RELATO,
CAP 4 - LA SOLEDAD DE MARÍA. AÑORANZA DE UN TIEMPO MEJOR.
María continuaba quieta frente a la puerta del Jaral, adivinando los pasos
de Martín, aquellos pasos que la separaban de ella.
Hacía ya unos instantes que la figura de Martín, había desaparecido de su
horizonte, pero ella permanecía todavía inmóvil, con su mirada puesta en un
punto fijo esperando que en algún momento, Martín volviera sobre sus pasos.
Pero eso, María, sabía perfectamente que era imposible.
—Anda, María, mi niña, entra ya, que te vas a quedar aterida, hoy
precisamente han bajado las temperaturas. Entra ya niña.
María, sin querer apartar su mirada del horizonte, respondió.
—Sí, abuela, será mejor que entre—volteó para poder ver la triste estampa
de Rosario, que al igual que ella estaba pesarosa, acongojada. Acercándose a la
mujer, cogió sus trabajadas manos que tanto mimo le habían dado y dijo en voz
queda—Abuela, siento una pena tan grande, un vacío tan inmenso, que no sé lo que
voy a hacer a partir de ahora. Como voy a poder estar con Esperanza sin que se
me rompa el corazón.
—Hay María, hija, Martín es como su padre, el deber, está por encima de
todo, y esto les ha traído muchos sin sabores, tanto al uno, como al otro, y
muchas alegrías, pues de no ser así, nunca hubiera vuelto con nosotros, ni tú
le hubieras conocido—le dijo palmeando sus manos, mientras le sonreía.
—Tiene razón abuela.
—María, no te atormentes más. Él
tenía la necesidad de saber la verdad, de limpiar el buen nombre de su padre,
de tu tío Tristán, ya sabes cómo es, y la simple posibilidad de que hubiera un
hermano, solo, olvidado, allí en Cuba, ha sido suficiente para que Gonzalo, emprendiera
el viaje.
—Sí, si yo lo entiendo. Pero…
—El destino, es el que no ha querido que le acompañes—dijo la mujer tirando
de ella hacia el interior del Jaral—Esperanza ha enfermado y eso ha sido una
señal para que él partiera solo y que vosotras os quedarais aquí.
—Abuela—María dejó de caminar y miró a su abuela frente a frente— ¿Y si
Gonzalo no vuelve? ¿Y si el barco…?—rápidamente Rosario interrumpió alargando
su mano hacia el rostro de su nieta, que la miraba habida de respuesta, de una
respuesta que le reconfortara su abatido corazón, que ahora mismo, albergaba
una gran congoja y un profundo temor.
—María, a Gonzalo no le sucederá nada, es fuerte, y sabe defenderse,
recuerda que se ha criado en la selva. Además, lleva la protección de Pepa, su
madre nunca le abandonará, y Dios tampoco.
Si cuando era pequeño no le abandonó, y nos lo devolvió, no creo que
ahora quiera llevárselo con él. A Gonzalo, le queda mucha vida por vivir, y
esta, la vivirá junto a ti y a tu hija. Ahora, vamos María, ha despuntado el
alba y todavía hace frio para estar aquí.
—Está bien abuela—respondió María, dejando resbalar con libertad, aquellas
lágrimas que huían por sus mejillas intentando liberar la congoja que se había
instalado en su corazón. María dejándose guiar por su abuela, caminó hacia el interior
del Jaral.
El día transcurrió muy lentamente, cada rincón, cada objeto, cada momento, le
recordaban a Gonzalo. Habían compartido mesa con Candela, Aurora y su abuela
Rosario pero el silencio les había acompañado a cada cucharada que se habían
llevado a la boca, a cada sorbo, a cada bocado de aquel condumio. Había
intentado distraerse con la lectura, con la costura, pero había sido imposible.
El vacío de Gonzalo se hacía patente, las miradas furtivas de las mujeres del
jaral ponían en evidencia esa ausencia, de la que no querían ni comentar.
