30 de octubre de 2014

RELATO- DOLOR EN EL ALMA.


CAPITULO 6- DOLOR EN EL ALMA


Aquella noche se hizo eterna. María fue incapaz de dormir ni un instante. Sus pensamientos eran negros y profundos como aquella misma noche, sentía que había sido presa de una gran pesadumbre, y que esta la arrastraba hacia el más profundo de los abismos.

La sensación de angustia que yacía junto a ella, la mantenía excitada, inquieta, desazonada. Presa de la zozobra, se levantó de su lecho, frio y vacío de amor,  y paseo por la alcoba con sus recuerdos a flor de piel, suspirando por el destino y la fortuna de Gonzalo, no podía dejar de pensar en él. Sin darse cuenta, sus pasos le habían conducido frente al ropero, y se encontraba acariciando una de las camisas de Gonzalo que junto con su ropa, continuaban colgadas en su interior.

Su olor, todavía permanecía en aquellas prendas, y María cogió con mimo, una de ellas y se la acercó con delicadeza a su cuerpo, abrazándola con evocación. Las lágrimas no cesaban de brotaban de sus atormentados ojos, sin remedio, deslizándose por sus mejillas a placer y cayendo en el vacío, un vacío, como el que sentía ella, en aquellos instantes. María sentía en su interior que algo había sucedido, que algo terrible estaba sucediendo en aquel instante.  Caminó con la prenda pegada a su cuerpo y se echó sobre su lecho, llorando sin encontrar consuelo, y sin poder zafarse de aquella capa de abatimiento que cubría todo su ser.

Y así permaneció toda la noche, aferrada al recuerdo de Gonzalo, respirando su aroma, y sintiendo como su vida se desvanecía con la noche y con miedo, a lo que el nuevo amanecer le tenía reservado. Necesitaba saber de él, pero lo que no sabía, era, que aquellas nuevas que le llegarían con el alba, jamás las hubiera querido conocer.


El Infanta Beatriz, zozobraba perdido en la inmensa negrura del océano. Apenas se escuchaban aquellos gritos, apenas se divisaba ninguna luz. En aquel momento, Martín sintió como el suelo se hundía bajo sus pies, y como el agua le engullía cubriéndolo por completo, y como en tan solo unos instantes, todo su alrededor, se perdía frente a él. 

Minutos antes, había podido llegar a su camarote, al entrar en él, buscó con premura sus más preciadas pertenencias, las cartas de Pilar, la bolsa de dinero, alguna que otra documentación, y lo introdujo en su mochila, cargándosela sobre sus espaldas y saliendo inmediatamente del camarote, sin pensar que aunque salvara aquellas posesiones poco podría aprovechar de ellas, en caso de salvar su vida, pero el instinto humano le hizo reaccionar así. Al salir al pasadizo, el agua había subido de nivel, apenas podía caminar, el agua le llegaba a las caderas, y entonces la ansiedad que ya habitaba en él, se aceleró de tal forma que su respiración se tornó más agitada, la sangre le corría a borbotones, y el corazón le latía a la velocidad e la luz, sabía que tenía que subir lo antes posible, que tenía que llegar a cubierta. Martín temía, que de tardar mucho más, no podría abrir las puertas que encontrara a su paso, y no pudiera llegar a salir al exterior.

En el transcurso de los escasos metros que le separaban de la escalera de subida, encontró a su paso, algún marinero que alentaba a los posible pasajeros que quedaran a su alrededor.

—Señor —se dirigió a él—suba rápidamente a cubierta. El Infanta Beatriz ha sufrido muchos daños y nos tememos lo peor. Todavía quedan algunos botes para poder salir de aquí.

Martín sin mediar palabra asintió, y siguió su camino, sabía que aquel marinero tenía razón, debía salir de allí. Corrió todo lo que le daban sus piernas, que cubiertas de agua hasta su cintura, no le dejaban caminar al ritmo que se proponía. Al pasar frente a un camarote, escuchó el llanto de una mujer. Sin pensarlo dos veces, Martín paró en seco, y con su condición innata de ayuda hacia los demás, guió sus ojos hacia el lugar de donde provenía el llanto. Y allí encontró a una muchacha arrinconada en una esquina de su camarote, aferrada a una columna llorando sin cesar. Martín no pudo continuar su camino, y preocupado por el futuro de la muchacha se dirigió hacia la estancia. Una explosión volvió a sacudir la nave, y Martín perdió pie, chocando su cuerpo bruscamente, contra la puerta de aquel departamento, que por suerte, permanecía abierta.

—Eh! Muchacha, mírame!—la llamó con voz templada, intentando disimular la angustia que sentía en aquellos momentos.

La muchacha alzó su mirada repleta de lágrimas. Martín tendió su mano, ofreciéndosela para que se sujetara a él, y ayudarla a salir de allí.

—Oye, mira, ven, dame la mano, y salgamos de aquí. Vamos!

Los ojos azules como el cielo de aquella joven, encontraron los de Martín que sujetándose en el quicio de la puerta suplicaba que le acompañara.

La muchacha sonrió con tristeza, sabía que de nada serviría salir de allí, pero se armó de valor y caminó hacia Martín hasta que pudo sujetar su mano.

—Gracias.—dijo temorosa.

—Venga, ya me las darás si salimos de esta. ¿Estás sola?—preguntó

—No, viajo con mi padre, pero no se nada de él, yo bajé a recostarme, ya que me sentí algo mareada con el oleaje, y él me dijo que no sucedía nada, que estuviera tranquila, y...—La muchacha se echó a llorar. Martín, con su mano aferrada a la suya le dijo.

—Tranquila, saldremos de esta... ¿Cómo te llamas?—intentando animar a la muchacha.

—Me llamo Sol.

—Pues mucho gusto Sol, yo soy Martín, Martín Castro, y ahora dejémonos de formalismos y ya que estás más calmada, salgamos de aquí.. Sujétame con fuerza y no me sueltes, pase lo que pase. De acuerdo.

—Sí, de acuerdo—dijo la muchacha con voz queda, y se dirigieron hacia las escaleras. La escasa distancia que les separaba de la gran escalinata, se hizo eterna, ambos luchaban contra corriente y de vez en cuando tenían que parar por el movimiento brusco del navío. Ya no quedaba nadie en aquel nivel.

