?

—Sí, ahora sí—respondió sin dejar de abrazar al héroe—¿Cómo has sabido que estaba aquí? Estamos muy lejos de la Villa—preguntó.

—Yo, estoy en todas partes ya lo sabes. Donde hay abusos e injusticia ahí estoy yo. ¿Acaso no me has llamado?— preguntó risueño.

Ella, sonrió entre sus brazos y separándose de él respondió.

—Sí, cuando más asustada estaba, te he llamado en silencio.

—Pues aquí estoy. Velando por tí. Así que ahora y antes de que este hombre despierte debes ir a tus aposentos.

—Así lo haré—le sonrió Margarita.

—¿Quieres que te acompañe?

—No creo que tenga más peligros en los pocos metros que me separan de mi alcoba.

—Como quieras—El águila se dio la vuelta  pero Margarita le llamó.

—¡Águila!

—¿Qué?

Margarita, miró fijamente a su heróe y le dijo acentuando sus palabras mientras se acercaba a él.

—Puedo pedirte un favor.

—Pide lo que quieras. Si puedo te lo daré ya lo sabes.

—¿Lo que sea?—preguntó. Él asintió en silencio.

—Me gustaría besarte.

Él se quedó aturdido. Aquellas palabras de Margarita le habían dejado fuera de sí.  Movió su cabeza sin comprender.

—Margarita… yo

Ella continuó juguetona.

—No te preocupes—le dijo acercándose más descaradamente a él—Cerraré los ojos como aquella vez.

Él, bajo su embozo comenzó a transpirar. Margarita que intuía lo que en aquel momento le ocurría continuó.

—Tómatelo como una misión. Una misión de amor. Necesitaría que me salvaras de un amor que siento en mi interior por alguien que no se decide a amarme.

Él héroe, no quería dar rienda suelta a sus instintos. No quería que el Águila tomara la iniciativa que Gonzalo no se atrevía a dar. Pero aquella mujer le aturdía. Poseía el don de cambiar hasta sus más profundos principios. La luz tenue que bañaba todo el entorno, su respiración tan próxima a él, su olor, todos los sentidos y la pasión guardada del héroe estaban a flor de piel. Y su amor, su gran amor frente a él,  le ofrecía su boca para saciar su sed.

Margarita, cerró sus ojos esperando aquel beso. El Águila, armándose de valor, aproximó su rostro al de ella y dirigiéndose a su oído le dijo.

—No puedo hacerlo Margarita. Tú no quieres que sea yo quien te bese. Quieres que te bese otra persona, mi beso no te traería satisfacción si no tan solo pesar. Espero que me comprendas.

Margarita abrió los ojos pero él ya no estaba, había desaparecido.

—Muchas gracias mi amor—musitó mirando hacia la puerta—o Águila Roja, como quieras, gracias por estar siempre ahí.

Y se encaminó hacia su habitación.


No había llegado a su alcoba, cuando al pasar por delante de la puerta de Gonzalo, este la abrió. Margarita se sorprendió de aquel encuentro, pues no podía comprender como hacía Gonzalo para con tan poco espacio de tiempo  transformar su identidad.

—¡Margarita! ya habéis vuelto—preguntó mientras se tocaba las manos.

Ella le miró recelosa, sabía que había sido él y lo que había significado aquel rechazo.

—¿Pasa algo?—preguntó el maestro mirando a su alrededor.

—No, no pasa nada. Tan solo es … que …

—¿Te encuentras bien?

—No, creo que me voy a retirar. Ha sido un día muy duro.

—Margarita, ¿Y Lope?—preguntó por si Margarita se quería sincerar con él.

Ella volvió a mirarle. Sonrió con sutileza.

—En la cantina. Creo que tardará un buen rato en subir.—Gonzalo sonrió en su interior por aquella respuesta.

—¿Y tú qué haces  levantado a estas horas?—preguntó Margarita.

—No, podía dormir—dijo inquieto— y cuando me he despertado he visto que Cipri no estaba y he salido a ver si lo veía.

Ella entendió aquella excusa y tranquila dijo. 

—Bien, me voy a descansar, ha sido un día muy largo, lleno de emociones contrapuestas.

—¿Quieres que hablemos de algo?

—No, todo está bien Gonzalo. Buenas noches.

—Que descanses —dijo el maestro.

—A más ver— respondió Margarita andando hacia la alcoba.


Pero, al llegar frente a su alcoba Margarita se detuvo. Recordó lo que Gonzalo  le acababa de decir, y pensó que Cipri podía estar con Catalina. El corazón le dio un vuelco «y si se los encontraba en el lecho». Qué suerte tenía su amiga, ella tenía lo deseaba. Y no podía romper aquel momento con su presencia. Gonzalo que todavía permanecía pendiente de ella le dijo.

—¿Pasa algo Margarita?

Ella, le miró. «¿Y porque no luchar por él?» se preguntó.

—Gonzalo, has dicho que no tienes sueño verdad.

El alzó sus cejas abriendo sus ojos.

—Sí, eso he dicho.

—¿Te apetecería dar un paseo?

Gonzalo, nuevamente se sintió descolocado ante aquella mujer. Miró a su alrededor y preguntó.

—¿Un paseo, ahora?

Ella avanzó hacia él.

—Si, como cuando éramos niños. Recuerdas que nos escapábamos a ver las estrellas.

Él sintió una punzada en su estómago. Y una sensación de alegría y felicidad llenó su rostro.

—¿Cómo lo voy a olvidar? Cada vez que veo las estrellas…

—¿Qué Gonzalo? ¿Qué pasa cuando ves las estrellas?

Él se acercó despacio.

—Me acuerdo de ti.

Ella, no quiso seguir con aquellas sensaciones que comenzaba a sentir. Allí no, tenía que salir de allí,
y atrevida le insistió.

—Pues vámonos ahora. Gonzalo, vamos al lago.

—Margarita—rió— Aquí no hay lago.

—Lo sé. Pero hay un rio precioso. Vamos a la orilla del río y nos imaginaremos que es nuestro lago.

Gonzalo, por una vez en la vida, desde que era el héroe de la villa, dejó a un lado  los perjuicios y actuó como un hombre enamorado. Quería, deseaba ir con ella, correr con ella y soñar con ella. El maestro, asintió.

—¡Vámos!

Como unos niños que escapaban de sus hogares, se encaminaron a la cuadra. Gonzalo ensilló  su caballo y ayudó a Margarita a montar en el corcel. El maestro, hizo lo propio y sujeto las riendas,  protegiendo a su cuñada entre sus brazos  y dirigiendo a Minero, hacia el río.

Pronto estuvieron fuera de los muros de la ciudad. Cabalgaron hacia un lugar más tranquilo desde donde poder contemplar el hermoso cielo que sobre sus cabezas brillaba sin cesar. La esplendida Luna iluminaba su camino y el sonido del río les recordaba que estaban vivos y que podían de nuevo sentir la sensación de libertad y de felicidad que les había sido arrebatada. Al galopar sobre su caballo, sintieron sus cuerpos unidos y cálidos llenándolos de sensaciones al  volver a estar juntos y al  huir como cada noche hacían cuando eran unos niños. 

La brisa húmeda acompañaba su galope, hasta que detuvieron el caballo dejándolo descansar bajo un árbol.

Mientras Gonzalo enlazaba su caballo, Margarita le dijo.

—Tengo ganas de correr como cuando éramos niños. ¿No te apetece?

Gonzalo la miró. Estaba hermosa, radiante bajo la luz de la Luna, parecía una chiquilla.

—Pues, ¡corramos!—dijo sorprendiendo a Margarita.

Sin apenas decir nada más, la costurera arrancó a correr como aquel día en el camino de la villa. Él, corrió tras ella dejándola vencer. Hasta que llegaron extenuados a orillas del río.

Las risas no les dejaban hablar. Margarita se sentó sobre la hierba húmeda. Hacía calor. Gonzalo se arrodilló junto a ella, se sentía tímido, nervioso, como si fuera la primera vez que llevó  a Margarita al lago. Millares de sensaciones desfilaban por sus sentidos abriendo de par en par las puertas que durante años permanecieron cerradas a sus sentimientos. Ella, continuaba riendo junto a él.

—¿Recuerdas las constelaciones?— le dijo Gonzalo todavía jadeante.

—Sí, claro que sí. Esas constelaciones son las que me han acompañado en las noches largas de insomnio.

Hubo un silencio. Margarita se arrodilló frente a él.

—Gonzalo.

—Dime—respondió apenas sin mirarla.

—Hoy he visto al Águila Roja.

Él se sorprendió y se llenó de gozo al comprobar que  Margarita le estaba confesando algo que le había ocurrido en su intimidad, preguntó con simulada sorpresa.

—¿El Águila Roja, está aquí?

—Pues sí. Y si no es por él, Lope…—dijo, llamando su atención.

—¿Lope ha intentado propasarte contigo? —dijo sujetando sus hombros.

Ella, bajó la mirada. Gonzalo continuó intentando demostrar preocupación.

—Yo, no sabía nada. No escuché nada, si no, no hubiera hecho falta que te defendiera el águila roja. Te podía haber defendido yo mismo—dijo intentando ante Margarita demostrar su valentía.

—No, pasa nada Gonzalo. Tú no podías saber nada. Además estabas en tu alcoba.

—Porque no me lo has dicho allí, le hubiera….

Margarita no le dejó terminar.

—No importa Gonzalo, solo quería decírtelo.

—Y ¿porque me querías decir eso? ¿A caso te ha dicho algo sobre la boda?—preguntó con disimulo.

—No. Te lo digo porque…

—Le admiras, ¿no es eso? ¿Admiras al Águila Roja?

—Margarita, removió sus rodillas sobre la hierba, acercándose a Gonzalo. Él la miró agitado, no sabía cómo actuar, no sabía que decir, junto a ella no sabía cómo comportarse. Margarita continuó provocándole.

—Sí, es cierto que le admiro y siento algo muy especial por él.

Él, turbado bajó su mirada. Margarita sabiendo la lucha interna que tenía el maestro en aquellos momentos le dijo.

—Gonzalo…mírame.

El maestro obedeció abducido por su voz.

—Gonzalo, yo  hubiera deseado que fueras tú.

Él tragó saliva, la tenía tan cerca, aquellos enormes ojos no dejaban de mirarlo, y le gritaban  en silencio que la amara. El manto plateado que la Luna emanaba, iluminaba su rostro. La piel que quedaba expuesta a esos reflejos, brillaba entre la oscuridad. Gonzalo ya no quería resistirse más. Deseaba besarla. Lentamente, el maestro se dejó llevar por la languidez de su mirada, embriagado por aquella suculenta boca que le hablaba con dulzura y enloquecido por aquella piel que rebosaba y pedía amor.

Con solemnidad y ternura, Gonzalo separó un mechón de pelo que caía desenfadado sobre los ojos de Margarita. Después, sujetó su rostro entre sus firmes pero atentas manos y se fue  acercando poco a poco hacia ella. Era una atracción a la cual no estaba dispuesto a renunciar, necesitaba perderse en ella y sin dejar de mirarla ni un instante, se dejó apresar sumergiéndose en la profundidad de su mirada. Gonzalo con su penetrante voz acaramelada susurró.

—Margarita.

No quiso decir nada más, solo su nombre, ese nombre que había guardado durante toda su vida escondido muy dentro de él para que no aflorara en las noches de pasión que había vivido con alguna que otra mujer. Ahora, se sentía libre como el viento y  quería librar ese bello nombre, de su largo y doloroso encierro.

Margarita entreabrió ligeramente su boca, esperando recibir aquel beso que él mismo Gonzalo momentos antes y bajo su embozo, no le había querido dar. Comprendió, mirando los ojos de su amado, que Gonzalo quería besarla con su real identidad, y espero serena, la apetitosa boca, tan soñada y  añorada por ella.

