CAP
26- ALFONSO CASTAÑEDA, EL TEMOR DE UN PADRE.
Alfonso se
acercó a Emilia en cuanto las muchachas marcharon hacia el Jaral.
—¿Qué quería
tu hija Emilia? ¿Algo que yo pueda hacer?
—No, nada
Alfonso.
Él la miró.
Sabía que algo le rondaba y se acercó hacia ella.
—Emilia, mira
que te conozco, y ayer dijimos…
La mujer,
miró a Alfonso y con preocupación le cogió de la mano y le guió hacia la mesa
invitándole a sentarse junto a ella.
—Emilia.
¿Qué ocurre?—preguntó preocupado.
Ella, se
llenó de valor y explicó a su esposo todo lo que habían estado hablando con las
muchachas. Alfonso, cambió el semblante. Saber que María podría volver a estar
cerca de Severiano, le corroía por dentro.
—¿Es que no
hay otra manera?—preguntó.
—Creo que si
pudiéramos indagar sobre la vida de mi sobrino Tristán… si pudiéramos saber, si
esas sospechas que anidan en las cabezas de las muchachas son infundadas o
ciertas...
—¿Crees que Tristán
miente?— Preguntó Alfonso. Emilia le miró fijamente a los ojos, y respondió.
—Lo que me
han dicho, me ha hecho pensar. Y si te soy sincera…más bien creo que esconde
algo.
—Pero
Emilia…
—No lo sé,
Alfonso. Pero lo que me han dicho Aurora y María, no me lo saco de la cabeza y
tiene toda su lógica. ¿No encuentras extraño que conviva con doña Francisca sin
que ella diga ni haga nada al respecto? ¡Es un bastardo! Mira lo que hizo con
mi hermano y lo que ha hecho sufrir a sus nietos. Cuanto más a un hijo
ilegítimo de su querido Tristán.
—Pues si…
raro es, la verdad—dijo mientras se frotaba la barbilla con su mano.
—Pues lo que
te digo… Hay algo que me tiene zozobrada toda.
—¿Y qué
piensas hacer?
Ella le miró
con picardía en sus ojos.
—Emilia—dijo
con recelo—que te conozco, y conozco a tu hija y a Aurora. ¿Qué estáis
tramando?
—Nada
marido, no te inquietes.
—Ahora sí
que has conseguido lo contrario. Inquieto es poco. Empieza a contarme. ¡Venga!
—Está
bien—Emilia respiró hondo y dijo—He invitado a Tristán a una celebración que
daremos en la casa de comidas—Alfonso la miró de sopetón.
—¿Una
celebración? ¿Y tu hija y Aurora están de acuerdo?
—Pues sí, ha
sido más una idea de ellas que mía.
—Pero… no me
lo puedo creer. Apenas hace un mes que Gonzalo se perdió en las aguas y pensáis
en una celebración? No doy crédito—Alfonso miró desconcertado a Emilia… ¿En
nombre de qué?
—¡Alfonso!
Claro que no estamos de celebraciones, pero hemos pensado que le haremos una
cena en su honor y le abriremos las puertas de la familia, así iremos
ganándonos su confianza, e iremos averiguando si sabe algo más.
—¿Algo más,
como qué?
—Si hubieras
perdido un hermano en un naufragio, cuando este te iba a conocer y a brindarte
su apoyo. Si tú hubieras llegado de un país tan lejano para conocer a tu
familia de la que tanto te habló tu madre ¿No crees que irías derechito a ver a
tu hermana? ¿No la buscarías por todas partes hasta dar con ella? ¿Presentarte
ante ella, conocerla, abrazarla, y darle tu apoyo y amor incondicional?
Alfonso
pensaba en aquellas sabias palabras.
—Si claro,
que sí.
—¿Y entonces,
porque no lo ha hecho? Lleva aquí varios días. ¿Porque no se aloja en el Jaral
que es su verdadero hogar, como sabía de la existencia de la Casona? ¿Quién le
ha dado razón de ella y de doña Francisca? Y ¿Porque la doña lo tiene bajo su
techo, cuando no le tiembla la mano para echar de su lado a quien le venga en
gana?
—Muchas
preguntas son esas, mujer.
—Si Alfonso
lo sé, pero las muchachas tienen razón al desconfiar, y más si se lleva tan
bien con la Montenegro.
Alfonso
asentía en silencio.
—¡Tienes
razón!—respondió tras escuchar aquellas palabras— Pero…
—Mira Alfonso.
Hemos de ayudar a María a descubrir la verdad. Ya que eso hará que se olvide de
Severiano y su dinero, para buscar a Gonzalo.
—Tienes
razón.
Emilia le
sonrió.
—Siempre la
tengo marido.
Alfonso todavía estaba ensombrecido.
—¿En qué
estás pensando, Alfonso? ¿A caso lo ves mal?
Él, dirigió
la mirada hacia el infinito y hablo con un hilo de voz.
—¿Y si no
conseguimos que María se olvide de ese endriago de Severiano?
—¡Alfonso!—dijo
con aflicción.
—Emilia, no
quiero ni que se le acerque. Si María descubre que él es su verdadero padre…—durante
unos instantes Alfonso guardo un pesado silencio. Emilia barrió su mirada hasta
posar sus ojos en la triste figura de su esposo. Alargó su mano y acarició a
Alfonso. Él reaccionó— la perderé para siempre.
Una pena
inmensa se había apoderado de su corazón. Alfonso se incorporó de la silla.
Emilia le siguió.
—Pero…
Alfonso, ¿crees que María dejaría de quererte? Para ella, tú y solo tú eres su
padre.
Él la miró.
En sus ojos solo había tristeza.
—Eso podría
cambiar en cualquier momento. Según me dices habla de él con idolatría.
—Alfonso,
creo que exageras. María solo habla de él, porque necesita tener una ilusión.
Pero esa ilusión es por Gonzalo no por Severiano.
Entonces
Alfonso, le preguntó.
—¿Crees que
deberíamos hablar con ella?
Emilia no
sabía que decir, no quería ni pensar. Alfonso dijo temeroso.
—¿Y si Severiano
le dice la verdad en algún momento?
—No creo que
lo haga—dijo nerviosa Emilia.
—¿Y si se
pasea por el pueblo? ¿Y si lo ve Dolores? Severiano no ha cambiado mucho desde
que marchó, en cuanto le reconozca todo el pueblo sabrá que ha vuelto, y todos
al ver a María, recordarán que su padre
anda por el pueblo, y a la niña le llegarán los comentarios y entonces ¿qué?
—Anda ven aquí—dijo
Emilia abrazando a Alfonso. Este cerró sus ojos perdiéndose en aquellos dulces
brazos que tanto le reconfortaban. Respiró profundamente, mientras a Emilia le asaltaban
todo tipo de dudas, y una zozobra inmensa se apoderaba de ella. Alfonso tenía
razón. Si Dolores le veía de inmediato le iría a María con el cuento. No podían
permitir que María se enterara de cualquier manera. Tenían que tomar una
decisión.
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