30 de abril de 2015

RELATO- ALFONSO CASTAÑEDA, EL TEMOR DE UN PADRE.


CAP 26- ALFONSO CASTAÑEDA, EL TEMOR DE UN PADRE.

Alfonso se acercó a Emilia en cuanto las muchachas marcharon hacia el Jaral.

—¿Qué quería tu hija Emilia? ¿Algo que yo pueda hacer?

—No, nada Alfonso.


Él la miró. Sabía que algo le rondaba y se acercó hacia ella.

—Emilia, mira que te conozco, y ayer dijimos…

La mujer, miró a Alfonso y con preocupación le cogió de la mano y le guió hacia la mesa invitándole a sentarse junto a ella.

—Emilia. ¿Qué ocurre?—preguntó preocupado.

Ella, se llenó de valor y explicó a su esposo todo lo que habían estado hablando con las muchachas. Alfonso, cambió el semblante. Saber que María podría volver a estar cerca de Severiano, le corroía por dentro.

—¿Es que no hay otra manera?—preguntó.

—Creo que si pudiéramos indagar sobre la vida de mi sobrino Tristán… si pudiéramos saber, si esas sospechas que anidan en las cabezas de las muchachas son infundadas o ciertas...

—¿Crees que Tristán miente?— Preguntó Alfonso. Emilia le miró fijamente a los ojos, y respondió.

—Lo que me han dicho, me ha hecho pensar. Y si te soy sincera…más bien creo que esconde algo.

—Pero Emilia…

—No lo sé, Alfonso. Pero lo que me han dicho Aurora y María, no me lo saco de la cabeza y tiene toda su lógica. ¿No encuentras extraño que conviva con doña Francisca sin que ella diga ni haga nada al respecto? ¡Es un bastardo! Mira lo que hizo con mi hermano y lo que ha hecho sufrir a sus nietos. Cuanto más a un hijo ilegítimo de su querido Tristán.

—Pues si… raro es, la verdad—dijo mientras se frotaba la barbilla con su mano.

—Pues lo que te digo… Hay algo que me tiene zozobrada toda.

—¿Y qué piensas hacer?

Ella le miró con picardía en sus ojos.

—Emilia—dijo con recelo—que te conozco, y conozco a tu hija y a Aurora. ¿Qué estáis tramando?

—Nada marido, no te inquietes.

—Ahora sí que has conseguido lo contrario. Inquieto es poco. Empieza a contarme. ¡Venga!

—Está bien—Emilia respiró hondo y dijo—He invitado a Tristán a una celebración que daremos en la casa de comidas—Alfonso la miró de sopetón.

—¿Una celebración? ¿Y tu hija y Aurora están de acuerdo?

—Pues sí, ha sido más una idea de ellas que mía.

—Pero… no me lo puedo creer. Apenas hace un mes que Gonzalo se perdió en las aguas y pensáis en una celebración? No doy crédito—Alfonso miró desconcertado a Emilia… ¿En nombre de qué?

—¡Alfonso! Claro que no estamos de celebraciones, pero hemos pensado que le haremos una cena en su honor y le abriremos las puertas de la familia, así iremos ganándonos su confianza, e iremos averiguando si sabe algo más.

—¿Algo más, como qué?

—Si hubieras perdido un hermano en un naufragio, cuando este te iba a conocer y a brindarte su apoyo. Si tú hubieras llegado de un país tan lejano para conocer a tu familia de la que tanto te habló tu madre ¿No crees que irías derechito a ver a tu hermana? ¿No la buscarías por todas partes hasta dar con ella? ¿Presentarte ante ella, conocerla, abrazarla, y darle tu apoyo y amor incondicional?

Alfonso pensaba en aquellas sabias palabras.

—Si claro, que sí.

—¿Y entonces, porque no lo ha hecho? Lleva aquí varios días. ¿Porque no se aloja en el Jaral que es su verdadero hogar, como sabía de la existencia de la Casona? ¿Quién le ha dado razón de ella y de doña Francisca? Y ¿Porque la doña lo tiene bajo su techo, cuando no le tiembla la mano para echar de su lado a quien le venga en gana?

—Muchas preguntas son esas, mujer.

—Si Alfonso lo sé, pero las muchachas tienen razón al desconfiar, y más si se lleva tan bien con la Montenegro.

Alfonso asentía en silencio.

—¡Tienes razón!—respondió tras escuchar aquellas palabras— Pero…

—Mira Alfonso. Hemos de ayudar a María a descubrir la verdad. Ya que eso hará que se olvide de Severiano y su dinero, para buscar a Gonzalo.

—Tienes razón.

Emilia le sonrió.

—Siempre la tengo marido.

 Alfonso todavía estaba ensombrecido.

—¿En qué estás pensando, Alfonso? ¿A caso lo ves mal?

Él, dirigió la mirada hacia el infinito y hablo con un hilo de voz.

—¿Y si no conseguimos que María se olvide de ese endriago de Severiano?

—¡Alfonso!—dijo con aflicción.

—Emilia, no quiero ni que se le acerque. Si María descubre que él es su verdadero padre…—durante unos instantes Alfonso guardo un pesado silencio. Emilia barrió su mirada hasta posar sus ojos en la triste figura de su esposo. Alargó su mano y acarició a Alfonso. Él reaccionó— la perderé para siempre.

Una pena inmensa se había apoderado de su corazón. Alfonso se incorporó de la silla. Emilia le siguió.

—Pero… Alfonso, ¿crees que María dejaría de quererte? Para ella, tú y solo tú eres su padre.
Él la miró. En sus ojos solo había tristeza.

—Eso podría cambiar en cualquier momento. Según me dices habla de él con idolatría.

—Alfonso, creo que exageras. María solo habla de él, porque necesita tener una ilusión. Pero esa ilusión es por Gonzalo no por Severiano.

Entonces Alfonso, le preguntó.

—¿Crees que deberíamos hablar con ella?

Emilia no sabía que decir, no quería ni pensar. Alfonso dijo temeroso.



—¿Y si Severiano le dice la verdad en algún momento?

—No creo que lo haga—dijo nerviosa Emilia.

—¿Y si se pasea por el pueblo? ¿Y si lo ve Dolores? Severiano no ha cambiado mucho desde que marchó, en cuanto le reconozca todo el pueblo sabrá que ha vuelto, y todos al ver a María, recordarán  que su padre anda por el pueblo, y a la niña le llegarán los comentarios y entonces ¿qué?


—Anda ven aquí—dijo Emilia abrazando a Alfonso. Este cerró sus ojos perdiéndose en aquellos dulces brazos que tanto le reconfortaban. Respiró profundamente, mientras a Emilia le asaltaban todo tipo de dudas, y una zozobra inmensa se apoderaba de ella. Alfonso tenía razón. Si Dolores le veía de inmediato le iría a María con el cuento. No podían permitir que María se enterara de cualquier manera. Tenían que tomar una decisión.

A más ver.


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