Él, todavía con su rostro entre las manos, respiró profundamente, sonido que llegó como un vendaval al interior de Margarita. Suavemente y sin prisa, perfiló sus labios con la punta de su lengua, llenando de pequeños estallidos de placer el interior de ella. Todos sus sentidos se activaron, esperando y deseando la culminación de aquel beso. Poco a poco, Gonzalo mordisqueo los dulces labios de Margarita, primero el labio inferior, después el superior sorbiendo su sabor. Continuó  besando su rostro, llegando a sus ojos, besando sus sienes. Margarita, fue sintiendo nuevas sensaciones que nunca había experimentado, deseaba con toda su alma que Gonzalo la besará con pasión. Él, siguiendo su ritual, besó el cuello cerca de su oreja y respiró el perfume de su cabello, mientras sus manos se perdían, hasta llegar a su nuca.

Mordisqueó el lóbulo de su oreja mientras su respiración acelerada penetraba en los sentidos de Margarita. Oleadas de placer revoloteaban por el pequeño cuerpo de ella. Gonzalo miró sus hombros, que permanecían desnudos esperando ser amados. Los besó con besos cortos, que después se hicieron más húmedos. Siguió por su escote, evitando de momento llegar a su pecho. Subió por su cuello, lamiendo y mordisqueando con suavidad su saliente barbilla  para volver a posarse en la comisura de sus labios dibujando círculos con su lengua. Margarita, buscaban rabiosamente saciar esas ardientes y nuevas sensaciones, buscaba sus labios para fundirse en su boca, pero él continuaba con su ceremonia, jugando con su lengua a la vez que activaba y excitaba  todo su cuerpo. Margarita se estremecía entre sus manos, sentía como sus pechos se erguían y su sexo se humedecía por momentos. Aferrada a su hercúleo cuerpo respiraba con excitación, sentía cada mínimo movimiento, y se electrizaba con cada mordisco. Gonzalo, quería que aquel momento fuera mágico, necesitaba que ella pudiera sentir todo el amor que durante años le había negado. Sentía en su espalda, como las manos de Margarita intentaban desesperadamente buscar bajo su camisa el contacto de su piel, la sentía apasionada, sabía que le amaba y que le deseaba tanto como él la deseaba a ella.  Por fin Gonzalo, fue penetrando su lengua muy despacio hacia el interior de su boca, saboreando cada rincón, sin prisa, buscando en su interior, la ardiente lengua de su amada. Margarita sintió un placer tan inmenso que pensó que se desvanecía. Gonzalo, siguió buscando con su lengua, la punta de la de ella, para seguir poco a poco excitando a su amada. Hasta que ambas bocas, desesperadas por aquel momento, se enzarzaron en  una lucha sin descanso, intercambiando sensaciones, fluidos y sabores, encontrando la ambrosía que estaban deseando.

Durante aquella excitación, Margarita pudo desabrochar la camisa de Gonzalo. Separó su boca de la de él  y en respuesta a todo aquel placer buscó su piel, empezando por su cuello y llegando hasta  su torso, que lamió y succionó enredando su lengua con aquellos pequeños y sensibles extremos de su pecho, que despuntaban rígidos en el interior de su boca. Poco a poco Margarita fue dibujando cada rincón de su piel y saboreando aquel robusto cuerpo que le producía tanto placer.

Gonzalo, fue desabrochando el corpiño de Margarita, dejando que ella jugueteara con su pecho. Pronto las ropas de ambos, quedaron junto a la orilla del río, que fluía alegre y vigoroso como el amor que se profesaban en aquel instante.

Ella, echada sobre la hierba no dejaba de mirarle, quería ver en su rostro la felicidad de aquel momento. Gonzalo, trémulo por la excitación, fue deslizando sus manos por la piel desnuda de Margarita. Acarició su rostro, contemplándola con devoción, siguió hacia su cuello, bajó a su escote y al llegar a sus senos, el maestro se detuvo un instante. La miró y vio que  Margarita, se removía en la hierba pero en aquel momento sus ojos permanecían cerrados, ella estaba sintiendo cada movimiento que él hacía con sus manos, cada línea que dibujaba con sus dedos y disfrutando del placer que en aquel momento percibía y del calor que aquel roce, avivaba su cuerpo.

Gonzalo, preso de su hermosura, se inclinó deseoso de saciar su sed, bebiendo de aquellos hermosos y firmes senos que erguidos para alcanzar la luna, pedían a gritos que los besara, que los acariciara. Y así lo hizo, succionó el néctar de aquellos pechos, circundando con su lengua la sensible areola oscura que los señalaba, elevando y endureciendo más, el prominente pezón. Tras unos segundos de entretenidos juegos húmedos con los erguidos senos, bajo su boca hacia el ombligo, Margarita arqueada bajo el cuerpo de su héroe le pedía entre gemidos que continuara, él, como obediente alumno, continuó con su exploración. Ella jadeaba y se retorcía de placer entre sus brazos, mientras él la arropaba con sus besos y encendía con sus experimentados dedos, la excitación total de su cuerpo. Poco a poco Gonzalo dejó a Margarita preparada para la culminación de aquel amor.

Pero Margarita, dio un giro inesperado. Sujetó a Gonzalo y le tumbó a su lado. Excitada hasta el extremo, se volcó sobre él y devoró aquel cuerpo tan deseado por ella. Necesitaba sentirlo, verlo, amarlo, como tantas veces había soñado. Sus delicadas manos, acariciaron aquel musculoso cuerpo. Sentada a horcajadas sobre él, comenzó a moverse rítmicamente. Gonzalo sentía que su virilidad estaba a punto de estallar. Intentaba incorporarse para apresar en su boca aquel manantial de placer que era Margarita, pero ella se lo impedía empujando una y otra vez, su cuerpo hacia la hierba. Margarita, sin dejar el rítmico movimiento, se retorcía sobre él moviendo su cuerpo hacia delante y hacia atrás. Durante el frenesí Margarita, guió las manos de Gonzalo, para posarlas sobre sus senos, mientras seguía moviéndose sin tregua, provocando en el maestro una lujuria incontrolable. Sus manos, ciegas masajeaban con delirio aquellos excitantes senos. Gonzalo, preso de aquella fogosidad, se incorporó en un intento desesperado de besar y beber de aquel cuerpo que iluminado por la luna, seguía danzando sobre sus caderas. Margarita, agitando su cabello, acercó sus labios hacia su boca, devorando los de Gonzalo y sintiendo su virilidad entre sus piernas. Fue entonces, cuando volvió a empujarlo despacio sobre la hierba, salió de sus caderas para poder continuar estimulando todo su cuerpo, con pequeños mordiscos diminutos pero electrizantes. Margarita se iba acercando peligrosamente a la zona más sensible del maestro. Ella deseaba enloquecerlo, y  sutilmente, y sin dejar de mirarle a los ojos, acarició con su boca la zona más excitable de su cuerpo,  provocando el delirio del héroe.

Gonzalo, la sujetó.

—Para, Margarita por favor. Me estás volviendo loco.

—Es lo que quiero Gonzalo. Volvámonos locos, pero de amor—Le dijo rozando sus labios al hablar, mientras volvía a sentarse sobre él, provocando desazón en el maestro.



Gonzalo, fuera de control,  la besó apasionadamente mientras  la recostaba sobre la hierba. Ella recibía aquella tormenta de pasión con inmenso placer. Gonzalo, fue penetrando lenta y delicadamente en el cuerpo de su amada, encabezando con ese acto, un suave y rítmico movimiento, que al compás de los hábiles dedos del maestro y el contacto con el cuerpo de Margarita, fue dando paso a un desinhibido movimiento frenético, culminado por un excitado y jadeante respirar. Los brazos de ambos, se apresaban el uno contra el otro casi hasta sentir dolor. Querían formar parte de un mismo ser, querían disfrutar y sentir todo aquel éxtasis de amor que les embriagaba. Besos, abrazos, caricias, suspiros, llenaron aquel rincón de la ladera del rio. El sonido del agua que corría alegre junto a ellos, acompañaba aquel delirante momento. Durante unos minutos, el mundo desapareció de su entorno, no veían, ni sentían,  ni escuchaban, solo hablaban sus cuerpos, sus húmedos besos y sus jadeos.

Gonzalo, cayó derrotado junto a Margarita. Ella, le miró. Él mantenía los ojos cerrados como si hubiera disputado una dura batalla. Ella se sentía feliz.

Durante unos instantes permanecieron en silencio. El uno junto al otro. Tan solo las estrellas cubrían sus cuerpos. Tal y como habían permanecido hacía ya muchos años.

Gonzalo rompió el silencio. Se giró hacia  ella, y acarició su rostro que permanecía sonriente mirando las estrellas.

—Margarita.

—Dime Gonzalo—le respondió con una chispeante mirada.

Él respiró profundamente, embriagándose de aquel momento.

—Te amo. Te quiero con toda  mi alma. Siempre te he querido. Hemos sido víctimas de…

Margarita selló aquellas palabras con un dulce beso. Que volvió a llevarlos por unos instantes, hacia otro mundo.

—No digas nada. Sé todo lo que ocurrió tras mi marcha a Sevilla y tras tu vuelta a la Villa.

Él sabía, que ella lo sabía, pero debía seguir con su simulada sorpresa.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Eso no importa. Lo importante es que ahora sé y estoy segura de que me quieres. Me lo acabas de demostrar.

—Eres maravillosa Margarita. No sabes los celos que sentía cuando te veía en brazos de Juan.

Ella, volvió a besarle y acariciando su cabello le dijo.

—Hemos cometido muchos errores. Pero ahora no quiero romper esta maravillosa noche con el pasado. Ahora estamos solo los dos. El uno junto al otro.

—Y así continuaremos. Margarita si tu quieres, nadie nos separará jamás—dijo Gonzalo, volviendo a besar aquella boca que tanto placer le daba.

Ella, se separó de él diciendo.

—Gonzalo, tendríamos que pensar en volver. Es muy tarde ya, y mañana…

—Espera un poco más. Qué más da que descansemos aquí a que lo hagamos en la posada—dijo el maestro rodeándola entre sus brazos. Ella apoyando su cabeza en su corpulento pecho le dijo.

—Está bien, quedémonos un poco más. Al menos aquí estamos juntos.

—Pues, entonces, mejor quedarnos aquí.

Margarita, se acurrucó entre sus brazos. Él le acariciaba el cabello y con un susurro le preguntó.

—¿No te preocupa que Catalina pregunte donde has pasado la noche?

Ella rió. Gonzalo, sorprendido por aquella risa le volvió a preguntar.

—¿De qué te ríes?

—Catalina, en estos momentos tiene cosas mejores en que pensar. Ahora mismo debe estar en el séptimo cielo.

Gonzalo volteó para mirarla.

—¿En el séptimo cielo?

Margarita se incorporó. Gonzalo hizo lo mismo.

—Gonzalo, te voy a decir un secreto, porque sé que no dirás nada y lo comprenderás.

Él, instintivamente pensó en Cipri, pero dejó que fuera ella la que le confiara lo que acababa de interpretar.

—Dime. ¿Qué pasa con Catalina?

—Gonzalo no debes juzgarla, ni a ella, ni a él.

—¿A él? —dijo con sorpresa entendiendo que sus sospechas no eran infundadas.

—Catalina y Cipri… están juntos.

Él sonrió.

—¿De qué te ríes?

—No me río.

—¿Ah, no? ¿Entonces, esa cara?

—Es que no me ha pillado de sorpresa. Esta noche sin ir más lejos, he descubierto a Cipri dando un beso al aire.

Margarita le miró extrañada.

—Y ahora ya se a quien iba dirigido—sonrió el maestro. En aquel momento pensó con rapidez y le preguntó.

—Entonces. Cuando has llegado a la posada y has subido a la habitación no has entrado en tu alcoba porque te he dicho que Cipri no estaba en la mía. ¿Has pensado que estaban los dos allí?

—Pues sí. Lo he pensado. Y como tenía ganas de estar contigo…

—Bendito Cipri—dijo Gonzalo besando a Margarita.

