CAPITULO 30
DE VUELTA A CASA- DESCONSUELO.
Martín divisó a lo lejos, las lánguidas luces que iluminaban el entorno de aquel gran navío que permanecía apunto para partir hacia su tierra.
Había seguido paso a paso las indicaciones de Matilde hasta que por fin llegó agotado y nervioso, a lomos de un caballo que dejó libre al llegar a la zona portuaria.
De pronto, se escuchó por todo el puerto el aviso que el buque lanzó con toda su fuerza por aquellas enormes chimeneas que se alzaban inmensas en el Ciudad de Sevilla. Martín al escuchar aquella llamada echó a correr, no podía permitirse perder la oportunidad que el destino le había regalado, debía embarcar a como diera lugar.
Por fin podría regresar junto a María, y su hija. Aquella sensación de deseo mezclado con la alegría de su libertad le invadía el corazón y le llevó a penas sin darse cuenta hasta la pasarela de embarque, dónde tendría que pasar la prueba de su falsa identidad.
¿Qué pasaría cuando se dieran cuenta que no llevaba consigo el pasaporte? ¿Y si se daban cuenta de que él no era el titular del billete? En aquel momento, el buque volvió a lanzar su último aviso y Martín, corrió todo lo que le daban sus piernas los escasos metros que le separaban de la pasarela hacia su salvación.
—¡¡Espere!! ¡¡Por favor espere!!— Gritó al marinero que ordenaba retirar la pasarela— ¡¡por favor!!
El joven ordenó esperar y salió a su paso.
—Señor, si se descuida pierde el pasaje.
—Si es que me ha surgido un contratiempo, casi no llego a tiempo— Martín hablaba con rapidez mientras buscaba en el interior de su chaqueta el billete que tenía reservado a nombre de Eladio.
Desde lo alto del buque, el sobrecargo gritó a los hombres de tierra que debían retirar la pasarela. Martín, impaciente esperaba que le devolvieran su billete para poder embarcar. Miraba con inquietud el rostro de aquel marinero que frente a él repasaba el texto de su billete, no sabía si podría pasar aquel último obstáculo para sentirse por fin libre y en paz. De pronto aquel hombre le dijo.
—Me falta su pasaporte, podría enseñármelo por favor.
En aquel momento Martín se quedó petrificado, había llegado el momento temido, que podría hacer…Martín, no supo reaccionar. La sola idea de pensar que podría quedarse en tierra le había dejado paralizado y su rostro palideció.
—¿Señor, se encuentra bien?
Los gritos de los pasajeros despidiendo a sus familiares y amigos le hicieron reaccionar lentamente.
—Señor, por favor, tengo que ordenar que retiren la rampa. Si quiere embarcar me tendrá que entregar su pasaporte. Martín tan solo escuchó las últimas palabras.
—¿Perdón, me decía?
—Su pasaporte señor.
Martín buscó con ahínco por todos los bolsillos de su traje, palpando cada rincón de su torso, haciéndose el sorprendido al no encontrarlo.
—¡Dios mío, no lo encuentro! Lo debo haber perdido cuando he tenido el percance que casi me hace perder el barco.
—Pues sintiéndolo mucho señor, pero me temo que no puedo permitirle el paso.
—¿Cómo que no?— respondió con falsa indignación. Y alzando la voz le espetó— ¿Acaso no sabes quién soy?
—¿Señor? Disculpe pero..
—No, no te disculpo. Ahora mismo me dices tu nombre completo, y cuando vuelva de mi viaje hablaré con tu superior.
—Señor a pesar de eso, no puedo dejarle embarcar, solo cumplo con las órdenes.
Martín no sabía cómo salir de aquel brete. Entonces miró fijamente al muchacho y volvió a introducir su mano en la chaqueta y sacó la billetera, apartando unos billetes para aquel joven.
—Si esto es lo que quieres—alargó su mano ofreciendo al muchacho una suma importante. El joven no cabía en su asombro.
—Pero señor.
—Acaso me pides más. Esto no va a quedar así. Soy Eladio Quintero, he perdido el pasaporte y no puedo perder el pasaje ya que tengo un negocio muy importantes que no puedo dejar de atender— Se acercó al joven y dando unos golpecitos en su pechera siguió diciendo — Si no subo a esta embarcación perderé una gran suma de dinero, y te prometo que no pararé hasta que…
—Está bien señor— le dijo el muchacho a la vez que cogía de su mano el dinero, mientras que con la otra le entregaba su pasaje—Suba, dese prisa tenemos que zarpar.
Martín cogió aquel billete hacia la libertad y subió velozmente hacia el interior del buque.
