CAP 29 - SECRETOS AL DESCUBIERTO. SEVERIANO, EL PADRE DE MARÍA.
No hacía ni diez minutos que cada cual había marchado a su
hogar, cuando asomó Severiano por la puerta de la casa de comidas.
Alfonso que estaba recogiendo las sillas no lo vio entrar, y
Severiano se mofó de él.
—Seguimos como siempre amigo. Es como si no hubiera pasado
el tiempo, nunca aprenderás.
Al oír aquellas palabras Alfonso dio media vuelta en seco.
—¡Qué demonios haces tú aquí!
—No te alteres posadero, y sírveme una copa de vino.
—Aquí no eres bienvenido, así que no hay vino para ti ¡Lárgate!
—Venga Alfonso, no seas rencoroso. Debería ser yo el que
estuviera celoso, al fin y al cabo te has quedado con todo lo que era mío.
Alfonso, caminó hacia él, ninguno de los dos hombres
advirtieron que María había vuelto a la casa de comidas a buscar la bolsita con
las cosas de Esperanza que había dejado arrinconada detrás de la recepción del
hotel.
Al escuchar voces, miró hacia el salón, y vio a su padre hablando acaloradamente con Severiano. Aquello la dejó sorprendida, ¿de que estaban discutiendo? La muchacha permaneció quieta en el mismo lugar. Alfonso ajeno a la presencia de María, continuaba gritando a Severiano.
Al escuchar voces, miró hacia el salón, y vio a su padre hablando acaloradamente con Severiano. Aquello la dejó sorprendida, ¿de que estaban discutiendo? La muchacha permaneció quieta en el mismo lugar. Alfonso ajeno a la presencia de María, continuaba gritando a Severiano.
—¿Que me quedé con lo tuyo? Hijo de mala madre.
Alfonso de una zancada se puso a un palmo de él.
—¿Que vas a hacer, me vas a pegar?
—No sería la primera vez, quieres probar de nuevo.
En aquel momento Emilia salió de la cocina.
—¡Que son estos gritos!—En aquel momento vio aterrada a Severiano frente a
Alfonso, un helor le recorrió el cuerpo, y acercándose a ellos gritó.—¿Que
estás haciendo aquí, Severiano?
María continuaba atónita mirando todo aquel espectáculo desde
la puerta del hotel. Severiano tranquilamente miró a Emilia.
—Emilia, solo le he pedido una copa de vino a… mi amigo—dijo mientras
daba unas palmadas en el hombro de Alfonso.
Alfonso hizo un ademán y apartó aquellas manos de su cuerpo, y levantó el brazo para asentarle un golpe, pero Emilia
lo evitó agarrándole con fuerza.
—Alfonso, Alfonso. Para por favor.
—¡Que pare!—la miró— No voy a consentir que después de tantos años vuelva aquí a amargarme la vida. —Volvió a mirar a Severiano—Escúchame
bien rata inmunda. No te voy a consentir que vuelvas a inmiscuirte en mi vida. Sal de mi casa y deja en paz a mi familia.
—¿Tu familia?—Severiano sonrió sarcástico, hasta que cambió
el semblante y acercó su rostro rozando el de Alfonso—querrás decir, la mía.
María que iba a intervenir en aquel momento, se quedó inmóvil tras escuchar aquellas palabras.
—¿Tu familia? serás…
—¿Acaso no es verdad?—interrumpió Severiano— ¿Acaso no me hiciste una encerrona
para que Emilia me abandonara y así quedarte con ella y con mi hija?
—¡¡Que te calles te digo!!—gritó colérico Alfonso.
—No voy a callarme—gritó también Severiano— He venido a buscar lo que es mío, lo que
por naturaleza me pertenece.
—Te mato, mírame bien, y atiesa las orejas… si te acercas a
mi hija… —El cuerpo de Alfonso se abalanzaba sobre Severiano. Emilia le sujetaba con fuerza—Te mato, lo juro por mi vida—Y se besó con ímpetu, el pulgar de su mano.
—Alfonso, ya puedes ir a por la escopeta, porque he venido por ella y no me marcharé sin hablar con mi hija, quiero que venga conmigo. Ahora que la conozco, y sé que tengo una
nieta, no me iré sin María.
—¡Tu te vas a ir ya!— Alfonso se zafó de los brazos de Emilia y se abalanzó sobre él y asentándole un puñetazo en la
mejilla, y cayendo ambos sobre la mesa. Severiano se incorporó como pudo y golpeó
a Alfonso que había hecho lo propio, y este perdió el equilibrio y cayó contra la barra. Emilia no sabía como parar aquello, entonces se
llenó de valor y se puso en medio de los dos hombres.
—¡¡Por Dios, basta ya!!! ¡¡Por favor!!