—Y no piensas decir nada al respecto. Floro está en América intentando buscar un futuro. Y por eso ellos tienen remordimientos.

—Margarita, yo no soy quien para juzgarles a ninguno de los dos. El amor te toca te guste o no, es un sentimiento que no se puede elegir, el amor se siente. Y debe demostrase porque…

Margarita le tapó la boca con sus dedos.

—Como hemos hecho nosotros.

Él la miró lleno de amor. Ella continuó.

—Gonzalo, no hablemos más. Bésame otra vez, hasta que mis labios se desgasten.

Él sintió en su interior un estremecimiento. No era un sueño, la tenía entre sus brazos, y la había amado hasta rabiar. Y antes de entregarse de nuevo a sus deseos, dijo.

—Te amo Margarita. Te amo más que a mi vida. Siempre he estado vacío y necesito llenarme de tu amor.

—Gonzalo.

Sus labios se unieron de nuevo. Volviendo a provocar aquellas mismas sensaciones que habían experimentado instantes antes. Su agitada respiración les volvió a llevar de nuevo a un mundo lleno de placer, y delirio, un mundo que a partir de aquel momento sería única y exclusivamente de los dos. El mundo maravilloso que te da, el verdadero amor.*


CAP 44 – LA BODA

El amanecer acompaño a Gonzalo y a Margarita hasta la posada. No podían dejar de sonreír por cualquier cosa que comentaran o recordaran. Caminaron por las calles de Toledo. Gonzalo  sujetaba las riendas del caballo y rodeaba la cintura de Margarita mientras ella apoyaba su cabeza sobre el vigoroso pecho del maestro. Se les veía muy felices. Habían desatado sus miedos, sus temores, dando paso a un mundo lleno de amor y felicidad.

Momentos antes de llegar a la posada. Margarita se separó de su cuñado.

—Gonzalo, a partir de aquí debemos guardar las apariencias.

Él, no quería soltarla. Ella insistió. Gonzalo la rodeo con sus brazos mientras le decía, dulcemente.

—No sé si podré llegar a mañana, si te alejas de mí.

Margarita rió, divertida.

—Pero Gonzalo, si estaremos juntos—miro de un lado al otro—No quiero que la gente murmure, y menos que nos vean en esta actitud.

Gonzalo la atrajo hacia sí sonriendo.

—Pero, si todo el mundo está durmiendo. Además aquí no nos conoce nadie.

Ella, volvió a mirar hacia la posada. La luz comenzaba a vestir de plata y oro la ciudad de Toledo.

—Gonzalo, anda suéltame y vamos—dijo sin desearlo—Él no la dejó y se aproximó a sus labios.

—No me muevo de aquí hasta que me des un beso.

Ella, miró los castaños ojos de Gonzalo que buscaban en el interior de los suyos esa chispa de amor que le estimulaba los sentidos. Margarita le dio un suave beso y a su descuido salió corriendo. Él sonrió al verla feliz, y caminó lentamente hacia la cuadra a dejar su caballo. Cuando llegó a la posada, Margarita le esperaba en la puerta.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con sorpresa—pensaba que ya estabas durmiendo en tu alcoba.

—Te estaba esperando Gonzalo—su voz sonó turbada. Él cambió su expresión.

—¿Te pasa algo Margarita?—preguntó sujetando sus hombros.

—Pues, estaba bien, pero al ir a entrar me he acordado de Lope. ¿Y si está todavía ahí?

Él miró hacia el interior de la posada.

—No te preocupes. Yo entraré primero.

Gonzalo abrió la puerta muy lentamente y los dos entraron en la posada. La escasa luz que entraba por las ventanas delineaba un nacarado polvo luminoso sobre las dormidas mesas. Miraron hacia el rincón donde había quedado Lope. Pero él no estaba allí.

—Ves, no está. No hay nadie—dijo Gonzalo con una suave voz—Estará descansando en su habitación. Entra no tengas miedo. Anda vamos.

Ella en silencio subió detrás del maestro, hacia las habitaciones. Al llegar junto a la puerta de la alcoba de Gonzalo, Margarita se detuvo.

—Gonzalo, tengo miedo de que ese hombre me pueda acusar ante las autoridades.

Él, ante el temor de Margarita se le aproximó. Separó lentamente uno de sus rizos y acarició con el reverso de la mano el hermoso rostro de la costurera. Le susurró acercándose al rostro de Margarita.

—No te preocupes mi amor. No estás sola. A partir de ahora yo velaré por ti. Mañana a primera hora hablaré con él y le pagaré el caballo que te llevaste. Confía en mí—dijo volviendo a su posición.

Ella le miró, y sonrió. Le encantaba reflejarse en sus ojos, saber que ocupaba un espacio en su interior. Se sentía segura, plena. Margarita se aproximó más al cuerpo del héroe y respondió llena de sensualidad y de amor.

—Siempre confié en ti Gonzalo. Aunque a veces, pareciera todo lo contrario—Alargó su mano para acariciar el cabello del maestro. Gonzalo sintió de nuevo un estallido en su interior. La plateada luz iluminaba el negro cabello de Margarita acentuando aquella profunda mirada que le volvía loco. Ella, tan cerca de él que casi no podía respirar le preguntó suavemente—¿Te arrepientes de lo que ha pasado entre nosotros en el río?




—¿Cómo me voy a arrepentir, si es lo que he deseado durante toda mi vida?— Gonzalo habló con el alma. Sus palabras revolotearon en el interior de Margarita como una brisa fresca cargada del rocío que de nuevo alimentaba y reactivaba todo aquel amor dormido.

—Gonzalo—suspiró Margarita llenándose de aquel perfume. Enredó sus dedos entre los cabellos  del héroe y él sujetó la nuca de Margarita diciéndole con su intensa voz acaramelada.

—Margarita, bésame una vez más. Lo necesito. Así podré pasar la noche con el sabor de tus besos en mis labios y será como si estuvieras todavía junto a mí.

No tuvo que insistir. Margarita, acercó sus labios a los de Gonzalo, él apoyó a su amada contra la pared entregándose ambos a un profundo beso apasionado volviendo a electrizar todo su deseo. Al momento, Margarita empujó con suavidad al maestro.

—Para, para Gonzalo. Que nos pueden ver.

—Pero Margarita, si no hay nadie, están descansando—dijo juguetón.

—Pues eso es lo que debemos hacer. Al menos dormir unas horas—Margarita pícara continuó—¿Es que no estás cansado?

—De amarte, nunca me cansaré—dijo mientras le besaba el cuello. Ella aprovechó la ocasión para ponerle en un apuro.

—Me parece que tú estás muy acostumbrado a pasar toda la noche en vela. Ya me explicarás más tranquilamente que haces por las noches—Ella esperaba impaciente la respuesta que le iba a dar ante aquella pregunta.

Él se separó de aquel atrayente cuerpo y sonrió sin saber que decir.

—Es que… es cierto Margarita,  me paso muchas noches en vela. Te lo voy a explicar.

—¿A sí?—preguntó curiosa por aquella respuesta.

—Claro, repaso las tareas de mis alumnos. Y preparo la lección del día siguiente. No suelo dormir mucho.

Ella le miró de soslayo. Había salido por la tangente. Pero le gustaba aquel juego, y sabía que a partir de aquel momento le iría poniendo en aprietos, hasta que le confesara su otra identidad.

—Bueno, está bien. Pero yo no soy maestra, ni tampoco soy Gonzalo de Montalvo, soy una simple costurera y estoy cansada del viaje.

—Tienes razón, que egoísta soy.

—Me encanta que seas egoísta, si la causa soy yo—Gonzalo volvió a besarla con intensidad—Que descanses—le dijo, mientras sus manos se separaban lentamente.

—Buenas noches mi amor—respondió ella mientras se marchaba hacia la alcoba.

Gonzalo se quedó mirando la puerta cuando Margarita desapareció tras ella, después de enviarle un beso alado.
No se lo podía creer. Después de tanto tiempo, de pensarla, de imaginarla, había estado de nuevo con ella, la había sentido y poseído hasta la saciedad. La amaba más que a su vida. Siempre lo había hecho y ahora era feliz. Por fin podrían vivir su amor sin trabas, ni miedos, libres y sinceros con ellos mismos y con los demás. Gonzalo con la felicidad posada en su rostro, se dirigió a su alcoba.

Cipri, permanecía en su cama roncando a pierna suelta. Sigilosamente se introdujo en la suya y cerró los ojos guardando la única imagen que quería retener. Recordó a Margarita ahorcajadas sobre sus caderas, cabalgando sobre él, con aquellos hermosos pechos bañados por la inmensa luz de la luna.

Inmediatamente dio media vuelta entre sus sábanas intentando aplacar aquella excitación que sentía para poder relajarse y descansar. Durante un tiempo no pudo conciliar el sueño, tenía que dar un paso más, ella lo merecía todo. Desde aquel momento se prometió que todo cambiaría entre los dos. Relajado y seguro de que había tomado la mejor decisión de su vida, se rindió a los brazos de Morfeo.


Margarita, había entrado muy despacio a su alcoba. Pero Catalina, que parecía que dormía con un ojo abierto, los abrió al escucharla caminar.

—Margarita hija. ¿Ya estás aquí?—dijo dándose la vuelta y mirándola con los ojos entrecerrados—Siento que te hayas tenido que esperar. ¿Todo bien con Lope?—bostezó.

Ella, nerviosa se desvistió mientras le susurraba.

—¿Esperar? Anda, duérmete tranquila. Mañana ya me cuentas, que me parece que estás soñando.

—Está bien, mañana hablamos—dijo volviendo a su posición de descanso—Buenas noches.

—Buenas noches—respondió.

Margarita se deslizo entre las sábanas recordando las palabras y la voz de Gonzalo. Cerró sus ojos queriendo guardar en su interior aquella mirada. Y se relamió los labios recordando sus apasionados besos que la habían devorado.

Catalina, al otro lado de la alcoba, pensaba.

—Muy contenta he visto yo a Margarita. ¿Con quién habrá estado hasta esta hora? Con la novia no puede ser, porque ya es de madrugada. ¿Con Lope? Pudiera ser… pero la he visto yo “mu” feliz “pa” haber estado con Lope. No, no, a esta le ha pasado algo—dio media vuelta para poder mirar a su amiga.
Margarita con los ojos cerrados resplandecía de felicidad—mira tú qué cara tiene. Está en el séptimo cielo. Si está sonriente y “tó”, esto no es normal, algo ha pasado, ahora no me voy a poder dormir por la curiosidad. Y ella, ahí sin decirme “ná”  y no la puedo despertar porque me parece que está medio “dormía”, o “dormía” del todo. Bueno Catalina—se dijo—mañana será otro día— de pronto, un pensamiento saltó en su mente haciendo que Catalina abriera los ojos de par en par—¿habrá “estao”… con Gonzalo? Madre mía, esto me lo tiene que explicar. Aunque tendré que esperar a mañana.


Las campanas de la catedral tocaban a maitines. Margarita no hacia ni una hora que se había sumergido en un profundo sueño cuando Catalina la despertó.

—Margarita hija. Vamos, que tenemos mucho que hacer.

—Catalina, déjame un poco más—remoloneaba la muchacha.

—¡Margarita! ¿Pero tú te estás oyendo? ¡Cómo que te deje un ratico más! Tenemos que ir a vestir a la novia. ¿Recuerdas que estamos en Toledo?

Margarita abrió los ojos de sopetón.

—¡Ay madre! Que es verdad, que estamos en Toledo.

—Muchacha porque estás dormía, porque si no, pensaría que te has caído de un guindo.

Margarita se incorporó y se vistió con rapidez. Catalina la observaba con detenimiento. En su cabeza solo tenía un pensamiento y una duda. ¿Qué le pasó a su amiga la noche anterior? Pero bueno ya tendría tiempo de preguntar. Ahora tenían que ir lo antes posible hacia la casa de Adela.