María, acababa de alimentar a Esperanza, que había comido como una glotona,
aunque esta vez le había costado mucho más. María, permanecía en su habitación
y la acunaba entre sus brazos para que la niña durmiera, pero parecía que
Esperanza, no estaba por la labor, también encontraba a faltar los mimos, las
carantoñas y la ternura de su padre, estaba inquieta y no conciliaba el sueño.
María, intentó cantar una nana, para tranquilizarla, pero sus palabras se
mezclaron con su añoranza y no pudo tararear ni una frase, un nudo le subía por
la garganta y le impedía que su voz saliera al exterior, no podía mediar
palabra. Miró a la niña, era tan hermosa, se parecía tanto a él. María acercó
el rostro de la pequeña hasta tenerlo junto a su boca y la llenó de besos,
cortos y tiernos. Esperanza alargó su manita y enredó sus deditos entre su
pelo.
—Esperanza mi niña. ¿Qué haremos tú y yo? ¿Cómo podremos vivir sin él?
La niña le sonrió, forzando a que María sonriera también. En aquel momento,
la aferró hacia ella, con el propósito de calmar su angustia, una angustia que crecía
en su interior y que mezclada con la sonrisa de Esperanza, se hacía muy difícil
de mantener.
—Hija mía—Lloró desconsoladamente.
Y así estuvo durante un tiempo, acunando a su hija, apaciguando su
espíritu, respirando aquel aroma infantil y reviviendo en su memoria los
momentos que en aquella alcoba habían convivido los tres. Esperanza empezó a
balbucear, como hacía últimamente, y en el balbuceando de aquel ser tan
diminuto, María, adivinó dos de las más hermosas palabras que podría escuchar,
pa, pa… Aquellas palabras y el calor de su cuerpecillo, la hicieron estremecer,
¿Cuánto daría Gonzalo por haber escuchado esas minúsculas palabras que de boca
de su hija tenían aquel gran significado? Su corazón se encogió recordando
todas las ocasiones que Gonzalo, le había dicho a ella, que él mismo las había
escuchado.
— “Yo no quiero lanzar campanas al
vuelo, pero esta niña es más lista que un ratoncito de campo, en dos días se nos
arranca a hablar.
—Pero como va a hablar
Gonzalo. Si no sabe ni levantarse.
—Pues tumbada en la cama ha
dicho pa por tres veces. Desgraciadamente no tengo testigos pero te doy mi
palabra de honor de que no miento.”
Entonces, la separó de su pecho, y volvió a mirar a su hija que ajena a su
dolor la miraba con sus grandes y hermosos ojos, sin parar de balbucear y de sonreír.
María, le devolvió una de sus sonrisas y le regaló un beso tan inmenso como
tierno en el que depositó todo su amor, el suyo y el de Gonzalo.
Por fín, Esperanza sucumbió en los brazos de Morfeo, y María se paseó por
la alcoba, quería estar sola con su tristeza, pensar en él, tener su rinconcito
para su recuerdo, y revivir momentos tan felices que vivieron juntos allí mismo en aquel lugar. Sus
pasos la llevaron hacia su lecho, sintiéndolo en aquel momento, tan vacío con
grande. Acarició con sus delicados dedos la dorada colcha que cubría su cama, la
misma que la noche anterior había cubierto sus cuerpos desnudos, enredados y
entregados al juego del amor, guardando entre su mudo abrazo, el apasionado y
gran amor que se habían entregado ambos, un amor que tendrían que alimentar
desde la distancia reviviéndolo en cada momento de su sentida, nostalgia. Poco
a poco, se deslizó sobre la cama, depositando su cabeza en la almohada de
Gonzalo.