 Por fin llegaron a las escaleras que le conducirían al piso superior, y empezaron a subir rápidamente, hasta que salieron de aquel mar, que se había formado en los niveles inferiores del Infanta Beatriz. 





Cuando por fin llegaron al salón, la imagen fue desoladora, donde minutos antes había estado repleto de pasajeros disfrutado de la travesía y amenizados por la orquesta, ahora estaba devastado por el fuerte viento que se filtraba por todas las rendijas del buque, sintieron como la fuerza del viento azotaba la embarcación, y un crujido sordo y penetrante fue el preámbulo de lo momentos después iba a suceder. 

De pronto los cristales de los grandes ventanales del salón saltaron por los aires, llegando con la fuerza de un huracán sobre ellos, en el mismo instante que Martín tiró de Sol hacia el suelo y se refugiaron tras una de las mesas de aquel salón.  El barco viró hacia un lado, y volvió con la misma virulencia hacia el otro, haciendo que los cuerpos de los dos, se deslizaron por aquel suelo, plagado de cristales, vasijas y platos rotos.  De pronto, y en medio de aquel baile salvaje, se dieron cuenta de que el Infanta Beatriz se había partido en dos, quedando a merced de aquel arrollador vendaval, e indefensos ante el inmenso y enfurecido mar.

Martín cerró sus ojos comprendiendo que aquello era el final. Sol, le miró de soslayo, y al ver como Martín rezaba, hizo lo propio no sin antes, sujetarse a él lo más fuerte que le daban sus brazos. Martín sintió el abrazo de la muchacha, y la miró, sonriéndole para insuflarle ánimos, e implorando al mismo Dios que no les abandonara, y que de ser así, que cuidara de María y de su hija que las protegiera de todo mal. Y una gran ola se los llevó hacia las profundidades del océano.





María, recibió la mañana llorando con desesperación, no sabía qué hacer, esa sensación de impotencia, el no saber de Gonzalo, la tenía en vilo.  La luz de aquel triste amanecer apareció radiante, regalando calidez a su paso. Lentamente, como celebrando una dulce melodía, fue iluminando poco a poco cada rincón de su alcoba, llenando de luz, la oscuridad en la que se había sumergido toda la noche, y de la que seguía presa.

Los golpes suaves contra la puerta de su alcoba rompieron su llanto.

—¿Se puede?

María, se incorporó y se limpió sus lágrimas, hablando con disimulo.

—Pase abuela, pase.

—¿Has pasado buena noche hija? ¿La niña te ha dejado descansar?—preguntó mientras se aproximaba a su cuna.

—Si abuela, dijo mordiendo su melancolía.

—Pues anda, ve a tomar el desayuno, yo ya lo he hecho y me quedaré al cuidado de Esperanza. ¿Quieres?

María miró a su abuela, y aunque tenía unas ganas locas de echarse en su regazo y llorar junto a ella, como cuando era niña, se armó de valor y salió de la habitación. Necesitaba estar cerca del salón por si sonaba el teléfono y escuchaba tras los hilos la voz de su amor. La voz de Gonzalo.

—Gracias abuela.

Rosario, que sabía perfectamente que María había estado llorando toda la noche, en cuanto salió de la alcoba,  cerró los ojos rezando que todo aquel presentimiento que inundaba el Jaral, fuera tan solo eso, un presentimiento y que desaparecería con la llegada de aquel radiante y nuevo ida.


Aurora, estaba almorzando en el salón del Jaral, ensimismada en sus pensamientos, con los problemas cotidianos, con la casa de aguas, con la discusión que tuvo con Conrado, y con la pena que sentía por no poder compartir sus almuerzos y sus charlas con su hermano, el que le daba la templanza que ahora le faltaba, cuando de pronto entró Candela como una exhalación.

—Aurora hija.

—¿Candela, que le ocurre? ¿Porque tiene esa cara? ¿Le ha pasado algo?

Con la cara blanca como la cera, se dirigió a Aurora con lágrimas en sus ojos y un enorme temblor en su voz.


Candela se echó a llorar, mostrando lo que traía asido en su mano. Aurora, rápidamente se incorporó de la mesa alargando su mano hasta coger el periódico que traía la confitera. En un instante a Aurora le cambió el color de su rostro, y lo tornó blanco como el papel. Mirando al infinito tras leer aquellas letras dijo con un suspiro.

—¡Dios mío. No puede ser! Martín.

En aquel preciso momento, María entraba en la estancia, y sorprendió a las dos mujeres presas de aquel angustioso momento.

—¿Que le ocurre Candela, porque llora? — se precipitó María sobre la mujer. Esta no pudo mediar palabra y miró de soslayo a Aurora, que rígida como una estaca, sostenía entre sus manos el diario matutino. María se acercó a su prima y vio que estaba pálida, desencajada, y en silencio los ojos de Aurora, se tornaron melancólicos, y sumidos en un gran dolor.

—¿Aurora, que pasa? ¿Qué os pasa? Me estáis asustando. ¿Porque has nombrado a tu hermano? ¿Le ha pasado algo a Gonzalo?. Por favor, Aurora, respóndeme—le increpó zarandeándola.

Aurora y Candela se miraron en silencio. María buscaba el motivo de aquel terrible sentimiento que las embargaba, y fue entonces cuando descubrió que Aurora llevaba en sus manos aquel periódico. La muchacha, sin poder articular palabra, le tendió su lánguida mano, para que María leyera la terrible noticia, que venía en él.

Ella, temblorosa y con el temor a flor de piel, agarró el boletín y sus ojos buscaron rápidamente la noticia, pero no tuvieron que buscar mucho, inmediatamente captaron el terrible suceso que salía en primera plana.




Una nueva tragedia en el Atlántico. El Infanta Beatriz ha sido víctima de un huracán, sufriendo un aparatoso incendio, partiendo el trasatlántico en dos. Aunque todavía es muy pronto para ofrecer más datos, de momento, no se han encontrado supervivientes.

Aquella noticia había clavado la guadaña de la parca en sus entrañas. Rajándola por completo y destrozando todo resquicio de luz y esperanza que intentaba renacer en su corazón. María no pudo contener el dolor que sintió en su alma, y su voz escapó por su pecho hasta estallar contra el mismísimo cielo.

Un grito desgarrador, resonó por todos los rincones de Puente Viejo, mientras su cuerpo caía desplomado como una muñeca de trapo, sobre el frio suelo del Jaral.