Las dos mujeres cargaron sus ropas y se dirigieron hacia la casa de la muchacha, llegaron allí en pocos minutos, un carro las estaba esperando, era costumbre que tanto la novia, su madrina y familiares se desplazaran hacia el campo donde tenían una casita en la que se celebraría el enlace tan esperado.  Aquella vivienda estaba muy cerca de la casa de Adela, por lo que llegaron rápidamente.

Todos los familiares fueron a preparar las flores para el altar que habían preparado en el prado, mientras que Catalina y Margarita, se vestían para la ceremonia. Todo transcurrió entre risas y cuchicheos. Catalina,  mientras ayudaba a Margarita a vestirse le dijo en voz baja.

—Ya me estás contando lo que pasó anoche.

Margarita se dio media vuelta para poder mirar a Catalina. Sorprendida por aquella pregunta abrió sus ojos alzando sus cejas.

—Sí, no me mires así. Anoche pensé que te habías quedado esperando a que Cipri…. —Margarita la volvió a mirar con sorpresa.

—Cipri y tú estuvisteis…

—Bueno, vino a darme las buenas noches y…—dijo levantando los hombros.

—¡Y en vez de dártelas, te las hizo pasar no!—dijo con sarcasmo, mientras reía.

—Oye guapa, que soy muy decente.

Margarita, hizo una mueca.

—Anda termina de coserme bien el tirante.

— ¿Tu estás muy risueña esta mañana no?—preguntó Catalina con ironía—a ver qué es lo que te ha pasado con Lope.

Margarita se carcajeó. Catalina sorprendida le dijo mientras daba la vuelta y se ponía delante de su amiga.

—Ahora sí que me preocupo.

— ¿Por qué? Catalina, la que se está preocupando soy yo.

—Pues, porqué va a ser.  Ayer, estabas más mustia que en un sepelio. Te vas con un peazo de hombre, a ver a Adela, y vuelves a las tantas, de madrugada para ser más exactos, más feliz que una perdiz. Y ahora “pa” colmo, te ríes a carcajadas, como “pa” no estar preocupada. ¿Cuantos años hace que no te reías así? Y llevabas esa sonrisa pegá en la boca todo el rato. Anda, dime. A ti te ha pasado algo.
Margarita no podía contener la risa. Catalina la miraba sin reconocer a su amiga. Por fin la muchacha se sinceró.

—Catalina, soy la mujer más feliz de la tierra.

La doncella la miró sin comprender.

—Pues no entiendo “ná”… espera…a no ser que… tu solo estarías tan contenta si…— lo comprendió enseguida—Gonzalo y tu…

Margarita la miró con una sonrisa de oreja a oreja y asintió…

—Pero, ¿estuviste con Gonzalo? ¿Habéis hablado?¿Qué te ha dicho?¿Te ha pedido matrimonio? Margarita, hija, que me tienes en ascuas... Venga, dime.

—Ay, Catalina, que preguntas más que los hombres del comisario.

—Pues si no quieres que pregunte. Explícamelo tú. ¿Hablasteis o no hablasteis?

—Hombre, hablar lo que se dice hablar… más bien poco.

Catalina la miraba con los ojos abiertos de par en par.

—Pero, me estás diciendo que…

—Si Cata, fue maravilloso. Me quiere, ahora lo sé.

—Yo siempre lo he sabido. Donde hubo fuego, cenizas quedan. Bueno, yo y todo el mundo lo sabía. Todos, menos vosotros, que sois de un cabezón—La mujer cogió las manos de Margarita—Como me alegro por ti y por Gonzalo—le dijo mientras la abrazaba. Os lo merecéis.

—Venga Catalina—dijo Margarita apartándose de su amiga— acaba y vamos a vestir a Adela, que ya estará bañada en perfume de jazmín. Y seguro que ya deben estar esperando los invitados y el novio.

—Sí, tienes razón. Espera que te pongo las flores en el pelo—Catalina le puso unas flores blancas en el lado derecho sujetando parte del cabello hacia atrás—Pues ya estamos. Ahora vayamos a vestir a Adela.

Llegó la hora esperada. Gonzalo y Cipri estaban justo en frente de la casa esperando que las dos mujeres salieran.  Él vestía el  traje de terciopelo negro que guardaba para las ocasiones y estaba muy nervioso, cosa extraña en él. Cipriano se dio cuenta de la intranquilidad del maestro y le preguntó.

—Gonzalo, ¿te pasa algo?

— ¿A mí? ¿Y qué me tendría que pasar?

—Pues no sé, te siento extraño. Tú eres una persona tranquila, y hoy te noto muy nervioso.

—Es que, todos los días no se es padrino de uno de tus mejores amigos.

Cipriano, tocándose la barba asintió.

—Sí tienes razón, deberá ser eso—dijo mirándolo de reojo.

Gonzalo, sonrió mirando a Cristóbal que permanecía en el altar. En el preciso momento que Cipri le advirtió.

—Mira, ya están ahí.

El maestro, con el corazón en un puño se dio la vuelta. Lo que vio lo dejó boquiabierto. Margarita, caminaba hacia ellos, luciendo un  vestido blanco a juego con las flores que llevaba prendidas en su cabello. Gonzalo se estremeció, era tan bella que eclipsaba el resto de los presentes. El tiempo que transcurrió hasta que Margarita estuvo junto a él le parecieron eternos. Tenía ganas de correr hacia ella, abrazarla, alzarla en sus brazos y besarla hasta desfallecer. Pero debía guardar las apariencias. De momento no podía reaccionar como un simple enamorado.Todo a su debido tiempo.

Cuando por fin llegaron hasta ellos, Gonzalo se adelantó y fue a su encuentro. La miró con devoción y le dijo.

—¡Estás…preciosa!

Margarita le regaló una amplia sonrisa.

—Gracias—respondió sintiendo un ligero rubor en sus mejillas.

Catalina se había llevado a Cipriano hacia su lugar entre los invitados. Gonzalo se dirigió hacia el altar donde estaba Cristóbal hecho un manojo de nervios a esperar a la novia y a su madrina.

Entonces salió Adela y Margarita caminó junto a ella hasta que llegaron al altar. Adela miraba a Cristóbal y este le sonreía. Gonzalo, de pie  junto a él solo tenía ojos para mirar a Margarita, imaginaba como sería el momento que tanto había soñado, cuando por fin Margarita caminara hacia él en un altar como ese. Margarita expectante a los ojos de Gonzalo continuaba caminando sin dejar de mirarlo en ningún momento, sentía una emoción inmensa e imaginaba que era ella la que caminaba hacia el altar donde por fin podrían ser el uno del otro a los ojos de todos y hasta que la muerte los separara.

En aquella ocasión, Gonzalo estaba especialmente atractivo, aquel traje realzaba su sensualidad y dibujaba toda su musculatura. Por fin llegó el momento del enlace. El capellán comenzó la homilía para la boda. Durante toda la ceremonia, Gonzalo lanzaba miradas furtivas hacia su cuñada, y ella se encontraba con sus ojos cada vez que le miraba. Los dos se sentían muy dichosos, hasta que el capellán preguntó.

—Si alguien tiene algo que decir, que hable o calle para siempre.

Los dos enamorados se miraban a los ojos. Margarita y Gonzalo hicieron lo mismo, respiraron profundamente y cerraron los ojos asintiendo con el alma. En aquel momento, el corazón se les paró cuando se escuchó una voz que decía.

—No te  puedes casar, con este hombre.

Todos los presentes miraron hacia la voz. Gonzalo miró desconcertado al ver el terror en el rostro de Adela y Cristóbal. Cuando se dieron la vuelta comprobaron que el que hablaba no era otro que Lope.

— ¡Lope!—Gritó Cristóbal. ¿Qué significa esto?

Gonzalo se aproximó a su amigo para averiguar qué es lo que ocurría.

— ¿Qué pasa Lope? ¿Por qué interrumpes la ceremonia? Si ni tan siquiera sabes quién es esa mujer. ¿Qué es lo que tienes que decir para impedir el enlace?

Lope, caminó hacia ellos riendo mientras decía.

—No te alarmes Gonzalo, esa mujer no puede casarse con él, hasta que yo no esté presente—rio guasón—Te habías olvidado de mí y casi me pierdo la ceremonia. Ahora padre…—se dirigió hacia el sacerdote—ahora, ya puede proseguir con la boda.

Todos miraron a su alrededor. Después del sobrecogimiento, ahora se sentían mejor. Cristóbal y Adela se sonrieron acongojados. Gonzalo miró a Margarita que le devolvió su mirada con profundo miedo. Él movió su cabeza en señal de tranquilidad. El sacerdote prosiguió. Cuando llegó el momento que tanto habían esperado, Gonzalo y Margarita respondieron en silencio las preguntas del capellán.

—Si quiero—Y unieron sus miradas.

En unos minutos, Cristóbal y Adela ya eran marido y mujer.


Después de la ceremonia, hubo una gran comilona. Viandas y bebidas por doquier. Catalina le había comentado a Cipriano que sabía que Gonzalo y Margarita estaban juntos y tanto uno como otro se alegraron por ello. Durante la comida, Gonzalo llenó de atenciones cada movimiento de su cuñada. Las risas se mezclaban con las voces, los vítores, los hurras y los brindis por los novios.

Lope muy cerca de ellos miraba con excitación a Margarita, entre risas, bromas y miradas transcurrió el día. A media tarde Cristóbal llamó a los músicos que había traído para aquella  ocasión y la música dio paso al baile. Todos los presentes eligieron pareja y empezaron a danzar, mezclados entre los achispados familiares y amigos.

Gonzalo se incorporó y caminó hacia donde estaba Margarita. Ella le miró durante toda su trayectoria hasta que le tuvo frente a ella. Él reverenciándose le preguntó.

— ¿Me concede este baile, señorita?

Margarita, miró de reojo a su alrededor.

—Quizá, no me ha entendido bien. ¿Me concede este baile?

Ella, coqueta sonrió y le dijo.

—Será un placer, bailar con usted, caballero.

Gonzalo tendió su mano y Margarita la sujetó. Caminaron hasta el grupo de los que en aquel momento se disponían a bailar. Cipriano se aproximó a Catalina y hizo lo propio. Comenzó la música y todos empezaron a danzar.

Gonzalo cogió las manos de margarita y las elevó hacia su rostro, ella le dijo preocupada.

—Gonzalo, no sé bailar esta música.

Él, sonriente la tranquilizó.

—Déjate llevar.

Una dulce melodía les envolvió alejándolos del mundo que les rodeaba transportándolos hacia el más alejado rincón de los cielos. Cogían sus manos, rozaban sus cuerpos, revoloteaban uno con el otro. Sus pasos acompasados, les transportaban lejos de allí. Margarita le miraba ensimismada, él le transmitía todo su amor. El baile de sus cuerpos, se entrelazaba con el de sus ojos que en ningún momento dejaron de observarse. Todos los presentes se dieron cuenta de la comunión de las miradas cuando sus ojos se perdían en el interior de los del otro. Hasta que la música terminó.

—Pero que bien que lo habéis hecho—les dijo Catalina acercándose a los dos.

Ellos, se soltaron las manos y sonrieron a la doncella. Cipri a su lado sonreía sin mediar palabra. Catalina disimulando para que su familia no pudiera chismorrear por permanecer tanto tiempo junto Cipri,  cogió a Gonzalo por el brazo.

—Vamos Gonzalo, ahora me enseñas a mí—y lo alejó unos metros para seguir bailando con todos los invitados.

Él sonriendo a Margarita se encogió de hombros y siguió a Cata sin decir nada. Cipri y Margarita se quedaron observándolos con una sonrisa.

Fue entonces cuando Lope, aprovechó para acercarse a la muchacha.

—Me permites este baile princesa.

Margarita, sintió un profundo desasosiego. Miró inmediatamente a Gonzalo pero este en aquel momento no miraba hacia ellos. 

Ella, con un reproche en su mirada  le dijo altiva.

—No, creo que sea buena idea después de lo que intentó hacer anoche.