—Pero...¿has oído a este hijo de mala madre?—preguntó Alfonso
mientras pasaba el dorso de su mano sobre sus sangrantes labios— después de
dieciocho años, ahora vuelve a…
—Sí, —dijo Severiano alzando la voz—a recuperar a mi hija,
a decirle que soy su padre, y que quiero estar junto a ella. Tú me robaste lo
que más quería, y ocupaste un lugar que no te correspondía.
En aquel momento, María haciendo un esfuerzo sobre humano,
entró en la casa de comidas, gritando entre sollozos.
—¡¡Cállense!!
En aquel momento el silencio se hizo dueño de la casa de
comidas y todos se dieron la vuelta hacia aquella voz que habían reconocido al
instante.
—María, hija—dijo Emilia con el corazón encogido. Intentó acercarse a ella.
—¡Madre, no! —Dijo estirando su mano y dando un paso atrás, impidiendo que su madre se acercara a ella.
—¡María! tesoro...—musitó Emilia con los su mirada repleta de dolor.
La muchacha con lágrimas en sus ojos se dirigió a Alfonso.
—¡Padre! ¿Que
es todo eso que he escuchado…?
—Hija mía—dijo afligido Alfonso —verás yo
quería decirte que…
Pero Severiano se le adelantó.
—Si María, yo soy tu padre.
María, miró a Severiano, y después a Alfonso y a su madre, no comprendía nada, aquello que acababa de escuchar le había dejado atónita.
—Padre—dijo mirando a Alfonso —me han engañado, durante todos estos años me mintieron, —María sin darse cuenta había alzado la voz hasta gritar angustiada—me dijeron que mi padre había muerto y cuando les presenté a Severiano, me dijeron que era un viejo conocido de ustedes y
es…—María miró a Severiano que la miraba con tristeza.
—Sí, hija mía, te lo habían ocultado, por eso cuando me enteré que eras mi hija, vine a
pedirles, a suplicarles... que me dejaran verte y decirte la verdad.
—Severiano, había ido acercándose a Maria, y le hablaba con meliflua voz — Quería explicarte porque me marche y te dejé aquí, y porque durante todos estos años no he podido estar contigo. Hija, ya no aguantaba más, necesitaba decirte que soy tu padre y poder explicarte.
—Severiano, había ido acercándose a Maria, y le hablaba con meliflua voz — Quería explicarte porque me marche y te dejé aquí, y porque durante todos estos años no he podido estar contigo. Hija, ya no aguantaba más, necesitaba decirte que soy tu padre y poder explicarte.
—¡María! no le escuches, yo te explicaré...—dijo Emilia con nerviosismo.
María miraba con estupor a Emilia y a Alfonso, su semblante hablaba por si solo, María estaba rota de dolor, otro golpe más para su cansado corazón.
—¡Madre! No quiero saber nada más....
Emilia intentó acercarse hacia ella, pero antes de que
diera un paso más, María salió corriendo de la casa de comidas sin mirar atrás.
—¡¡María!!—gritó Emilia desde la puerta—¡¡María!!
Alfonso cerró sus ojos hasta sentir dolor, una inmensa losa
había caído sobre él, el mundo se le había venido encima. Emilia quiso correr tras
ella, pero antes de llegar a la puerta escuchó a Alfonso que le decía abatido.
—Déjala mujer, ya no podemos hacer nada. Ya está todo dicho.
Emilia lentamente giró sobre sí, y vio a un Alfonso derrotado, nunca le había visto así. Caminó lentamente arrastrando todo el
pesar del mundo sobre sus pies, sintiendo el mismo dolor que en aquel momento sentía Alfonso. Cuando llegó junto a el le abrazó con fuerza y se fundieron en un mar de melancolía unidos en un mismo dolor.
—Bueno, pues… —dijo Severiano recogiendo el sombrero que
había caído con la pelea—Mejor así, ya está todo dicho. Ya no tengo que
esconderme más. Ahora María ya sabe quién soy. Mañana hablaré con ella, para
pedirle que venga conmigo. Por lo que ella misma me ha explicado, ya no le queda nada en Puente Viejo. Si viene conmigo,tendrá una vida regalada, allá en
ultramar.
Emilia abrió sus ojos llenos de odio y rencor y los clavó sobre los ojos de Severiano, no
dijo nada más, al instante volvió a cerrarlos sumergiéndose en los fornidos brazos de Alfonso donde siempre encontraba paz. Sabia que su marido en
aquel momento le necesitaba más que el aire que respiraba y ella en aquel momento solo deseaba
que Severiano desapareciera de sus vidas, que marchara de allí.
Así, aferrada a su esposo cerró sus ojos para olvidar todo lo ocurrido, para imaginar que Severiano nunca había estado allí.
Así, aferrada a su esposo cerró sus ojos para olvidar todo lo ocurrido, para imaginar que Severiano nunca había estado allí.
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