—Gonzalo!!!! Dios mío. No!!!!!!Mi amor!!!!


continuará...

A más ver.









27 de octubre de 2014

BAJO LA PIEL DE LA SERPIENTE.


BAJO LA PIEL DE LA SERPIENTE.



Miedo me dan las palabras que dice tan alegremente Doña Francisca a Bernarda en el capitulo 933, mientras teje alegremente, la tela de araña para después, implacable calvar sus colmillos afilados sobre sus nietos, y tragárselos paulatinamente con sus enormes fauces, sin darles tiempo a respirar.



Recordamos pues esas palabras que me han hecho pensar que quizá Si, Francisca esté tras la marcha de Martin a Cuba, con el único propósito de separar a los hermanos, y así diluir la fuerza de la partera, para que ella, Francisca Montenegro, consiga su propósito, y Bosco no llegue a entablar relación alguna, con Martín y Aurora, y así mantenerlo sumido en la ignorancia, sin llegar a saber quiénes son en realidad los nietos de la Doña, nada más y nada menos que sus hermanos.


Recordemos:

—Bernarda, el futuro de mi nieto se perfila halagüeño, uniendo nuestra casa con la de Amalia.

Pero lo que me hizo saltar todas las alarmas fue, lo que viene a continuación:

Y ahora que tengo a sus hermanos donde quería, uno lejos y la otra medio enloquecida. Ya no podrán inmiscuirse entre él y yo.



Llegados hasta este punto, tengo que rectificar, y rectifico, uno de mis anteriores comentarios, donde intentaba entender, y defendía, el cariño que creía, que  todavía tendría Francisca guardado en el más profundo de los rincones de su emponzoñada alma.

Pero, tengo que decir que NO tiene defensa, y que como siempre mi querida amiga Ana, tenía razón en disentir de  mi comentario, pero yo quería encontrar algo de luz, en este personaje tan sombrío y malvado, porque aunque la vida te de mordiscos, la maldad se lleva dentro y depende de uno mismo que aflore o se venza.

Así pues, entre esto último que ha confesado a Bernarda y las palabras tan duras que regaló a nuestro querido Martín Castro cuando él llegó al jardín de la Casona a pedir ayuda, antes de su marcha a Cuba:

Que realices un viaje tan largo… me colma de esperanza.
—Que quiere usted decir?
—Que esas travesías por el océano, suelen ser azarosas, y con un poco de fortuna, hallarás la muerte en ella, y no regresarás ¡jamás! Eso dejaría libre a María, y a mí, completamente feliz. Rezaré por ello.
—No cesa usted de sorprenderme Francisca. La tenía por pérfida y cruel pero es mucho peor.
—Me alagas curita, me alagas. Ve con Dios y a ser posible, quédate con él.



Dejan en evidencia, que esta mujer es perversa como ninguna y que hace el mal, por el puro placer de hacerlo y de salirse con la suya.  Todo estos magníficos diálogos”sea dicho de paso” ha hecho que cese en mi búsqueda por esa pizca de sentimiento y/o de cariño que un día pudo llegar a sentir por aquel niño que creyó suyo, el hasta entonces, heredero de todos sus bienes y posesiones, su nieto Martincito, como ella le llama, se desvanezca como por ensalmo.

Esas palabras que ha usado, (por algo será)  “tengo a sus hermanos, donde quería” no dejan muchas dudas al respecto, ella quería, y lo ha hecho, y mucho me temo, que el nuevo personaje que llega de Cuba, sea fruto de la maldad de la doña, que intenta sobremanera manipular todo sentimiento que siente a su alrededor, nadie puede ser feliz sin su consentimiento, nadie puede ser dichoso sin su aprobación.

Supongo que todo este entramado, de las cartas de Pilar y el viaje a Cuba, es además del peligro de tenerlos cerca de Bosco, el volver a tener poder sobre María, y así poder educar a Esperanza como ella quisiera, ya que últimamente la muchacha le planta cara, y ya no le habla ni con la admiración, ni con devoción de antaño…ni tan siquiera le llama madrina, y eso Francisca Montenegro no lo va a permitir. Quien se la hace… la paga.

La maquinación de la doña es inmensamente fértil, y sus tentáculos llegan hasta el infinito. Recuerdo que cuando volvió Raimundo de America, ella tenía contactos allí y por eso se enteró de su ruina.  Así que no me extrañaría que el caso de las cartas de Pilar, fuera otra de sus fechorías. Mujer inteligente como pocas, sabe de antemano las debilidades de todo aquel que la rodea, y usa sus previsibles acciones para su beneficio, haciendo creer a todos que actúan por voluntad propia.



Me da la sensación que la doña cuando guarda la llave de las cartas de Pilar, en la cajita, sabe perfectamente, que Bosco la está mirando, y ahora que me paro a analizar, el hecho de que Bosco le confesara que las había llevado al Jaral y no tuviera una reprimenda a la altura, me hace sospechar. Todos pensábamos que la doña se había relajado y creo, visto lo visto, que esto estaba todo premeditado, con la única intención de apartar a Martín de Puente Viejo y retenerlo en Cuba para que nunca más volviera, dejando así a Aurora indefensa para su ataque mortal y aprovecharse de la situación de desamparo de María y recogerla en su seno, para por fin triunfar sobre todos, y sobre todas las cosas.

Pero, de todos es sabido que el ángel de Pepa sobrevuela Puente Viejo, y que nunca abandona a los suyos, así que esta vez también le saldrá el tiro por la culata, y de una manera u otra, Martín volverá, Aurora saldrá del psiquiátrico, y Bosco se enterará de la maldad de la Montenegro. Incluso, siempre he tenido la sensación de que Pepa está retenida, en un lugar recóndito igual que hizo con Efrén, que se la llevaron los mismos que raptaron a Tristán, que tras el parto y una vez dio a luz a su segundo hijo, quien la arrastró, fue el boticario y su secuaz, y que ella sabe dónde está.  Que a pesar de que confesó a Martín, ser la causante de la muerte de Pepa, lo hizo con el único propósito de martirizarlo, y sembrar en él, el odio que anida en ella y así tener motivo para difamarlo ante todos y salir triunfante sobre el hijo de la partera. Pero no pudo con él, y este ganó el primer “round”

Pilar sí que puede que existiera, y puede que enviara cartas a Tristán, incluso puede que hubiera sido una antigua amante, porque no, pero eso,  ha sido la causa, el hecho, el motivo, que aprovechó Francisca, a sabiendas que Martín haría lo indecible por atender la llamada de una moribunda que reclamaba la respuesta de su querido padre, limpiando así su imagen ante aquella mujer que fue tan importante en su vida, y descubrir el mensaje, o el secreto que llevaba guardado durante tantos años y que le cambiaría la vida.