— ¿Anoche? ¿Qué ocurrió? yo no recuerdo nada—dijo tirando de su brazo para llevarla al centro del baile. Cipri que continuaba junto a ella al ver la insistencia de aquel hombre intervino.

—Lope, Margarita te ha dicho que no es buena idea, así que será mejor que la sueltes, ¿no te parece?
El joven  se puso frente a Cipriano.

— ¿A ti quien te ha dado vela en este entierro?—dijo mientras empujaba a Cipriano para que se alejara de ellos—Lárgate y déjanos en paz.

Gonzalo, en aquel momento miró sonriente hacia ellos y  vio como Lope sujetaba a Margarita por su brazo. Su cuerpo se irguió como un árbol.

—Gonzalo, que te ha pasado que estás más tieso que la mojama. Mira como con Margarita bailas mucho mejor.

Él no respondió. Catalina, vio como Gonzalo cambiaba la expresión de su rostro y dirigió la mirada hacia donde miraba él. Al ver la situación en que se encontraba su amiga dijo de inmediato.

 —Gonzalo, ve a buscar a Margarita.

Él la miró agradecido y se fue hacia ellos.

— ¿Pasa algo?—preguntó al llegar allí. Margarita se zafó de las rudas manos de Lope mientras Gonzalo se interponía entre ellos.

—Lope, creo que debemos hablar—dijo el maestro.

Este que había bebido bastantes copas de vino, le retó con su mirada.

—No tengo nada que hablar contigo. Quiero bailar con esa mujer. ¿Qué pasa? ¿Es que no puedo hacerlo?

Gonzalo, volvió a cortarle el paso.

—Gonzalo, apártate si no quieres que…

— ¿Que Lope? Si no quiero que. Estás montando un espectáculo. Cristóbal no se lo merece.

Lope miró airado a su amigo.

—Sabes que esa mujer… tu cuñada… fue quien me dejó esta brecha en mi mano. Quien me robó mi caballo.

Gonzalo, miró de reojo a Margarita que continuaba junto a Catalina, asustada tras él.

—La pasada noche de luna llena. ¡Ella, me robó el caballo!—repitió alzando la voz.

—No grites, estás llamando la atención.

—Mira Gonzalo, por muy cuñada tuya que sea tiene que pagar lo que me robó.

—Está bien—dijo intentando apaciguar a su amigo—dime cuanto es y yo mismo te pago.

Lope lanzó una sonora carcajada. Abriendo los brazos dijo.

—Dice que me va a pagar. Pero yo no quiero tu dinero.

—Creo que has bebido mucho. Déjalo estar.

—No pienso dejarlo estar. Ella me robó y ahora yo quiero que me pague.

—Ya te he dicho que te pagaré. Dime cuanto es.

—No entiendes nada. Ella es el precio. —saltando su interposición, la sujetó por su brazo diciendo—Me la llevo, se viene conmigo.

—Creo que no estás muy bien. Haré ver que no te he escuchado.



Gonzalo dio media vuelta para dirigirse a Margarita cuando Lope intentó golpearle por la espalda. Margarita intentó avisarle pero antes de que pudiera habla el sexto sentido del héroe hizo que esquivara el envite, haciendo que Lope perdiera su equilibrio. 

En aquel momento Cristóbal se acercó  a ellos.

—Por favor, Lope. Estamos muy hartos de tu comportamiento. Siempre tienes que llamar la atención. Es mi boda, así que te pido que te comportes.

Lope, desde el suelo miró a Cristóbal y le dijo.

—Esa mujer es…

—Esa mujer es la madrina de mi boda. Y ni tú ni nadie me va a estropear el día. Si quieres quedarte con nosotros, hazlo, pero si te quedas y nos causas la más mínima molestia no vuelvas a cruzarte en mi vida. ¡Lo has entendido!

Lope, ebrio, intentaba levantarse. Gonzalo intervino.

—Cristóbal, ve con tu mujer. Disfruta del día, yo acompaño a Lope al carro.

—Está bien. Gracias Gonzalo.

Y Cristóbal se alejó. Gonzalo sin mediar palabra alargó la mano para ayudar a levantarse a Lope y cuando le tuvo a la altura golpeó la mandíbula de su amigo dejándolo noqueado.

—Gonzalo por Dios —dijo Margarita.

—No te preocupes, ya no te va a molestar más—Lo cargó sobre su espalda y lo llevó hasta las carretas. Dejando su cuerpo en la zona de carga para que durmiera la mona.

Gonzalo volvió junto a Margarita, Catalina y Cipriano.

— ¡Que! Seguimos bailando—dijo el maestro.

Todos miraron a Gonzalo sorprendidos.

—Gonzalo, creo que será mejor que vayamos tirando—agudizó Cipri.

Margarita y Catalina respondieron.

—Creo que es mejor, estoy un poco cansada por todo lo que ha pasado. Si no te importa yo creo que también es mejor.

—Pues como queráis. Voy a avisar a Cristóbal.

Tras los abrazos de despedida y gratitud, se dirigieron hacia la posada donde pasarían la noche y partirían a la mañana siguiente.


El camino se les hizo corto. Cipriano conversaba con Catalina y Gonzalo caminaba junto a Margarita. 

A pocas calles de la posada Gonzalo preguntó a Margarita.

— ¿Te apetece que nos acerquemos al rio?

Ella le sonrió, pícara. — ¡Gonzalo!

—No, no es eso. Quisiera pasear a solas contigo. Antes de que lleguemos a la villa.

— ¿Por qué? ¿es que acaso en la villa va a cambiar algo? ¿No podremos pasear?

—Pues sí. Creo que una vez lleguemos  a la villa, todo habrá cambiado.

Ella le miró con curiosidad. Entonces llamó a Catalina que se acercó curiosa.

—Cata, ir tirando que ahora vamos nosotros.

— ¿Es que os vais a algún lado?

—Gonzalo quiere hablar conmigo.

—Está bien, no sufras. Nosotros vamos pa la alcoba. Recuerda picar antes de entrar. —le dijo guiñándole el ojo.

— ¡Ay, Cata, como eres eh!

—Acaso tu no vas a…

—Pues no. No voy a…

—Está bien. Pues no vayas. Pero yo sí,  porque el vino me sube parriba lo insubible y una vez en la villa, no sé yo si… ya me entiendes… entre Murillo, palacio y to.

Margarita rió.

—Anda tira.

—Con Dios.

Cipri y Catalina continuaron el camino. Gonzalo y Margarita se dirigieron hacia el río.

Al poco tiempo llegaron y Gonzalo le indicó que se sentara junto a él en una gran roca que había cerca de la orilla. Ella sumisa obedeció. En su interior esperaba algo, pero no sabía bien que era lo que esperaba.

—Pues tú dirás—se adelantó ella.

Él con la cabeza apoyada en su brazos cruzados, miraba en silencio a Margarita. Como Gonzalo no decía nada, ella le miró.

—Te pasa algo Gonzalo.

Él extendió su mano hasta coger su mentón, se acercó a ella lentamente y la besó.

—Margarita.

—Si—respondió inquieta. Aquel silencio le hacía temer lo peor y beso le sonaba a despedida. Enseguida se posaron en ella todos los fantasmas del pasado.

Gonzalo, acercó su mano hacia su jubón y sacó del interior una pequeña cajita de madera. Margarita miró con curiosidad lo que Gonzalo portaba en su mano.

—Toma. Ábrelo—le dijo el maestro.

—¿Que lo abra?

—Sí, es para ti.

— ¿Para mí?

Margarita estaba nerviosa. El simple hecho de que Gonzalo le diera algo la llenaba de una alegría que no podía controlar.

—Venga, no lo mires más y ábrelo.

Ella, obedeció. Con mucha delicadeza abrió la pequeña cajita. En su interior brillaba con luz propia una pequeña sortija.

— ¿Y esto?—le preguntó conmovida. Gonzalo a su lado le sonreía.

—Gonzalo, que significa esto.

— ¡Tú que crees!

—Yo no creo nada. Dímelo tú.

— ¿Te gusta?

Ella, miró de nuevo la sortija. Mil sensaciones le subían y bajaban dentro de su menudo cuerpo. La sangre fluía con velocidad y el corazón galopaba como un caballo salvaje. Gonzalo, viendo el nerviosismo de ella le dijo.

—Mírame. Quiero que me mires cuando te haga la pregunta que llevo esperando hacer toda mi vida.
Ella más nerviosa, le miró con los ojos llenos de amor.

—Margarita, eres lo más dulce, hermoso y maravilloso que me ha pasado en la vida. Yo he estado viviendo una farsa, he estado perdido en un desierto sin brújula, ni orientación alguna, nada que me permitiera llegar hasta a ti. Pero por fin y gracias a este amor que ha vuelto a resurgir, hemos roto las barreras, por fin estamos de nuevo juntos, como antaño. ¿Recuerdas cuando te decía que tú serías mi mujer? ¿Qué pasaríamos el resto de la vida juntos?

Ella le miraba en silencio. Las lágrimas tenían copados sus grandes y expresivos ojos negros. Suspiró intentando analizar cada palabra que salía por la boca de Gonzalo. Él continuó.

—Margarita, quiero que esa felicidad que siento ahora, que me inunda el corazón, que me hace poderoso, que vence todo miedo, permanezca junto a mí el resto de mi vida.

Ella, continuaba sin hablar. Sus ojos brillaban a cada palabra, a cada gesto que Gonzalo hacía frente a ella.

—Margarita. ¿Quieres casarte conmigo?




Un estallido de felicidad, rompió el oprimido corazón de Margarita. Cerró los ojos, intentando retener aquellas palabras y las lágrimas brotaron en libertad. El silencio les acompañó durante unos minutos. Gonzalo, sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. Tenía miedo de que Margarita le diera una negativa por respuesta, había pasado mucho tiempo y aunque sabía que le quería como le había demostrado la noche anterior, el miedo vistió en ese momento al héroe de la villa. Con los nervios a flor de piel preguntó.

—Tu silencio quiere decir… ¿qué no?

Margarita abrió sus ojos y le miró. Le amaba tanto, había esperado aquellas palabras durante tantos años. Lo había soñado tantas veces. La intensa mirada del maestro permanecía chispeante aguardando su respuesta. Un susurró salió de sus labios.

—Gonzalo… ¿No estarás jugando con mis sentimientos?

—Margarita. ¿Acaso no me crees?

—No es eso… pero necesito…me gustaría escucharlo otra vez más.

Él, obedeció y acercándose más a ella le dijo suavemente evitando que el sonido de sus palabras rompieran el momento.

—Quiero pasar el resto de mi vida contigo, si tú quieres.

Sin decir nada, Margarita se abrazó a Gonzalo y entre sollozos le respondió.

—Te amo. Siempre te he amado.

— ¿Eso es un, Si? —le preguntó el maestro.

Margarita se separó de su cuerpo y mirándole a los ojos respondió.

—Sí, Gonzalo eso es un Sí. Quiero pasar cada minuto de mi vida dedicada a hacerte feliz. Llenarte de amor durante el día y disfrutar de ti cada noche. Quiero recuperar el tiempo perdido.

—Eso mismo pienso yo. Y voy a empezar a hacerlo desde ahora mismo.

Gonzalo cogió la sortija de la cajita y se la puso en su dedo.

—Este es mi regalo de compromiso. Llévalo hasta que nos casemos. Quiero que todo el mundo lo sepa.

—Gonzalo, pero no crees que primero lo debería saber la familia.

—No es necesario. En cuanto lleguemos a la villa nos casaremos.

Entre risas y lágrimas Margarita le preguntó.

— ¿Pero, en cuanto lleguemos? ¿Tan pronto?

Él, la miró de soslayo arqueando sus cejas y abriendo sus castaños ojos.

— ¿Tan pronto? ¿Te parece poco esperar toda una vida?

—Pero tendremos que preparar….

—Margarita, no pienso perder ni un minuto más.

Se incorporó, cogió a Margarita y la elevó junto a él dando vuelas sobre el mismo punto.