Momentos después bajo sus pies volvió a sentir el vaivén de las olas del mar, un inmenso mar que le separaba de su vida, un mar que ya había jugado con su destino, pero que en esta ocasión le devolvería sano y salvo a su lugar.
El tiempo transcurría plácidamente en aquella travesía. Martín evitaba relacionarse con los pasajeros por miedo a que alguien descubriera que no era Eladio Quintero, por eso caminaba por noches, cuando la mayoría de los pasajeros permanecían en sus camarotes Martín se sentaba en aquellos butacones que rodeaban los grandes balcones que daban al mar, y se perdía en el infinito del horizonte, esperando ver la silueta de la costa atlántica, mientras pensaba como haría para vengarse de la persona que le había hecho tanto mal.
—Prepárese abuelita, Martín Castro, hijo de Pepa Balmes regresa de entre los muertos. Voy rumbo a Puente Viejo, Francisca Montenegro, voy a buscar lo que me ha intentado arrebatar. Mi mujer, mi hija, mi familia y mi hogar.
María había corrido aturdida ante aquella revelación. Se sentía engañada por quienes ella había querido tanto, como habían podido ocultar aquella enormidad.
Un vacío se apodero del poco corazón que todavía le quedaba. Las palabras de Severiano le retumbaban como el repique de un tambor. «Mi hija… mi hija»
María se dejó de correr y su cuerpo cedió hasta caer sobre una fría roca, dónde rompió a llorar como una niña. Sin darse cuenta, María había llegado al lugar donde siempre se refugiaban, su rincón, donde Gonzalo siempre encontraba la paz y la tranquilidad que necesitaba, cuando les ocurría algo de enjundia, o algo que les dolía en el alma acudían allí, y allí estaba precisamente María, en el monte, bajo aquel gran árbol y junto a su gran roca. Al darse cuenta de dónde se encontraba lloró con desconsuelo durante unos minutos, hasta que pudo respirar y con torpeza se limpió sus lágrimas para mirar al cielo mientras decía.
—Cuanta falta me haces Gonzalo. Te necesito. ¿Por qué te fuiste dejándome aquí sola?`
En aquel momento llegaba Aurora.
—¿María? ¿Que ha ocurrido? He ido a la casa de comidas y me han dicho que te habías marchado corriendo.
María la miró de soslayo. Aurora continuó.
—Prima, tus padres estaban…
—Mis padres dices… —respondió con dureza. Aurora no comprendió aquellas palabras.
—María, ¿va todo bien? —Preguntó sentándose junto a ella.
—No, Aurora. No—respondió entre lágrimas.
La muchacha no entendía nada y María se había incorporado como si le quemara su presencia. Aurora se hizo lo propio y sujetándola por el brazo con delicadeza le volvió a preguntar.
—¿Que te sucede María? Sabes que puedes confiar en mí.
María la miró, y vio todo el cariño que Aurora sentía por ella en aquella mirada de preocupación. Suspiró y se abrazó a Aurora llorando sin cesar. Esta, la abrazó con fuerza muy preocupada.
—María, ¿porque estás llorando así? Explícamelo. Las penas compartidas son más llevaderas, y no creo que sea algo tan enorme que no podamos solucionar.
María se separó de su prima, y limpiándose las lágrimas le dijo.
—Aurora, es muy importante… y doloroso. Desde hoy ya no soy la misma, lo que he descubierto…
—María me estás preocupando en gordo.
—Yo también lo estoy, créeme.
Aurora tiró de su prima hasta sentarse de nuevo en aquella enorme piedra.
—María, ¿acaso has sabido algo de mi hermano? ¿Has averiguado algo de Tristán?
María miró a Aurora y tras un corto silencio respondió.
—No prima, ojalá fueran noticias de Gonzalo. Si él estuviera aquí que fácil sería todo.
—María me tienes en ascuas, por favor ¿dime que te sucede? ¿Por qué estás así?
—Prima—cogió con fuerza sus manos entre las suyas— Acabo de descubrir quién es mi padre.
—¿Tu padre?
—Sí, mi verdadero padre. El que me engendró.
Aurora permanecía expectante, mirando con atención a María.
—¿Y bien? —preguntó al muchacha.
—Pues…
—Pues que… María. ¿Es que necesitaré ir a buscar unas tenazas para arrancarte las palabras?
—Pues que mi padre es… Severiano.
Aurora se quedó boquiabierta. Buscó la mirada de su prima y abrió los ojos hasta sentir dolor.
—Severiano? El forastero?
—No tanto. Es mi padre, muy forastero no sería.
—Dios mío María. ¿Y ahora… que?
—Pues no lo sé Aurora, no lo sé.
Las dos jóvenes se quedaron en silencio, frente a frente, asimilando aquella nueva situación.
A más ver.
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