Sí, es cierto, que comentábamos la casualidad de que fuese ahora precisamente, cuando llegara una carta de Cuba y sabemos que las casualidades no existen, ya que la carta llega precisamente cuando la casa de aguas tomaba nuevos aires. Por eso creo que esa carta, la que lleva el membrete de Cuba, la habrá enviado el mismo personaje que se presentará en Puente Viejo, dando las malas nuevas sobre Martín,  él  cubano, por órdenes de Francisca escribiría las cartas para sacarse de encima a Martín, ya que sabe de antemano, la reacción de su nieto.  Una vez lejos, es mucho más fácil acabar con él.


Francisca juega a ser Dios en la tierra, no hay nadie, de momento pueda con ella. Ni sentimiento que le ablande ese corazón que es más duro que un pedernal. Ni Soledad, su única hija, a la que hizo sufrir sin que la pobre e inocente muchacha pudiera hacer nada por escapar de sus garras, hasta que tuvo edad suficiente para ello, ni al mismo Tristán, que sesgó su felicidad dejándolo sin su amor, Pepa, arrancándola de su lado, dejándolo viudo, solo, hundido, hecho trizas, ni a su querido Raimundo, al que “dice” amar, intentando acabar con su vida, envenenándolo poco a poco con cristales, a su marido, León Castro, que dejó morir víctima de sus malas artes dejando que el frio de la noche acrecentara su pulmonía, ni a Efrén que lo tuvo encerrado como a un fiero y pestoso animal,  a tantas y tantas personas,  haciendo  tantas y tantas atrocidades, que podríamos estar hasta mañana contando sus fechorías.

Bueno, me he vestido con la piel de serpiente, el cuerpo de una peluda araña, y con los tentáculos de un pulpo, todo revuelto para poder pensar como Francisca Montenegro. Y las elucubraciones que he dejado plasmadas hoy, son fruto de ese cóctel... otra cosa es que acierte algo, que como nos pasa a las que analizamos y nos lanzamos a especular, nunca acertamos nada. ;)

Hasta pronto!!


















26 de octubre de 2014

RELATO - LOS REZOS DE LA DOÑA- VE CON DIOS Y QUÉDATE CON ÉL.


CAPITULO 5- LOS REZOS DE LA DOÑA-
VE CON DIOS Y QUÉDATE CON ÉL.


Tras varios días de travesía, Martín permanecía, en la proa del Infanta Beatriz, la brisa arremolinaba sus cabellos, y la sal del mar cubría su piel con delicada viscosidad, haciendo que el bello de su piel se erizara por aquella sensación. Como cada noche, Martín subía a cubierta para contemplar las estrellas, y así encontrar en ellas las palabras y la compañía de María, esa compañía que sentía tan lejana. El recuerdo de aquellas bellas palabras que María le dijo entre sollozos, la última vez que estuvo en el Jaral, le acompañaban en aquel viaje.

—Cuando anochezca…, contemplaré las estrellas, tú haz lo mismo allá donde estés, y tus ojos se encontrarán con los míos en el firmamento, y nuestras almas se encontrarán por un instante.

Cuanta falta le hacía, cuanto la añoraba. Las risas de dos enamorados paseando por cubierta, le recordó los momentos de felicidad que vivieron en el Jaral, después de todo lo sufrido y tras la lucha incansable por conseguir vivir su amor, habían conseguido. Volvió a recordar lo que él le dijera:

—Mi vida, ni la más feroz de las tempestades, ni el más vil de los malvados me impedirá volver junto a ti. Te lo juro.




Respiró, intentando encontrar el perfume de María, pero solo consiguió aspirar aquel aire húmedo del océano, tan inmenso y tan profundo. Miró a su alrededor, intentando apartar de su mente y aliviar su corazón compungido por la melancolía de saberse tan lejos de su amor, de su hija y de su familia toda.

Aquella noche, la gente en el navío estaba feliz, inquieta y entusiasmada. El capitán les había anunciado durante la cena, que estaba previsto la llegada al puerto de la Habana al amanecer del nuevo día. Por ese motivo, la mayoría de los pasajeros, optó pasar por cubierta para despedirse de la noche en altamar, la última noche que contemplarían el océano desde aquel navío.

Todos deambulaban por cubierta, unos reían, otros paseaban, algunos estaban sentados cubiertos con mantas contemplando el mar, todo acompañado de la música de la orquesta que amenizaba la sala de baile por ser una ocasión especial. Pero aquella noche era más oscura de lo habitual. Apenas unas pocas estrellas salían a contemplar la travesía.  La luna jugaba al escondite con el mar camuflando su luz tras unas espesas y negras nubes, que poco a poco iban ganando terreno.

De pronto sonó un estruendo y el cielo abrió sus puertas dando paso a una gigantesca luz, que iluminó todo el entorno, la brisa de la noche comenzó a azotar con más virulencia, y las gotas de lluvia comenzaron a caer estrepitosamente sobre el navío.

Era el preámbulo de una descomunal tormenta, el principio del fin. Sin ni tan siquiera imaginarse lo que les acontecería horas más tarde, todos los presentes, corrieron a ponerse a cubierto para no empaparse de aquella fría lluvia. Poco a poco, el barco empezó a balancearse de un lado al otro, víctima del oleaje que empezaba a acrecentar su natural fuerza, moviendo el navío a placer, como un juguete en manos de un niño.

Martín hizo lo propio, y corrió hacia su camarote. Los pasillos del navío por los que debía pasar, permanecían repletos por los pasajeros que no disponían del suyo, eran emigrantes que viajaban a la intemperie del navío. Los marineros intentaban poner orden, pues tan solo era una tormenta tropiacal, y deberían desalojar aquellos pasillos para permitir el tránsito por ellos. Les obligaban a salir al exterior, y ellos se negaban a ello.