— Necesito gritar a los cuatro vientos que eres mi mujer.

Ella reía abrazada a su cuello, él la sujetaba por la cintura dando giros y giros hasta que perdieron el equilibrio y cayeron al suelo rindiéndose por esa gran felicidad que les desbordaba. Margarita le miró. Él estaba feliz. Parecía un niño. Su rostro, iluminado por la dicha que sentía, en aquel momento le hizo recordar tiempos del pasado, cuando ajenos a sus destinos idealizaban e imaginaban su futuro. En el suelo, el uno junto al otro permanecían sonrientes en silencio. Gonzalo, intuyendo los pensamientos de Margarita le dijo.

—Margarita. ¿En qué piensas?

—En nada y en todo. Pensaba en el destino.

Gonzalo se incorporó y se puso de medio lado inclinándose sobre ella.

—Yo, en mi interior siempre he sabido que mi destino, eres tú, siempre has sido tú.

Volvió a perderse en la profundidad de aquellos ojos que la apresaban cada vez que la miraban.

—Gonzalo. Te amo.

El silencio reino de nuevo. Sus corazones latían con intensidad. Sus labios se aproximaron con deseo, sintiendo como se fundían el uno con el otro. Sus manos, temblorosas y nerviosas comenzaron a despojar sus ropajes, hasta que cada uno pudo sentir la suave y tersa piel que se escondía tras ellos. Sus lenguas se apoderaron de sus bocas, enmudeciendo sus palabras y llenado sus desnudos cuerpos de sensaciones indescriptibles. Esos cuerpos que se atraían con una fuerza descomunal... Su lenta respiración, dio paso a jadeantes y fatigosos suspiros. La embriaguez del momento, les volvía alejar del mundo que les rodeaba. De nuevo el volcán de su pasión se abría paso entre ellos y se volvían a entregar en cuerpo y alma.


A la mañana siguiente preparando la carreta para salir hacia la Villa, Catalina miraba a Margarita con el rabillo del ojo. Cipriano miraba a Catalina haciendo muecas y guiños para advertirle de una nueva situación.

—¿Porque me haces guiños? ¿Qué es lo que te pasa Cipri?—dijo la doncella una de las veces que se quedaron solos en la cuadra.

—¿Es que no ves que Gonzalo está diferente. Y las miradas que le echa a su cuñá?

—Si ya me he dado cuenta. Creo que estos dos algo traman. Pero yo no me voy a quedar con la mosca tras la oreja.— dijo Catalina.

—¿Que vas ha hacer? Mejor estate quietecita.

—Eso no me lo dices cuando estamos en el jergón—dijo zalamera la doncella mientras se acercaba a Cipri.

Él sonriente quiso besarla, pero en aquel preciso momento unas risas los volvieron a la cuadra.

—Pues creo que sí que tendríamos que decirselo—dijo Margarita.

—¿Qué es lo que tendrías que decir y a quien? Si puede saberse claro—preguntó Catalina.

—Ay, Cata, que susto. Pensábamos que estábais despidiéndoos de la familia.

—Ya lo he hecho antes. Pero no me cambies de conversación que se que os pasa algo. Nos hemos dado cuenta los dos—Señaló a Cipri con sus manos. Este sonrió levantando los hombros.

—Pues si—dijo Gonzalo.

—Pues sí ¿qué?—preguntó curiosa la doncella.

—Margarita y yo tenemos que deciros algo.

La muchacha miró a Gonzalo y suspiró profundamente.

—Ay, madre que me lo imagino—intervino sonriente dirigiéndose a su amiga—Venga Gonzalo que no tenemos todo el día hombre.

Margarita, les mostró el anillo que lucía en su mano, mientras Gonzalo decía lo que sus amigos imaginaban.

—Margarita y yo vamos a casarnos.

Cipriano miró a Catalina que reía junto a Margarita. Se aproximó a Gonzalo y le abrazó felicitándole.

—Enhorabuena Gonzalo. Ya era hora que os decidierais. Es la mejor noticia que podíamos recibir.
Catalina abrazada a Margarita, la besaba sin parar.

—Que te dije yo. Que una boda trae otra boda. ¡Ay que felicidad madre! Si es que os lo merecéis, si es que habéis sufrió mucho. Trae que te bese Gonzalo. Me alegro mucho por los dos.

Cipriano abrazó a Margarita. Y los cuatro rieron alegres por las buenas nuevas. Tenían cargada la carreta, se habían despedido de sus amigos y familiares, por lo que los cuatro se subieron a ella, y partieron entre risas y abrazos.

La carreta partió hacia la Villa. Mientras Lope, desde el quicio de la puerta de la posada, tenía la mirada fija en un solo objetivo. Margarita.





CAP- 45  FANTASMAS DEL PASADO


El camino fue ameno y menos cansado de lo que esperaban, hablaron de la boda, reían sin parar pensando en los preparativos y en como lo iban a celebrar.

Hacía ya bastante tiempo que habían despedido a Andrés y María y habían tomado el sendero que definitivamente les llevaría de vuelta a la villa. Todo a su alrededor estaba en calma. Margarita, en la última parada, se había sentado junto a Gonzalo y amenizaba el viaje con una dulce canción de amor. Cipriano y Catalina viajaban en la zona de carga. Ella apoyaba su cabeza en el pecho del posadero, y  cogidos de la mano soñaban  en el momento en que ellos también podrían cantar a los cuatro vientos su amor.

Gonzalo, lanzaba miradas furtivas a Margarita y sonreía llenándose de satisfacción cada vez que la encontraba observando embelesada el anillo que circundaba su dedo.  Margarita en una ocasión se dio cuenta y preguntó.

— ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

—Nada, no me hace gracia nada. Es que te he visto tan absorta, mirando el anillo, que…

Ella, sonrió.

—Gonzalo, me siento muy feliz. Soy la mujer más dichosa del mundo. Porque tengo al amor de mi vida junto a mí.

—Y eso será por siempre y para siempre.

Margarita, cerró suavemente sus ojos y respiró profundamente.

—Me da miedo tanta felicidad.

—No tienes por qué tenerlo. Yo estoy aquí.

Volvió a sonreír. Entonces, Margarita indiscreta le dijo.

—Tengo una curiosidad.

—Dime—respondió sin dejar de conducir los caballos.

— ¿Cómo es que tenías el anillo? ¿Te lo llevaste a Toledo? Normalmente las personas no viajan con anillos de plata.

Una carcajada se mezcló con el aire del camino. Cipriano y Catalina, permanecían ajenos a la conversación y con  su mente tan perdida en su interior que no hicieron caso a la sonora carcajada.

— ¿Te ríes?

—Sí Margarita, pero ni de tu pregunta, ni de ti.

— ¿Entonces?

—Debo de confesarte que el anillo, era parte de mí desde hace mucho tiempo.

Margarita le miró extrañada.

—No me mires así. Desde aquella mañana… recuerdas.

Ella le miraba sin decir nada.

—Lo tenía por si quizá… si me perdonabas… algún día yo...

—Gonzalo. Y Pensar que...

—Bueno, bueno, no nos pongamos tristes. Ahora todo aquello pasó y tú y yo estamos juntos.

Margarita, sujetó con ambas manos el musculoso brazo del maestro y apoyando su cabeza sobre él, sonrió en su interior al recordar que sujetaba el vigoroso brazo del héroe de la villa. Su héroe.

Poco a poco, fueron viendo aldeanos que  caminaban por el sendero, eso les indicaba que ya les quedaba muy poco para llegar. Todos se habían quedado en silencio ensimismados cada cual con sus pensamientos. De pronto, se escucharon unos gritos y les trajo de nuevo a la carreta.

— ¿Qué ha sido eso Gonzalo?—preguntó Margarita alarmada.

Gonzalo tiró de las riendas para parar el carro y poder escuchar de dónde venían aquellos gritos. Volvieron a escuchar aquellos lamentos y pudieron averiguar que provenían de un grupo de aldeanos que estaban reunidos un poco alejados, en lado derecho del camino.

—Voy a ver qué pasa, vosotros quedaros aquí—dijo el maestro.

Y antes de que Gonzalo pudiera bajar del carro, los hombres del comisario pasaron a galope muy cerca de la carreta y se dirigieron hacia aquel lugar.

—Algo grave a ocurrido Gonzalo, yo también voy —dijo Cipri.

— ¿Y nosotras?—preguntaron Catalina y Margarita.

—No, vosotras será mejor que no vengáis—les dijo el maestro. — si están los hombres del comisario puede que sea algo desagradable.

—Pues da igual Gonzalo, si es algo desagradable nos venimos y punto. Al fin y al cabo ya está la autoridad para remediar lo que sea que se tenga que remediar—argumento Catalina.

—Está bien—dijo al fin Gonzalo—Vamos, pero si es algo...

—Sí, nos volvemos Gonzalo, ya lo sabemos—interrumpió Margarita. Gonzalo asintió y se dirigió hacia el grupo.

—Si es que nos trata como si fuéramos niñas. Anda que no te va a cuidar poco ni ná, cuando sea tu marido. Menudo es el maestro—replicó Catalina guiñando un ojo a su amiga.

Las dos rieron y cogidas del brazo y se fueron tras ellos hacia el grupo de personas que empezaban a  rodear a los hombres del comisario.


Al llegar allí, Gonzalo preguntó a uno de los campesinos.

—Buen hombre ¿Qué ha ocurrido?

—Pues acabo de llegar, pero parece ser que María la hija de los García, se llegó hasta aquí junto a unos chiquillos para enterrar a su perro—A Gonzalo se le cambió la expresión. Con disimulo miró a un lado y al otro de aquel rincón de la explanada, mientras el campesino continuaba con su explicación— pobrecilla María, el animal le hacía mucha compañía. Cuando la peste llegó a la villa se quedó sin padres, ni hermanos y el animal era toda su familia y su consuelo—Margarita, casi no escuchaba al campesino, se había dado cuenta del cambio de expresión que había sufrido Gonzalo, su gesto serio de preocupación que había adoptado el maestro la inquietó. Se acercó a él.

— ¿Te pasa algo Gonzalo?

Él, la miró y dijo enmascarando su desazón.

—No, no, nada, es que tengo un mal presentimiento. Los hombres del comisario no vienen por que alguien entierre a su perro en el monte.

El hombre seguía explicando— La muchacha quería enterrarlo en un lugar tranquilo donde poder venir y para rezarle a solas. Pero…  cuando estaban cavando el foso—el hombre se acercó a ellos y hablo con voz queda—se encontraron un cadáver.

De pronto a Gonzalo le aparecieron todos los fantasmas del pasado y se le cayó el mundo encima. El maestro cerró los ojos, sabía perfectamente que lo que había imaginado hacía tan solo unos instantes, lo que había temido por un momento, se había  hecho realidad. Instintivamente miró a su amiga.

— ¡Ha dicho un cadáver!—dijo Catalina chismosa, mientras se dirigía rápidamente hacia el interior del corrillo.

—Catalina, a donde vas mujer —la llamó Margarita.

Gonzalo sujetó a Margarita por el brazo.

—Margarita, será mejor que no vayas.

Ella le miró. Él cerró sus ojos suplicante.

—Hazme caso, ver un cadáver no es plato de buen gusto. Quédate aquí por favor, yo voy a buscar a Catalina y a Cipri.

—Está bien, tranquilo Gonzalo—respondió al sentir el desasosiego en sus palabras—os esperaré aquí. Así vigilaré el carro, no sea que nos quiten lo poco que llevamos—le sonrió.

Él la besó y le dijo.

—Vuelvo enseguida.

Al llegar junto a sus amigos, Gonzalo comprobó que Catalina estaba pálida. Cipri miró a Gonzalo intentando decir sin hablar lo que había sucedido, pero no fue necesario, ya que el maestro pudo comprobar como dos de los hombres del comisario llevaban en volandas un cadáver descompuesto por el tiempo. Instintivamente y con preocupación miró hacia Catalina que estaba petrificada, sus ojos casi salían de sus orbitas y balbuceaba palabras que para Cipri eran incomprensibles y para el maestro eran totalmente claras.