Todavía sentía su olor, sus caricias, Gonzalo se habían filtrado en su
piel, vivía en ella, le sentía aunque estuviera a leguas de allí. Percibía su
esencia, cerró sus ojos y se dejó llevar. Quería permanecer encerrada en su
mundo de cristal, de magia y de amor. Había luchado mucho por estar con él, por
envejecer con él. Y aunque comprendía lo que había hecho, se sentía enfadada
con el destino, la enfermedad de la pequeña había truncado sus planes de viaje,
un viaje por el que ahora mismo daría la vida, el que habría sido motivo de alegría,
un regalo para disfrutar, ya que no habían tenido su viaje de novios, María se
lo había preparado como tal. Pero la ilusión se rompió como cristal de bohemia,
y se hizo añicos, apartándola a ella y a Esperanza del lado de Gonzalo, suspiró
con gran emoción, recordando su rostro risueño, escuchando sus palabras de
amor, le echaba tanto de menos, necesitaba sentirlo junto a ella, y así permaneció
durante un buen rato, sumida en sus recuerdos, ajena al mundo y a todo,
imaginando en qué lugar, o dónde podría estar él en aquel preciso momento.
María se había tendido en su lecho, lloraba, recordando tantas y tantas
cosas del pasado, tanto sufrimiento vivido, las veces que Gonzalo se había
alejado de ella, y las veces que había vuelto. María imploraba al cielo que le
diera fuerzas y rezaba para que en un futuro no muy lejano volviera a revivir
junto a él todo el huracán de pasiones que todavía guardaba en su interior.
Tenía tanto que ofrecerle, tanto que vivir. Dios no podía jugar más con ellos,
tenía que arroparlos en sus bondadosos brazos, y dejar que Gonzalo encontrara
lo que había ido a buscar y volviera a su hogar, para ver a su niña crecer, y
para estar y envejecer junto a ella, todo lo que siempre habían soñado.
Vídeo sobre la marcha de Martín.
Los golpes suaves en la gran puerta de caoba, volvieron a María a la
alcoba. Tras ella, la suave voz de Aurora decía.
—María, la cena está lista. ¿Puedo pasar?
María se incorporó y secándose con ambas manos sus lágrimas dijo casi con
un susurro.
—Pasa Aurora.
La muchacha entró sigilosa. Miró a su sobrina como dormía plácidamente y se
acercó a su prima. Observó que la muchacha no tenía buena cara y preguntó.
—María, ¿estás bien?
Ella, la miró.
—No, Aurora, no te voy a engañar, no estoy muy bien.
Aurora se sentó junto a ella sobre la cama, le cogió sus manos y aferrándolas
a las suyas le dijo con dulzura.
—Es normal María, yo también le echo de menos, y todavía no hace ni un día
que se ha ido. Es la primera vez, que me separo de él. Y me siento
tremendamente mal pues tenía que haberle acompañado, piensa que puede que
tengamos un hermano allí, y cuatro ojos ven más que dos.
—Ya sabes cómo es tu hermano, no lo pienses más Aurora, tú tienes que estar
aquí, con tu gente, y con Conrado. Aprovecha tú que puedes, la
felicidad es efímera, y tal como llega se va.
La muchacha vio que María volvía a sucumbir en la tristeza.
—Bueno, no seamos tan melindres, que mi hermano se enojaría de vernos así.
Le prometimos que seríamos fuertes, y parecemos dos plañideras.
Ambas se miraron y sonrieron.
—¿Dónde deberá estar? ¿Habrá embarcado ya?—preguntó María.
—No lo sé prima, pero en cuanto pueda nos escribirá, además, mi hermano es
muy corajudo y no le pasara nada, ya lo verás. Volverá antes de lo que
imaginamos y quien sabe, si con un hermano bajo el brazo.
Aurora, le regalaba una amplia sonrisa, intentando aminorar la desazón de
María.
—Qué cosas tienes Aurora.
—María, estoy aquí, junto a ti. Siempre estaré, y no porque se lo haya
prometido a mi hermano, sino porque siempre he estado, y continuaré estando, para
ayudarte a tí y a la niña. Pero yo, mi querida prima, también necesito de tus mimos, ahora no
está mi hermano, y ahora que estamos solas y nadie me oye,
te diré, que sus abrazos me reconfortaban más que sus palabras, y eso que
siempre me daba sus buenos consejos, que acataba con agrado, así que tendrás
que ocupar su lugar, tendremos que ocupar su lugar. Hagamos un trato.
—Que trato Aurora.
—Yo te mimaré y te daré apoyo a ti, y tú me mimarás y me darás apoyo a mí.