Martín en aquel momento comprendió que aquel barco llevaba más pasajeros de la cuenta, y. Durante todos los días de travesía no se había percatado, pues estaba sumido en sus pensamientos, en sus recuerdos y en lo que tendría que hacer una vez llegado a puerto.

De pronto y en medio de aquel alboroto, el grito huracanado de un trueno, rompió el bullicio de aquellas personas, y durante unos instantes el silencio reinó en el Infanta Beatriz, pero de la misma manera que llegó el silencio volvió el murmullo, y todas aquellas personas empezaron a murmurar asustadas, las más agoreras, intentaban salir de allí y buscar un refugio, otras se santiguaban implorando a dios que nos les abandonara, mientras otras, las menos, quitaban importancia a lo sucedido, intentando dar cordura a aquella situación.

Martín, durante un instante permaneció parado entre aquellos extraños que viajaban junto a él, escuchando entre murmullos las conversaciones que a su alrededor se compartían.

—Ya decía yo… era un mal presagio. Perdimos el ancla... y eso siempre tiene consecuencias.

—No sea usted agorero—respondía un hombre que intentaba calmar a su hija, que temblaba como una hoja, no se sabe bien por el frio al estar empapada o bien por el temor que se veía en su rostro.
—He escuchado que se avecina un huracán.

—Dios mío—comentó una mujer que al oírlo corrió en busca de su familia, mientras gritaba sus nombres.

La histeria se estaba haciendo latente, y poco a poco todos los pasajeros, hasta los más templados comenzaron a mirar con desazón, comprendiendo que si era cierto todos aquellos rumores se avecinaban horas de terror.

Martín miró a su alrededor, y en aquel preciso momento, recordó las palabras que su abuela, doña Francisca Montenegro, de dedicó la última vez que le recibió en la Casona.

—Que realices un viaje tan largo… me colma de esperanza.

—Que quiere usted decir?

—Que esas travesías por el océano, suelen ser azarosas, y con un poco de fortuna, hallarás la muerte en ella, y no regresarás ¡jamás! Eso dejaría libre a María, y a mí, completamente feliz. Rezaré por ello.



Un fuerte zarandeo, acompañado del griterío por la convulsa excitación colectiva que se estaba desatando en el Infanta Beatriz, lo trajo de nuevo al navío. La gente empezaba a inquietarse. Martín, respiró profundamente, queriendo apartar aquellos negros augurios de su querida abuela, de su mente, aquellas palabras que recordó con la misma claridad del sol, influenciado por todo lo que le rodeaba, y tras escuchar todos los comentarios que se amontonaban a su alrededor, recelo, el miedo, y la incertidumbre sobre lo que presentía que podía suceder, se había instalado en su corazón.

Caminó entre la gente, y se dirigió con paso ligero hacia su camarote. De pronto y mientras bajaba por las escaleras que le conducían a su estancia, se escuchó un estruendo junto con un zarandeo que hizo que Martín tuviera que sujetarse de la barandilla para no caer, aquel estruendo no provenía del exterior, no era de la tormenta, algo había explotado dentro del mismo Infanta Beatriz. En un momento, la gente empezó a tomar consciencia de la situación, y llenos de pavor, empezaron a correr de un lado al otro despavoridos, unos buscando a sus familiares como la mujer que momentos antes tenía junto a él, y otros buscando los botes salvavidas, sin comprender que si lo que les estaba dando alcance era un huracán, poco podrían hacer subidos a aquellas barquichuelas. El caos fue general.

Martín, casi sin poder andar, por el tumulto de las personas que corrían escaleras arriba, intentaba abrirse paso hasta llegar a su estancia. Tenía que llegar allí, tenía que recoger sus pocos enseres, las cartas de Pilar, el dinero y lo poco que llevaba con él. Escuchó, que se había producido un incendio en una de las alcobas por un quinqué que había caído sobre unas cortinas, y que habían explotado los conductos del agua. Martín, intentaba pensar con claridad, tenía que mantener la calma y la templanza para dirigir sus pasos sobre seguro, dudaba entre subir a cubierta o llegar a recoger sus pertenencias, necesitaba pensar con tranquilidad, una tranquilidad que en aquel momento no tenía, pues se había dado cuenta, que estaba a la merced del destino, y casi siempre, le había sido contrario y le había hecho sufrir.

Instintivamente, tocó la fotografía que llevaba en el interior de su chaqueta, y acto seguido metió su mano en el bolsillo del pantalón, y buscó a tientas hasta que sintió entre sus dedos las cuentas de marfil, respiró aliviado, al comprobar que llevaba el rosario que le había regalado María. Aquel rosario que siempre le acompañaba y que de tantos infortunios, y tragedias le había librado. Lo sacó de su bolsillo y se lo colgó al cuello, junto a su collar. Corrió hacia su camarote penetrando en aquel humo intenso que subía por los pasadizos hacia cubierta, como si se tratara de una gran chimenea, y que poco a poco, avanzaba implacable hacia el exterior. Y Martín, se perdió entre sus negras fauces sintiendo como el agua humedecía sus pies.




El llanto de Esperanza, despertó de un sobre salto a María, inmediatamente se levantó de su lecho, y corrió hacia la cuna. Esperanza lloraba desconsoladamente, María le hablo con mimo y ternura, mientras le acariciaba el rostro, pero la niña no cesaba de llorar, y María la tomó en brazos, para acurrucarla junto a ella mientras caminaba por la alcoba, a la vez que le tarareaba una nana. Sus pasos se habían detenido junto a la ventana, allí le habló con sosiego mientras contemplaba las estrellas.

 —No llores mi amor. Mira, ves que cielo más bonito. En algún lugar del océano, ahora mismo tu padre estará mirándolas también, y está junto a nosotras—Miró su rostro, tan angelical— Ves mi cielo, ¿ves, aquella que reluce tanto?  

Esperanza, como si comprendiera lo que su madre le estaba explicando, pareció que le prestaba atención, y dejó de llorar por un instante, mirándola con aquellos grandes ojos. María contemplaba con embeleso el rostro de su hija, aquel ser que era parte de él, del gran amor de su vida, y que le recordaba tanto a Gonzalo.

María la besó con dulzura y amor, buscando en aquel beso la caricia de su esposo, el beso que él podría darle si se encontrara allí, junto ella, y la niña volvió a llorar. Estaba inquieta, estaba nerviosa, y María era incapaz de calmar su llanto.