—¡No puede ser!—repetía sujetando fuertemente el brazo de Cipriano. —¡No es posible! Esas ropas, esos zapatos.

Gonzalo se aproximó a su amiga y le dijo dulcemente.

Catalina, mejor que no veas este espectáculo tan lamentable. Será mejor que vayas junto a Margarita que está esperando en el carro.

La mujer buscó sus ojos y llena de dolor dijo.

—¡Gonzalo! Ese cadáver es…

Él, intentó calmar a Catalina, ella con un gran desasosiego y  llena de angustia repitió.

—¡Gonzalo, esas ropas… ese hombre es… es Floro!—repitió con lágrimas en los ojos.

—¡Pero que dices mujer! Anda, como va a ser Floro. Venga hazme caso y vuelve con Margarita.

—Si Catalina—intervino Cipri—será mejor que hagas caso a lo que te dice Gonzalo.

—¡¡Pero es que no os dais cuenta!!—Gritó—¡¡Es Floro!! Son sus ropas, sus zapatos. Los conozco perfectamente.

En aquel momento, uno de los hombres del comisario la miró. Gonzalo que estaba pendiente de su alrededor dijo rápidamente poniéndose entre la mirada del hombre y Catalina.

—No, Catalina, no digas, ni hagas nada.

 Cipri les siguió. Ella no quería marcharse de allí.

—No, Gonzalo, no puedo irme—repetía.

—Pero, ¿es que no te das cuenta? —Dijo en voz queda—Si ese cadáver es de Floro, te pedirán explicaciones.

— ¿Explicaciones, a mí de qué?  Si yo pensaba que estaba en las Américas.

—Pues, te preguntarán, porque Floro esté enterrado en medio del monte, sin recibir cristiana sepultura—dijo el posadero.

—No, Cipri. Eso no es lo peor. —Continuó Gonzalo— Lo peor es que…—miró a su amiga con aflicción—perdóname Catalina, pero lo peor es que, según he escuchado, le han degollado y le han cortado la lengua. Por lo que  además de un asesinato, puede que a la persona que culpabilicen la tachen de brujería, e intervenga la inquisición y la ya sabes cómo se las gasta la santa inquisición, necesitarán un culpable, y lo buscarán. ¿Entiendes?¡Cualquier culpable! Y ya sabes—dijo sin dejar de mirar a Catalina—la inquisición se aloja en palacio. No tenemos que darles motivos para que pongan sus ojos en ti, ni en nadie de tu alrededor.

Ella le miraba sin apenas oírle, ni entender nada. Cipri le habló.

—Gonzalo tiene razón. Es mejor que no digas nada.

Gonzalo prosiguió.

—Catalina, has de ser fuerte. El que se haya encontrado un cuerpo enterrado en pleno monte, y en esas circunstancias, les deja la puerta abierta a la investigación del caso. Y evidentemente cuando descubran de quien se trata,  irán a preguntar sin duda a su viuda que eres tú, así que lo mejor será que dejemos trabajar a la autoridad, nos marchamos y cuando lleguemos a la villa,  ya veremos lo que hacemos. Ahora si dices algo sobre Floro, te harán muchas preguntas de las que no tienes respuestas, te llevarán al calabozo y no te dejaran salir de allí en tiempo. Y si no encuentran culpable, puede que incluso te digan  que has sido tú. Catalina, la muerte de Floro, suponiendo que sea él, ha sucedido en extrañas circunstancias, debes evitar por todos los medios que te relacionen con él.

—Pero Gonzalo… se trata de Floro—lloraba— ¿Cómo le voy a dejar ahí?

Gonzalo, se puso frente a ella y la cogió por ambos brazos.

— ¿Qué es lo que pretendes? ¡Reacciona! ¿Quieres qué te detengan? ¡Piensa en tu hijo! ¿Acaso, quedándonos aquí o hablando sobre Floro, podemos hacer algo por él?

Catalina le miró desconcertada.

—Catalina, Gonzalo tiene razón. Anda vamos para casa—dijo Cipri mientras dejaba que ella se apoyara en su brazo.

 Margarita, se había acercado a ellos y al verles en aquella actitud preguntó inquieta.

— ¿Que ocurre, porque llora Catalina?—miró a Cipri

—Es…Floro.

— ¿Floro? ¿Dónde está? ¿Han vuelto de las Américas? ¿Están heridos? ¿Me podéis explicar qué pasa que no está aquí con vosotros?—preguntaba atropelladamente al ver las expresiones en los rostros de Gonzalo y Cipri y el dolor y las lágrimas de Catalina.

Gonzalo negó con la cabeza. Catalina, miró a Margarita, y se echó sobre sus brazos rompiendo a llorar.

— ¿Pero qué ocurre? ¿Dónde está Floro? ¿Le ha pasado algo? Catalina, dime ¿por qué lloras? 

Ella, levantó su rostro del hombro de su amiga y la miró de frente.

— ¡Está muerto!

— ¿Cómo? —preguntó sorprendida.

—Está ahí, en una fosa que se ha encontrado una niña. Al parecer iba a enterrar a su perro y se ha encontrado con… —explicó Cipri.

—Margarita, ¡está muerto!—gritaba Catalina mientras volvía a fundirse entre sus brazos llorando desconsoladamente.

—Será mejor que nos vayamos de aquí—apremió Gonzalo—Hay un hombre del comisario que nos está mirando y es mejor que nos vayamos de aquí antes de que venga a preguntarnos.— Pero ya era tarde.

— ¡Eh! Vosotros—llamó al alto el oficial.

Los cuatro se pararon en seco. Catalina, recordando las palabras del maestro tomó fuerzas y  se secó las lágrimas con el reverso de la mano. Margarita de espaldas al hombre, le hacía muecas para que se callara.

—Si—respondió Gonzalo.

— ¿Por qué llora tanto esa mujer? ¿Le conocía?

—Como lo va a reconocer si na más hay huesos—respondió Cipri.

Catalina no pudo contener de nuevo el llanto. Margarita hizo un gesto obligando a su amiga a reponerse.

—Es que no puedo ver a los muertos oficial. Es ver a uno y me pongo a llorar como una tonta.

—Es muy sensible —intervino Margarita.

El hombre, les miró de arriba abajo.

—Bueno, pues se acabó la función. A llorar a sus casas, venga desalojen, no hay más que ver.

—Sí, señor. Ya nos vamos—respondió Cipri con sumisión.

—Señor, ¿A dónde lo llevamos?—se escuchó gritar a  otro  de los hombres del comisario.

—Llevadlo a los calabozos, el comisario tendrá que verlo para identificarlo, quizá entre sus ropas quede algo y podamos saber quién es. Después si nadie lo reclama lo echaremos a la fosa común.
Catalina escuchaba aquellas órdenes tragándose las lágrimas. Cipriano la cogió por el brazo y se la llevó hacia la carreta. Gonzalo y Margarita caminaron tras ellos.

— ¡Por Dios Gonzalo! Pobre Catalina, y ella pensando que estaba en América.



Gonzalo caminaba junto a ella sin decir nada. Margarita recordó que cuando se acercaron a hablar con el campesino a Gonzalo le había cambiado la cara.  Ella le miró de reojo refugiando su mirada entre sus cabellos y observándolo en silencio pudo comprobar que la mirada de Gonzalo no era de dolor, ni sorpresa.  ¿Acaso, Gonzalo sabía de ante mano que Floro estaba muerto?

—Gonzalo, ¿en qué estás pensando?—preguntó Margarita.

Él la miró. Algo tenía que decirle, pues sabía que Margarita era muy intuitiva y le conocía como nadie.

—No, no me pasa nada, no te preocupes.

—Gonzalo no me puedes engañar.

—Bueno, en realidad pensaba egoístamente.

Ella arqueó las cejas.

— ¿Tu, egoístamente?

—Pensaba en nuestra boda, quizá tengamos que esperar por respeto a Floro y a Catalina.

Margarita, le miró. Sospechaba que era otra cosa la que andaba barruntando, pero le pareció una muy razonada respuesta.

—Pues sí, Gonzalo. Deberíamos dejar pasar un tiempo para que pudiera calmarse un poco ese dolor.

—Pues, así lo haremos— y posando su mano en la espalda de Margarita le dijo— Anda vamos para casa. Y  ya veremos qué podemos hacer.

Durante el escaso camino que les separaba de la villa, Cipriano habló con Catalina.

—Catalina, ahora tienes que cambiar esa cara, se supone que no sabemos nada y que venimos de una boda, así que tenemos que estar felices como hace unos minutos.

—Cipriano tiene razón—continuó el maestro—Murillo de momento no tiene que saber ni sospechar nada ya que todavía no hay nada oficial, ni sabemos a ciencia cierta que sea así.

—Es verdad Catalina, tienen razón—intervino Margarita.

—Y como queréis que esté. ¿Cómo me podéis pedir que disimule mi dolor?

—Catalina, tú eres fuerte. Tienes que hacerlo, por ti y por tu hijo. Ahora tenemos que llegar eufóricos.

—Cipriano la besó en la frente y la refugió entre sus brazos.

—No sé qué voy a hacer—sollozó Catalina.

—Mira, de momento, tenemos que pensar que tenemos motivo de felicidad, cuando lleguemos a la villa hemos de estar pletóricos, no debemos olvidar que estos dos tortolitos pronto serán marido y mujer. —animó Ciprí.

La mujer miró a su amiga que asentía en silencio las palabras de Cipri.

Gonzalo, de espaldas a ellos continuaba guiando a su caballo. Catalina, cerró sus ojos con fuerza, apretó sus labios y respondió.

— ¡Tenéis razón! Nadie debe saber nada de esto. Cuando me lo comuniquen entonces veré.

—Esa es mi Cata—dijo Margarita besándola efusivamente—Yo te ayudaré. No lo olvides, todos estaremos junto a ti.

—Gracias Margarita.



A pocos minutos, llegaron a la villa, junto con el atardecer. Dejaron la carreta en la cochera de la casa del maestro y todos saltaron del carro. Mientras Cipri y Catalina empezaron a bajar sus cosas Margarita llamó a su cuñado.

— ¡Gonzalo!

Este, dejo lo que estaba haciendo y se acercó a ella.

—Dime, mi amor—respondió acariciando su rostro.

—Pues eso, lo que acabas de decir. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

Catalina y Cipri, no pudieron evitar escuchar la pregunta de Margarita y apartando el dolor que sintieron hacía unos minutos, sonrieron cómplices de aquellas palabras. 

— ¿Qué, qué vamos a hacer?—respondió Gonzalo. Y cogiendo a Margarita de su mano se dirigió hacia la cocina gritando— ¿Hay alguien en casa?

En aquel momento, Alonso salió a su encuentro.

— ¡Padre!—se tiró sobre él para fundirse en un abrazo— ¡Tía!—volvió a abrazarse con fuerza.

—Hola Alonso. ¿Cómo estás mi amor?—preguntó la muchacha.

—Bien. Aquí con Murillo, Mencía y Sátur. ¡Sátur!—gritó el muchacho— ¡Murillo!, venid que ya están de vuelta de Toledo.

—Pero Alonso, ¿a qué se debe este alboroto?—preguntó el criado yendo a su encuentro.

 Al ver a los recién llegados se abalanzó sobre ellos.

—¡Amo, ya han vuelto!—Sátur, al igual que Alonso, no dudo ni un instante y  se tiró efusivamente, sobre los brazos de Gonzalo.


Al momento estaban todos reunidos en la cocina, sentados alrededor de la mesa y hablando de la boda de Cristobal. Los que se habían quedado en la villa reían alegres al escuchar las aventuras que habían vivido en Toledo, mientras los recién llegados les explicaban sobre la ciudad, las calles, el rio…

En una de las ocasiones que el maestro se levantó a por unas jarras de agua, Sátur se acercó para comentarle.

—Amo, ¿es que no me tiene que contar ná?