¿Qué te parece, hay trato?
María sonrió de nuevo.
—Eres lo que no hay Aurora.
—Eso si prima, cuando no nos vea nadie. Esto tiene que quedar entre tú y
yo. No quiero que piensen que soy una ñoña.
—Eso está hecho. Ven aquí—Dijo María, abriendo sus brazos hacia su prima. Aurora
había conseguido su propósito, cambiar el rictus de María, y hacerla sentir un
poco mejor. Las muchachas se fundieron en un gran y cálido abrazo, insuflándose
ánimos la una a la otra.
De pronto, María se sintió mal, sintió náuseas, y un gran malestar.
—¿Que te ocurre María?
—No sé, me siento mareada, deben ser los nervios.
—¿Cuánto tiempo hace que te sucede?
—Unos cuantos días.
—¿Has comido algo que te haya podido sentar mal?
—Pues no… lo mismo que tú. —dijo sujetándose el vientre con sus manos.
Aurora se sintió inquieta.
—No te preocupes prima, que no es nada. Ya me encuentro mejor—dijo María,
intentando calmar a Aurora que la miraba con zozobra.
—Bueno, prima. No vamos a salir de aquí hasta que me digas que síntomas son
esos, y desde cuando te está sucediendo.
María la miró.
—Es desde hace un par de días, no he dicho nada para no preocupar a tu
hermano que bastante tenía con su marcha, supongo que será lo mismo que le ha
pasado a Esperanza.
—Bueno María, puede que sea lo mismo que la niña, o que creas que son los
mismos nervios, pero si llevas un par de días así, tenemos que averiguar a qué
se debe antes de que vayan a más. Tengo que hacerte un reconocimiento.
—Ya te he dicho que ha sido un simple vahído, y unas pequeñas náuseas, no he comido mucho en el día
de hoy.
—Bien, quizá sea solo eso, a decir verdad es comprensible, con tanto ajetreo.
Bueno, pues, como has dicho que no has comido nada y yo he venido porque la
cena estaba hecha, ahora mismo nos vamos a ir cenar. Además, Candela y Rosario
deben estar inquietas por nuestra tardanza.
—Tienes razón prima. Anda, vamos.
María se levantó de la cama y Aurora hizo lo propio. Antes de abandonar la
alcoba María, se acercó a la cuna de Esperanza y la cubrió suavemente con su
sabanita.
—¿Verdad que es preciosa?—le preguntó a Aurora que se había aproximado a ellas.
—Lo es María. Según escuché a tu madre, decirle a Candela, Esperanza es
igualita a la mía.
—Pues a mí, me recuerda a tu hermano.
—Pero es que mi hermano, es igual que mi madre. Todos somos muy reguapos en esta
familia—Y volvió a sonreír al ver que a María, se le dibujaba una mueca de
tristeza en su rostro al hablar de Martín.
—Eso es cierto—respondió la muchacha.
—Anda María, vamos ahora vendrá la doncella al cuidado de Esperanza.
—Si vamos.
Y las dos muchachas abandonaron la habitación. Aurora, que caminaba tras
ella, tenía su teoría a todas aquellas molestias que tenía María, sus nauseas, sus
mareos, aquella palidez, todo daba a entender una sola respuesta, respuesta que la muchacha, rogaba al cielo no fuera cierta, ya que por la situación que María tendría que vivir, la que tenía que afrontar, no era el momento idóneo para que se
produjera, no al menos mientras su hermano estuviera lejos del Jaral. La duda
se cernía sobre ella, y la respuesta era más que evidente. ¿Estaría María embarazada?
Con la duda en su rostro, cerró la gran puerta de la alcoba tras de sí,
dejando junto a su sobrina, la inquietud al pensar que de nuevo María pudiera
vivir un embarazo lejos de Martín. La incertidumbre se apoderó de Aurora, pensó
en Martín, en la lejanía de su hermano, y en su promesa para con su familia. En silencio,
miró a María de soslayo, sonriéndole a la par, pues una cosa tenía clara, ella
nunca las abandonaría, pasara lo que pasara, nunca las dejaría de cuidar.
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