La puerta de la alcoba se abrió, y Aurora entró anudándose su bata mientras decía.

—Que le pasa a la niña? María, déjame ver.

—No sé, estaba dormida plácidamente y mira, no para de llorar.

—Trae déjamela—Aurora la cogió entre sus brazos, en el preciso momento que Rosario entraba en la alcoba.

—Abuela, también usted?

—No te preocupes hija, que le pasa a la niña?

Aurora miró a Rosario.

—Nada, habrá sido un mal sueño.

—Pero los niños chicos sueñan Aurora?—preguntó María.

—Pues claro que si—respondió Rosario. Menudas noches nos diste tú de pequeña, o la misma Aurora. Sueñan y presienten situaciones, circunstancias que los mayores nunca sentiríamos.

De pronto la ventana se abrió de par en par, dando un golpe al hacerlo. María, languideció, y un estremecimiento le recorrió todo su cuerpo. Aurora y Rosario se miraron en silencio, y Esperanza enmudeció. Todas pensaron en lo mismo. Todas pensaron en Martín.

—Voy a cerrar la ventana—dijo Rosario para salir de aquel trance.

—Deje abuela, ya lo haré yo—respondió María, adelantándose a la mujer—ha vuelto aire, y no vaya usted a coger frio—. Rosario miró a su nieta, y comprendió la angustia que se había apoderado de su ser.

María caminó lentamente hacia la ventana, con el miedo instalado en su cuerpo, ¿ sería aquello una señal, una premonición ? Al cerrar la ventana, alzó sus ojos hacia el firmamento, y vio como una nube se acercaba rápidamente hacia la estrella que minutos antes había contemplado con Esperanza, cubriéndola por completo a sus ojos. Sintió como la caricia de Gonzalo, se posaba en sus mejillas, y como el viento se la llevaba de la misma manera que llegó, en sus entrañas sintió un mordisco, y tuvo la sensación que aquella negrura había roto el canal mágico que la unía con Gonzalo. La brisa fresca le hizo reaccionar, esa brisa fresca que le cubrió todo su cuerpo, le recordó las palabras de su madrina, esas palabras que nunca podía apartar de su memoria desde que Gonzalo partiera allende los mares, la ponzoña que había vertido sobre ella, había minado su corazón, y el veneno que desprendía el alma negra de doña Francisca, renacía en aquel momento.

—En la casona serás bien recibida. Yo me comprometo da cuidar de ti y de tu hija.

—No necesito que nadie me cuide. Ya me cuidará Gonzalo.

—Querida la vida está llena de percances.



María no pudo evitarlo, y echo a llorar.  Aurora que había dejado a la niña con Rosario, se acercó a ella.

—María, piensas en mi hermano ¿verdad?

Ella le miró, y las dos se abrazaron en silencio. Aurora sentía la misma zozobra que su prima, y cerró los ojos suplicando que nada malo le sucediera a su hermano, a la vez que animaba a María.

—Vamos, ñoña, estás añorada, pero no temas, en cuanto llegue a Cuba, se pondrá en contacto con nosotras... ¿No es eso lo que te dijo por teléfono el otro día?

Las muchachas se habían separado, y Aurora le estaba secando las lágrimas con sus manos.

—Sí, eso me dijo—respondió compungida—disculpa prima, es que tengo un mal presentimiento, y las palabras de mi madrina no me las quito de las mientes.

—Pues estate tranquila, no pasará nada. El Infanta Beatriz, es un barco seguro, ha hecho muchas travesías, ¿porque tendría que ser esta la nefasta? Mira prima, por nuestros cálculos mañana a más tardar, tendrá prevista su llegada, así que conociendo a mi hermano, en cuanto ponga un pie en Cuba, y si encuentra un teléfono claro está, lo tendrás colgado al aparato... y la sorpresa que se llevará cuando le digas que por fin, ya tenemos teléfono en el Jaral, que podrá llamar cuantas veces quiera.

—Hay Aurora, tú siempre me animas.

—Como no podría ser de otra manera, prima. Verás como cuando oigas su voz, se te pasa todo. ¡Y olvídate de las palabras de mi abuelita!, solo son veneno, pues la rabia le corroe, al veros tan felices,  no le  hagas ningún caso.

—Tiene razón Aurora— dijo Rosario, con voz queda. La mujer había dormido a la niña y se dirigía hacia la cuna para dejarla descansar.

—Abuela, la ha dormido?

—Pues claro, mi amor. Después de la tempestad viene la calma... y ella ahora está calmada. Ahora solo falta que te calmes tú.

María sonrió, y abrazó a su abuela.

—Gracias abuela. Gracias a las dos, no sé qué haría sin usted y mi prima, ahora que no tengo a Gonzalo y todo se me hace un mundo… le echo tanto de menos.

—María, tranquila, mi hermano volverá sano y salvo, ya lo verás.

—Dios te oiga Aurora. Dios te oiga.

Y las tres miraron el dulce sueño de Esperanza.

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Continuará.... espero que os haya gustado.














17 de octubre de 2014

ME DUELE UN MUNDO DEJARTE - CON LA "LA DOÑA", TRAS LA OREJA!!



Hoy quiero comentar un tema que nos tiene a todas cual investigador privado. Tanto repetirnos los posibles naufragios del Infanta Beatriz donde veremos partir a nuestro Martín Castro, llevándose con él los corazones de la mayoría de sus seguidores, todas estamos a la expectativa de saber algo más. Y nosotras estamos para averiguar cosas y templar corazones desazonados. Aunque no encontramos nada fidedigno y nos quedamos con nuestras apreciaciones.


Veamos:

Aunque los guionistas no sigan a pies juntillas la historia de la navegación española, sí que usan la publicidad, las novedades, los inventos y los acontecimientos, de aquella época con bastante exactitud, para recrear al máximo aquellos años, que hoy parece que nos quedan tan lejanos y que en el global de la historia de la vida están a tiro de piedra.

Es muy extraño o me he vuelto muy suspicaz, escuchar a cada paso los inconvenientes, problemas, incluso accidentes que pueden acaecer en ese viaje. Tanto darle a la mollera, se consigue, que hasta el más pintado de los bizarros, tenga dudas. Por eso Martín siente miedo, de que pueda ocurrir algo, y quiere que María y Esperanza se queden en PV, junto a su familia, pues de suceder algo, de lo que le pronostican todos los que se encuentra a su paso, podría tener más posibilidades de supervivencia.