Gonzalo, alzó sus cejas mirando de reojo a su postillón mientras llenaba la jarra.

— ¿Crees que tendría que contarte algo…que no haya contado ya?

Sátur se acercó más, tocándose su barbilla como siempre hacía cuando le picaba la curiosidad.

—Verá amo.

Gonzalo, miró furtivamente a Margarita y le sonrió. Ella, cerró sus ojos recibiendo aquella sonrisa.

—Eso,  a eso me refiero.

— ¿Eso? Eso ¿qué?

—Aquí a pasao algo. A mí no me puede engañar—Se separó de él unos pasos y le dijo volviendo a su posición— Si me parece que hasta camina más ligero—Gonzalo preguntó con su mirada. Sátur continuó— Algo así como si hubiera dejao la carga de trigo en Toledo, ya me entiende. ¡Vamos, que me parece que ha seguido mis consejos eh!

— ¡Sátur!

Gonzalo, sonrió y movió la cabeza a ambos lados, haciendo el intento de ir hacia la mesa.

Este, se palmeó su rostro con ambas manos.

— ¿Ay madre que va a ser verdad? ¡Que ha descargao!

—Sátur, cállate anda.

—Amo, deje que le dé un abrazo—El postillón se abalanzó sobre Gonzalo que no pudo hacer nada pues llevaba en sus manos las dos jarras llenas de agua—Deje que sea el primero en felicitarle…

Alonso, que también había ido hacia donde estaban ellos preguntó.

— ¿Qué es lo que has descargado en Toledo padre? ¿Por qué te felicita?

—Ya estamos. Es que no tienes otra cosa que hacer que estar escuchando—reprendió Sátur a Alonso…

— ¿Qué pasa? ¿Que solo te puedes enterar tú de todo?

—Está bien—intervino el maestro— id a la mesa. Tengo que contaros algo importante.

— ¿Es algo bueno padre?

—Júzgalo tú mismo—dijo dejando las jarras sobre la mesa. Todos miraron al maestro al oír aquellas palabras.

Gonzalo caminó hacia Margarita, le tendió su mano y la invitó a levantarse junto a él. Ella, sintió como el corazón le iba a salir por la boca. Sátur lleno de felicidad y una profunda emoción les miró, había llegado el momento que tanto había deseado. Por fin su amo, había aparcado el miedo y la tozudez y había roto con los fantasmas del pasado que tanto se habían aprovechado de aquel puro amor. Por fin iba a decir todo lo que llevaba guardado en su interior, durante tantos años.

— ¡Venga, padre! ¿Qué es eso que tienes que contar?—dijo sentándose junto a Murillo.

—Veréis. La vida a veces nos hace caminar por senderos diferentes al camino que un día desde pequeño creíste que deberías seguir. La vida, te pone trabas, te desorienta, te confunde, te produce dolor. Pero llega el día que comprendes que hagas lo que hagas, vivas lo que vivas, tu vida y tu camino están marcados desde tu nacimiento. Que hagas lo que hagas, intentes lo que intentes, lo que ha de ser, será. Cada cual tiene su destino y ese más pronto o más tarde te atrapará.

Ahora, y aquí os digo, que no se puede luchar contra los sentimientos, que te das cuenta que el amor—miró a Margarita y le cogió su mano —es lo más grande en esta vida y que sin amor solo hay vacío—Acarició la suave mano de Margarita y la miró con devoción—te das cuenta que para ser feliz solo tienes una dirección, que todo lo que anhelas y por suerte tienes al alcance de tu mano, debes cogerlo, para ser feliz, debes abrir tus brazos y dejar que esa felicidad te toque el alma.

—Sí, es que tiene un pico… —dijo Satur al escuchar aquellas palabras.

Alonso, miró con asombro a Satur y este lo miró a él. Ambos sonrieron ampliamente. Satur, miró a Mencía que permanecía boquiabierta escuchando a Gonzalo. Cipri y Catalina permanecían junto a Murillo, por un momento en su mente solo revoloteaban las palabras del maestro y sonreían también. Sátur, interrumpió.

—Pero, digo yo amo… ¿Podría ser un pelín más concreto?  Es que mirándolo bien…. No nos ha dicho ná.  ¿Qué nos quiere decir?—inquirió intencionadamente—y a poder ser con menos retórica, ya sabe...

Gonzalo rió. Alonso, los miraba lleno de alegría. Adivinaba lo que les estaban intentando explicar y lo que  con tanta ilusión había estado esperando.

—Con eso he querido decir que…—Miró a Margarita y esta intervino.

—Que en Toledo…

—Le he pedido a Margarita, que se case conmigo— continuó el maestro.

Alonso abrió los ojos de par en par gritando lleno de felicidad— ¿Que le has pedido a tía Margarita que se case contigo?

Gonzalo sonrió asintiendo. Alonso se levantó feliz y se abrazó  a ambos a la vez.

Satur dijo prudente, mientras sonreía con nerviosismo.

—Bueno, bueno, Alonsillo, espera hijo espera—se acercó a ellos y mientras separaba a Alonso de su padre dijo—espera, que sabiendo cómo son tu padre y tu tía de empecinaos, puede que todavía nos den una sorpresa y hayan decidido que no se casan o que tu tía se lo tiene que pensar. Porque  no sabemos que le ha respondido la señora. ¿No?

— ¡Y que le va a responder Sátur!—le recriminó Mencía—Si hasta yo sabía que esto tenía que pasar. Además, no estarían ahí de pie explicando esos sentimientos tan bonitos.

—Tienes razón, pero yo… no lo sé—dijo levantando sus manos a ambos lados—No he escuchado nada de eso y no es la primera vez que me quedo sin plumas y cacareando—Se dirigió a Margarita y le preguntó— ¿Y usted?... ¿qué le ha contestado? Si puede saberse.

—Pues que le voy a contestar Sátur. Si lo he estado deseando toda mi vida. ¡Pues que sí!

—¡Pues ahora sí que sí!—gritó contento el postillón mientras se carcajeaba y abrazaba a todo el que estaba presente— Anda Alonsillo, saca ese vino que tiene tu padre pa ocasiones especiales y no se hable más—Gonzalo le miró de soslayo. Sátur le respondió—Amo, no me mire así que por fin ¡Vamos a casarnos! Y eso hay que celebrarlo por todo lo alto—gritó feliz el postillón, mientras sacaba vasos para todos.




Todos rieron, por las ocurrencias del criado y poco después estaban brindando por el noviazgo y el nuevo enlace de Gonzalo de Montalvo y Margarita Hernando.

Margarita miró a Gonzalo y le sonrió feliz, mientras él reía y abrazaba a su hijo y a Satur. Por fin se convertiría en la señora de Montalvo, lo que desde niña siempre soñó. La mujer del maestro y del héroe de la villa. Aunque, no podía evitar sentir cierto temor,  porque ahora sabía su secreto y pese a que ya sabía el porqué de las salidas nocturnas y ya no tendría que sufrir más los celos que la martirizaban, se sentía intranquila. Necesitaba hablar de esas otras cosas importantes y que tanto tenían que ver con su vida. Margarita quería  explicarle y preguntarle tantas cosas. Tenía la sensación de que Gonzalo o el Águila Roja sabían de ante mano lo de la muerte de Floro. Sabía que la madre del héroe estaba más cerca de él de lo que se imaginaba y en consecuencia también había descifrado quién era su hermana. Y lo más importante y lo más hermoso era, que dentro de ella, crecía y crecía un nuevo ser. Dentro de su vientre se estaba gestando el hijo del Águila Roja. Margarita volvió a mirar a su alrededor y se sintió plena, acarició con disimulo su vientre y  se sintió dichosa.

De pronto, se escucharon unas voces. Todos se quedaron quietos en sus lugares.

— ¿Que gritos son esos?—Preguntó Cipriano.

— ¡Alto a la guardia!—se escuchó desde la cocina.

— ¡Son los hombres del comisario!—dijo alarmado Gonzalo, apartando a un lado a su hijo, y corriendo hacia la puerta.

— ¡Amo, no salga señor!

—Llevan unos días que cada noche los hombres del comisario hacen lo mismo, barren casa por casa—explicó Mencía—Yo al principio pensé que me buscaban a mí. Pero están buscando a una anciana mujer.  Por lo visto dicen que la vieron merodear por esta zona de la villa y quieren encontrarla como sea.

Margarita y Catalina se miraron entre sí. A su memoria volvió la imagen de Laura. Estas miraron a Sátur y  este antes de que hablaran comprendió lo que le querían preguntar.

—Sí, Catalina. La mujer está bien. Pero la he tenido que sacar de tu casa.

—Y ¿a dónde la has llevado?—preguntó nerviosa.

—Tranquila, a un lugar seguro.

Gonzalo, se aproximó a ellos.

—Estáis hablando de la anciana que tenías en casa—dijo señalando la casa de Catalina.

—Sí, Gonzalo—respondió Margarita.

—Y ¿de quién se trata, para que la busquen con tanto afán? El comisario no persigue a una anciana sin más.

—No es el comisario solamente el que busca a esa mujer…—dijo Sátur.

Gonzalo le miró.

— ¿Quién más la busca?

—El Cardenal Mendoza. Él también trae a su guardia a fisgonear por el barrio—intervino Mencía—yo ya  me he hecho amiga de alguna que otra vecina y me entero de todo.

Margarita, suspiró y una desazón se apoderó de ella, tenía miedo por Laura, si algo le pasaba nunca se perdonaría no haber confesado a tiempo a Gonzalo que su madre era ella y que había estado tan cerca… Cerró sus ojos rezando para que nada malo le ocurriera. Sátur quería decirle a su amo lo que había descubierto, decirle que había encontrado a su madre, que Dios se la había puesto en su camino, que ahora podrían hablar de sus cosas y por fin sabría quién era su padre, pero en aquel momento no podía hablar. Y Catalina, tampoco podía decir lo que sin querer había escuchado en palacio, no podía decir que aquella anciana era ni más ni menos que la madre de la señorita Irene, y que por eso la estaban buscando con tanta persistencia, no podía decir que Laura le confesó que alguien la quería matar y que sospechaba hasta del mismo rey de las Españas. Y una congoja la llenó de angustia.

Todos y cada uno de ellos guardaba en su interior un secreto, un secreto que sin saber el alcance del mismo, podía cambiar la vida del maestro de la villa. Gonzalo intranquilo volvió a preguntar.

—Si el Cardenal Mendoza, también la busca. ¿Quién es esa mujer?

De pronto, el sonido de unos disparos respondió a su pregunta. Y todos en casa del maestro echaron a correr hacia la puerta. La gente en la calle murmuraba y corría para refugiarse en sus hogares.

—¿Qué ha pasado buena mujer?—preguntó Gonzalo, deteniendo a una vecina que corría despavorida.

—Los hombres del Cardenal Mendoza han matado a una anciana, cuando corría a refugiarse hacia la iglesia de San Felipe. Métanse en sus casas maestro, háganme caso—Y la mujer salió corriendo hacia su hogar.

Todos los presentes se quedaron atónitos ante las palabras de la mujer.

—Dios mío—suspiró Margarita, mientras cerraba sus ojos.

—Madre de Dios—dijo Catalina mientras se santiguaba.

— ¡Ay, madre! ¡Que me la han “matao”! —susurró Sátur.

Todos pensaron en la misma mujer Todos pensaron en Laura de Montignac.


Fin de la primera parte de MI DESTINO ERES TÚ.



Doy las gracias a las compis que me han decorado el relato, Mari Carmen, Drea, Sueña, Aura, Ampar, Una+. Y A todas las que me habéis arengado para poder seguir con el relato, que me habéis seguido capitulo a capitulo. Todo empezó con un relato corto de unas pocas páginas y he  llegado  a 379. Gracias a todas y al amor que profesamos a esta maravillosa serie Águila Roja.
Volveré…. UN HÉROE SIEMPRE VUELVE.
A más ver.

MarGonz  de Montalvo
Mayo 2013





2 comentarios:

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