CAP
23- EMILIA ULLOA- EL APOYO DE UNA MADRE.
María llegó junto
con Aurora a la casa de comidas, ambas habían bajado al pueblo paseando a
Esperanza en su carrito. Al entrar encontraron a su abuelo Raimundo atendiendo
la recepción. El hombre se alegró al ver a sus nietas y salió a su encuentro.
—¡Que
agradable sorpresa!¿Cómo están mis niñas?
—Hola
abuelo—respondieron casi a la vez.
Él se asomó
al carrito para hacerle carantoñas a Esperanza,
en el mismo momento que Emilia y Alfonso bajaban de las habitaciones.
—Hola
hija—dijo Emilia, dirigiéndose a ella—Sobrina—la mujer saludó a las muchachas
con un beso. Alfonso se dirigió hacia su nieta.
—Que
rebonita está—comentó mientras la miraba, y le hacía cucamonas.
—¿A que
habéis venido? —preguntó Emilia.
—Nada madre,
queríamos hablarle de algo.
La mujer las
miró curiosa, y Alfonso que se dio cuenta de que querían hablar a solas, sin
dejar de mirar a Esperanza respondió.
—Anda, ya me
llevo yo a mi nieta, mientras vosotras habláis tranquilas.
Raimundo,
comprendió y dijo.
—Yo iré a
ayudar a Matías que veo que es la hora de los almuerzos y anda algo embarrullado.
—Gracias padre—dijo Emilia.
Una vez a
solas, las tres mujeres se sentaron en
una mesa.
—¿Queréis
que os prepare una limonada, o una manzanilla?—preguntó solícita Emilia.
—No madre.
—No, tía
Emilia, solo queremos explicarle un asunto.
—Bien pues,
vosotras diréis—dijo la mujer juntando sus manos sobre la mesa.
—Pues verá
madre…
Las
muchachas le pusieron al tanto de las sospechas que habían ido creciendo
referente a Tristán. Emilia escuchó en silencio la totalidad de sus recelos.
—Queremos
que usted nos dé su opinión tía—habló Aurora.
Emilia,
suspiró y moviendo su cabeza les preguntó.
—¿Habéis
hablado con Rosario sobre esto?
—No, madre,
la abuela no sabe nada.
—¿Y Candela?
¿Qué opina?
—Candela es
de la misma opinión que nosotras, no acaba de fiarse de él.
—Bueno,
pues… yo… siento decirlo y que mi hermano Tristán me perdone, pero hay algo en
ese joven—Emilia se removió en silla— que no deja de inquietarme. Cuando estoy
junto a él, sé que estoy junto a mi sobrino, pero no lo siento como tal. Cuando
le miro a los ojos… no me transmite esa paz, ni encuentro esa nobleza que tenía
tu padre. En sus ojos no encuentro nada que me recuerde a él.
Las
muchachas se miraron asintiendo a la vez. Aurora preguntó.
—¿Entonces
piensa como nosotras? ¿Cree que posiblemente no sea mi hermano?
—Válgame
dios hija, que enormidad. No, Aurora, yo no he dicho eso... Yo solo digo que…no
me recuerda a mi hermano, pero de ahí a que no sea mi sobrino va un abismo,
¿Porque habría de mentirnos?
—Pero, si
acaba de decir que….
—Aurora, has
de pensar que Tristán… tu hermano…
Aurora hizo
un mohín de insatisfacción, mientras decía.
—No Emilia,
yo solo tengo un hermano y está en el otro lado del océano.
— ¿A qué
dices eso hija? Todos sabemos que Gonzalo…
—¡Madre!—interrumpió
María—no siga por ahí, por favor, ya sabe lo que pienso al respecto.
—Está bien,
como quieras, no hablaré de Gonzalo,
pero…Aurora, tu hermano Tristán, ha crecido sin conocer a tu padre, sin saber
ni como era, ni como pensaba, creció a imagen y semejanza de su madre y su
familia... y a saber cómo eran ellos.
—Pues yo
sigo pensando que hay algo más—espetó Aurora— ¿Qué me dice de mi abuelita?¿Usted
cree que siendo él un bastardo, lo acogería como a un rey, poniendo en entredicho
su apellido? No Emilia, no.
—Eso sí que
me extraña un mundo—dijo Emilia con inquietud.
—¿Entonces…
ve bien lo que le hemos dicho madre? —preguntó María.
—Pues…—durante
unos instantes miró los ojos de aquellas dos muchachas que esperaban
impacientes su aprobación. Al final y después de pensarlo un rato respondió—. Si
creéis que es lo mejor... pues adelante, no seré yo quien lo impida.
—Y …¿en lo
referente a mi hermano?—preguntó Aurora.
—¿Estamos
hablando de él no?
—No madre,
Aurora ahora se refiere a Gonzalo.
—María, tesoro
mío—Emilia sujetó las manos de María entre las suyas, y el tono de su voz se
acarameló— Gonzalo, esta…
—No
madre—dijo María incorporándose de un salto de la silla—¡Gonzalo está vivo! Lo
presiento. Lo sé.
Aurora la
miraba desde su asiento. Una mueca de complicidad y tristeza asomaba a su
rostro. Interrumpió con dulzura.
—Yo pienso
lo mismo Emilia. ¿Por qué no creer que le pasó lo mismo que a Severiano?
—Si madre,
este hombre ha caído del cielo.
Emilia volvió
a removerse en su asiento. «Ha caído del cielo, pero viene del mismo infierno» pensó.
—Hija,
yo conozco hace muchos años a Severiano,
y creo que…
—Madre...
—Interrumpió María, sentándose de nuevo y cogiendo sus manos—necesito creer que
Gonzalo está vivo.
Aurora
asintió.
Emilia miró
a las dos muchachas y suspiró.
—No me hace
nada de gracia que tengáis tratos con Severiano, siempre ha sido un soñador,
irreflexivo e impulsivo, y creo que la edad no le ha cambiado un ápice…pero si queréis
seguir pensando que…
—Si madre,
necesito volver a soñar. Pensar que Gonzalo pudo sobrevivir como lo hizo
Severiano, me llena de ilusión. Pero, no quiero que tarde tantos años como lo ha hecho él en volver junto a mí,
quiero saber de él ya... y creo que sonsacamos a Tristán....puede que sepamos
algo más.
—Está bien…
prepararemos esa idea que os ronda.
María y
Aurora, sonrieron y se miraron entre sí.
—¿Cuando
empezamos?
Leonardo
permanecía en una de las butacas de la casona cuando llegó de manos de una de
las sirvientas una misiva. Francisca en aquel momento salía de su despacho,
miró desde la distancia la escena.
—¿Es para mí?—preguntó
Leonardo a la sirvienta.
—¿Qué es
eso? —preguntó curiosa doña Francisca, avanzando hacia ellos.
—No lo ve,
abuela. Es una nota.
Ella le miró
con rencor.
—Lo veo, no
estoy ciega, y ¿Qué dice?
—Para
saberlo tendré que leerla, no cree.
—Pues ya
estás tardando.
Leonardo se
incorporó de su butaca y acercándose a Francisca le dijo.
—Es privado.
Así que me retiro a mis aposentos para poder leerla sin miradas entrometidas.
Francisca
alzó su rostro y le miró de soslayo, mientras se dirigía hacia la mesa.
—Haz lo que
te venga en gana, no me preocupa en lo más mínimo.
—Pues, quede
con Dios abuela.
Leonardo se
dirigió hacia las escaleras y subió los peldaños lentamente, mientras Francisca
le decía a la doncella.
—Llama inmediatamente
a Mauricio. ¡Vamos!
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