Para vuestra información, y la tranquilidad de tod@s (si es que podemos estar tranquil@s)  el Infanta Beatriz no tuvo ningún naufragio, pero ya sabemos que en PV, cabe esperar de todo, visto lo visto, cada vez que un personaje habla, sube el pan, cada vez que dicen que no pasará nada, que estén tranquilos, tiemblo, y pasa lo peor. Así que, me espero cualquier cosa relacionada con el viaje, y lo acepto mientras la recompensa sea que volvamos a ver a Martín por Puente Viejo.

Es cierto que Martín también repite como un mantra que tardará solo unos meses, pero siente en su interior que podrían ser más.  Por eso escribe una carta de ¿despedida?



Supongo que Martín, en el mismo momento de su escrito se queda pensando y en ese preciso momento comprenderá la decisión tan grande que ha tomado, entenderá que este viaje es como todos, arriesgado, y que como todos tiene sus porcentajes de peligrosidad, y más en aquellas épocas. Creo que le dejará escrita a María una carta de despedida, pero le hará prometer que solo la abrirá en caso de que ocurra algo, o se la entregará a don Anselmo, para que se la haga llegar en caso de que no volviera. Tal como hizo cuando marchó del Puente Viejo hacia el nuevo mundo, y que don Anselmo entregó a María tal como le había prometido, en los jardines de la Casona.

Eso me da que pensar… o bien nadie sabe nada de la vuelta de Jordi, y preparan todas las posibilidades, dejando varias puertas abiertas o bien lo hacen para mantenernos en vilo, y pongo a Dios por testigo que lo están consiguiendo.

A destacar:

La despedida con María, ha parecido del todo real, esas miradas, esa tristeza, ese llanto, me ha parecido una despedida entre ellos,  los actores, en ese momento los dos Jordi y Loreto se han despedido de corazón, y espero y supongo y deseo, que Martín y María se despidan como es debido para recreo y dicha de sus fans.. ( Recreo y dicha, lo digo por la escena que para mi modo de ver, tendría que ser de lo más apasionada, romántica y duradera.. )  Y no por la marcha de Jordi Coll, por su puesto. Pues nos la deben, ya que nos quedamos sin plumas y cacareando, en la noche de bodas.



Otra de las cosas que me ENCANTAN, son los encuentros entre Abuela y nieto. Cada vez siento más el amor/odio de la doña para con Martín, o Gonzalito como le llamaba hoy por teléfono, dime cuanto me maltratas y te diré cuánto me amas.

A Francisca le pasa con Martín como le pasa con Raimundo, están ahí, viven ahí, aunque le pese, no podría pasar sin ellos. Cada vez lo tengo más claro, en el fondo… muy en el fondo, atisbo un rayito de sentimientos que intenta machacar y dejar en el rincón más oscuro de su alma, pero ahí están.

—Si!
—Señora, Soy Gonzalo
—Dime Gonzalito.  Espero que hayas errado el número, nada tengo que platicar contigo.
—Pero yo con ud, si, y en persona.
—Deliras? lo que tengas que decirme, me lo dices ahora.
—Aqui no le puedo hablar con claridad, y lo que he de decirle, no puede saberlo ni mi esposa.
—Vaya... me apena oirlo. Pense que no había secretos entre vosotros.
—Deme una respuesta de una vez, he de subir a verla esta noche. Es posible?
—Está bien. Aguardaré en el jardín...



Martín, es el único que ha estado con ella desde que era un niño, por el que lloró su muerte, por el que pasó noches en vela, hasta que se lo arrancó Carlos, aunque ella siga diciendo a todo el mundo que fue la Partera. Recuerdo todavía el almuerzo con María y Fernando al descubrir la identidad del padre Gonzalo, allí la doña lo dejó claro, había pasado noches enteras velando a su nieto, hasta que se cruzó en su vida la partera, y lo dijo con tristeza, en aquella ocasión María le dijo a su madrina, que Pepa, se había cruzado mucho antes en la vida del padre Gonzalo,  ya que era su madre. En otra ocasión también comenta creo recordar que es a Bosco, que Pepa era la culpable, con estas palabras:

—Con sus malas artes, se llevó lo que más quería. Se llevó a mi hijo…. Se llevó…a mi nieto. 

Por eso, y por sus gestos y miradas, se que en el fondo de su alma, dura como un pedernal, Martín está vivo en algún rincón, aunque la abuela derroche indiferencia y maldad, hacia su persona.

El tema de Aurora, me da la sensación que Martín marchará a Cuba enojado con su hermana, causa que a ella le afectará en gordo, si es cierto que le llega la noticia de que Martín muere en:  o un naufragio, o en la isla, eso le creará una gran  culpabilidad, y  la dejará de lo más afectada y por eso quizá la metan en el manicomio. Esta elucubración la tengo que meditar, pero podría ir por ahí, sumado alguna otra cuestión que pueda surgir.



Bueno, pues, estas son las cosas que más me han llamado la atención de los capis de ayer y hoy juntos. Martín y María, Martín y La Doña, Martín y Aurora. Siempre Martín.

 Añadiré las menciones especiales de:

Maruricio y Bosco, como os comenté Mauricio se ha vuelto el confidente del muchacho, le da consejos y le ayudará en su día a día.

Don Anselmo, que pena me ha dado, he pensado, ¿a que se lo cargan también? Me daría una pena que pa que..

No se ha que ha venido estos ataques de asma, la verdad, No entiendo a que venía, lo del pobre don Anselmo, esto será la punta que vendrá después.

El arrepentimiento de Matías de ayer, al devolver la daga y el grandioso detalle de Martín al intentar regalarle la misma daga de su padre, al que tanto quería. El abrazo de Alfonso Castañeda y Matías, y la muestra de cariño del zagal al entregarle flores a Emilia, y al recoger hoy la mesa en la casa de comidas.

Bien, amig@s, mañana si el tiempo me lo permite. Más. Que hoy casi no puedo dejar mi comentario pues no tenía internet, con eso de que nos están cambiando 4G las conexiones.

Bona nit a tothom. Buenas noches a todos. Buona notte a tutti. Boa noite todo.

A más ver.
 




15 de octubre de 2014

LA SANGRE DE PEPA, VIVE EN SUS HIJOS- DESGRANAMOS CAP 925



Buenas noches mis querid@s amig@s


Os diré que acabo de ver el capítulo de hoy, el 925 para ser más exactos, y tengo que decir que hoy me ha aportado momentos más agradables de los que me tienen acostumbrada últimamente.

Aunque con pesar, por la marcha de Jordi Coll, (Martín/Gonzalo) como se empeñan todos en llamarle, y llevando tiempo esperando con tristeza contenida, esa marcha sabida de antemano, por las filtraciones que circulan por la red, hoy ha sido diferente, pues  ha habido situaciones agradables y otras de esperanza.  Como la vuelta de Raimundo, al que todos echamos de menos. Me alegro que vuelva, es otro de los iconos de PViejo y tiene que estar para seguir con su particular guerra con doña Francisca.

Espero que antes de partir Martín pueda reencontrarse con su abuelo, si no, y pensando siempre en positivo, cuando vuelva lo hará, porque no quiero pensar de ninguna de las maneras que se va para no volver, deseo dejar abierta una esperanza a su regreso y así poder disfrutar de los momentos puntuales de la serie.

Vayamos por partes.

Me ha encantado las escenas de Bosco y Amalia, la complicidad y la amistad que nace y crece entre Amalia y Bosco, es bonita, me produce empatía, y me alegra que Amalia llegue a conquistar el corazón de Bosco, pues así es como debería ser una verdadera historia de amor, poco a poco, con prudencia, con señales, con todo lo que tiene que ser. He sentido la ilusión de Amalia, al conocer un ser tan puro, limpio y sin maldad. He sentido su alegría en esa sonrisa amplia y fresca y la complacencia de la muchacha al estar junto a él y las primeras señales de su atracción hacia él, y que creo, que en Bosco, también despertará, pero no podremos esperar nada más intenso, pues como ya sabemos, y nos han metido por los ojos, la prota es la otra, y lo que sienta por Amalia, quedará tan solo en superficial, supongo que la querrá, se casará con ella, y ella morirá. No me preguntéis porque, pero es la sensación que tengo pues Amalia esconde algo relacionado con los caballos, y una salud por lo que se dejó entrever el otro dia, débil.  





Una pena, porque la química entre ellos es magnífica. Ellos sí que transmiten, se dejan llevar e interpretan a la perfección sus personajes. Amalia es un bellezón, irradia dulzura, sensibilidad, amabilidad, es elegante, sumisa, lo tiene todo, y creo, como he dicho antes, que llegará al corazón de Bosco y al nuestro por descontado.

Además de una buena interpretación junto a Aida ( Amalia) mientras paseaban por el campo, Francisco Ortiz  (Bosco) en la plaza, ha actuado de guinda, como en sus principios, con esa timidez y ese sentimiento a flor de piel, al ver a su hermano frente a él, irremediablemente la sangre de Pepa, hierbe en su hijo al encontrarse con su hermano Martín, y eso Bosco lo siente. Lo veo en su mirada, en sus gestos, en sus palabras, en sus hechos y Martín siente lo mismo que él, algo extraño pero con mucha fuerza, se extraña de la preocupación hacia su hija, Esperanza, sobrina de Bosco aunque él aún no lo sepa. Esos sentimientos, Francisco Ortíz,  los ha dejado plasmados en esa mirada furtiva, huidiza ante Mauricio, cambiando de actitud en el mismo momento que Mauricio se ha percatado de su amabilidad hacia Martín.



Estoy segura que de estar solo, Bosco en aquel momento hubiera seguido hablando alegremente con su hermano, se nota que lo siente cercano, que le tira la sangre. Bosco es muy sensible a ello, todos los hijos de la partera tienen una innata intuición, tienen muchas corazonadas, y el muchacho las siente, intuye cosas y actúa en consecuencia, como el día de las cartas que llevó al Jaral, o el día que vio el retrato de su padre.

El encuentro de Martín, María y la Doña, otro momento del capítulo ( para mi, claro)  Como me gustan las escenas en que salen ellos. Ya sea por separado o juntos, cada vez que encaran a la Doña es perfecto, esas miradas que le echa Martín a la doña, esos posados erguidos, altivos, provocadores que le hace el nieto a la abuela, y ella tan soberbia, prepotente, encopetada, despreciativa. Magnifico. Sobre todo, esas guerrillas generacionales y dialécticas, entre los dos, me encantan y la palabra que usan los hermanos Castro, para machacar a Francisca es fabulosa, ver la cara con que lo dicen y la cara con que lo recibe, es un poema. Llamar a la doña, abuela o abuelita, es lo más.


Martín hacía mucho que no lo decía, Aurora lo dice mucho más, pero el choque de trenes entre Martín y Francisca me encanta. A pesar de la inquina que le tiene a Martín, por ser quien es, por se rl hijo de la Partera, por verla tras sus gestos, tras sus desplantes, tras sus maneras, esta vez, y sin que  sirva de precedente,  doña Francisca tiene razón, es una locura llevarse a la pequeña lejos y sin saber las enfermedades que allí pudieran afectar a la niña, y ya tenemos dos cosas, el corazoncillo que asoma de la doña, y la excusa necesaria para que Martín abandone solo Puente Viejo… para volver pronto!!

Volvemos a encontrar a la partera presente en sus hijos. En Bosco,y su reacción para con su hermano  y en Martín, vehemente y gallardo como ella, a mi parecer, al que más quiere y lo demuestra con su odio, aunque ella no lo sepa, en el fondo, muy en el fondo, bajo una losa de odio, todavía vive en ella el pequeño Martín, por eso tiene tanto odio, porque Pepa se lo arrebató, se llevó lo que más quería, siempre lo ha dicho, se llevó a su hijo, se llevó a su nieto.

Tengo que hacer una mención especial,  a Alfonso y Emilia.( tengo pendiente hablar de ellos, se merecen todo un artículo solo para ellos) 

La lección que le dan Alfonso y Emilia a Matías es fantástica, son unos verdaderos padres para el chico, yo había pensado que no era él el que había robado los objetos pero me equivoque. El que, el chico devuelva lo robado, me parece una buena lección. Ellos, Alfonso y Emilia siempre tan acertados en todo lo que hacen, Matías les acabará queriendo como a unos padres, y él tendrá un hogar.

Bueno nenis.

Hasta la próxima.







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