La marcha de Aurora, me ha hecho recordar los momentos más emotivos que he
vivido durante la emisión de Puente Viejo, tras el salto temporal. Las frases
tan preciosas que nos han regalado los guionistas y unas escenas tan emotivas,
afectivas y de una profunda sensibilidad y sentimiento. Cual es la que recordáis con más dulzura, con más ternura, con más dolor?
Yo, he querido hacer una selección, siempre a mi modo de ver, y de sentir esas
emociones que nos han querido transmitir, desde mi recuerdo, y con la certeza que me dejo más de una, por eso iremos por partes.
Aunque han habido muchos momentos más, como os comentaba, los que ahora
mismo me vienen a la mente con más fuerza de aquella primera etapa, son: la
muerte de Juan Castañeda, de Paquito, y la de Efrén.
Pero las escenas que más marcaron esa temporada, la que nos desgarró el
alma, fueron sin duda dos. El sufrimiento de Pepa, al saber la pérdida de su
hijo Martín, al que nunca dio por muerto y que por desgracia nunca pudo
encontrar, y su propia muerte. La muerte
de la partera. Para mí, fueron dos de los más dramáticos momentos de la primera
temporada.
Con el paso de los capítulos y desde la muerte de Pepa, hemos vivido muchos
y muy hermosos momentos. Tras el salto temporal, descubrimos a un Tristán
apático hundido en su soledad, viviendo la tortura y el tormento de la lejanía
de un amor por el que luchó, sufrió y que tras conseguirlo, sin apenas poder
disfrutarlo, se le escapó de entre sus dedos. Unos dedos que pudieron acariciar
el sentir de su vida, y que duró lo que dura una suave brisa de un precioso
amanecer de verano. Un amanecer que le proporcionaría el nacimiento de una
nueva vida, su hija Aurora, la vida de la unión de un amor infinito, de su amor. Un amanecer que le
arrebató lo que más quería, dándole a cambio esa vida que no supo, ni quiso
aceptar, tras la pérdida de la suya propia, una pérdida que le había dejado un
vacío infinito, el alma rota de dolor, y el corazón hecho añicos, por la muerte de su amada Pepa Balmes. Su
amor.
A partir de ahí. Hemos vivido de todo... Y de todos estos otros momentos
quiero pararme a analizar, relacionados con el hijo de la partera. Martín Castro
Balmes.
Todo el peso emocional que cargaba el personaje, haciendo revivir en cada
momento, aquellos días pasados, nos cautivó desde el principio. Por comentaros
algunos.
Cuando Martín ve a Emilia en la casa de comidas, y la llama por su nombre.
Cuando entra por primera vez en el jardín de la casona, y evoca su infancia,
aquella anhelada infancia, que ya nunca podrá recuperar, recuerda cuando
correteaba por aquellos jardines jugando con su madre, a la que sabe que ya no
volverá a abrazar.
Cuando alguien le habla de su madre, alabando su bondad, su
coraje, su altruismo, explicando cómo removió hasta los cimientos del pueblo. O
el momento en que el padre Anselmo, lleno de estupor y conmoción, reconoce en
su acólito, al niño que fue, al hijo de Pepa, al que tanto lloraron. Esa imagen
llena de ternura, de cariño del párroco ya anciano de Puente Viejo, hacia
Martín, como se levanta, y llora ante él, acariciando su rostro, mirando sus
ojos con estupor, agradeciendo a Dios que Martín estuviera vivo. Fue de lo más conmovedor.
Una puesta en escena que me erizó todo el vello del cuerpo. Una magnífica
interpretación. Cuanto sentimiento afloraba en aquellas secuencias.
La siguiente escena que también me emocionó. Fue sin duda, cuando Tristán
reconoce a su hijo. Cuando a pesar de su furia, por sentir la profanación de la
memoria del que fuera su hijo, en las palabras de aquel joven aprendiz de cura,
un extraño, que afirmaba ser el hijo perdido, el adorado hijo de su amada, un joven
que poco a poco había entrado en su vida sin que nadie le diera autorización
para ello, le habían enfurecido.
Al escuchar en boca de aquel muchacho, el
nombre de Martín, se había exacerbado, y quería enfrentarse a él, para terminar
con tal ofensa. El momento en que Martín se descubre ante su padre, el llanto
del diácono, diciéndole que pensaba que le reconocería tan solo con
verle, y todas las explicaciones que poco a poco le da, le hacen removerse por dentro, hacen que Tristán vea más allá de sus
ojos, más allá de su mente, encuentra en esa mirada desvalida de aquel niño perdido que todavía espera, ese
amor que un día le prometió, ve en aquel muchacho, a la imagen de Martín.
Cuando su hijo le recuerda el caballito de madera que le trajo de cuba, la
muerte y el dolor que sintió por la
pérdida de su hijo menor, y el soldado tallado, que Soledad le entregó cuando
estaba a punto de perder la vida frente al pelotón de fusilamiento, fue estremecedora. Me hizo
llorar como una niña. Aquellas miradas asimilando aquellas palabras, el olor a
antaño, aquellos gestos de comprensión, de reencuentro, el tan esperado y anhelado amor de
aquel niño que durante dieciséis años, quedó anclado al recuerdo de las últimas palabras que escuchó de su padre… volverá a
buscarte.
Martín, había esperado ansioso que alguien le salvara de las garras del pernicioso
destino y lo transportara junto a su padre y al arrullo de los brazos de su
madre, a los cuales ahora, sabía perfectamente que nunca podría volver a sentir. Aquel abrazo entre padre e hijo, para mí fue maravilloso, quizá me
atrevería a decir que la escena más cargada de emotividad que he podido
disfrutar de esta temporada. Sin duda alguna, y a pesar de que a muchas de sus
seguidoras Tristán les cautivó como galán, para mí, el papelón que hizo en
Tristán padre, fue excepcional, a pesar de la poca diferencia de edad que había
entre los dos actores, su interpretación fue magistral, los papeles de padre e
hijo fueron tan creíbles como amados por tod@s, y sus diálogos de los mejores.
Alex Gadea y Jordi Coll, demostraron que son dos grandísimos actorazos.
Hubo muchas de sus conversaciones, entre ellos, que me llegaron al alma, consejos que
ofrecía aquel padre nuevamente encontrado, dándolo todo por sus hijos,
ofreciendo todos sus sentimientos, aquellos que había sepultado junto al cuerpo perdido
de su amada y soñada Pepa y que gracias a Martín había recuperado. El recuerdo de su amor, en la figura de aquel
muchacho, en los andares, en los gestos, en los arrestos de aquel "curita", que
había venido a remover su mundo, y como su madre hizo en su día, los cimientos de Puente Viejo, para devolverle de nuevo a la vida, para vivir
junto a él, los momentos más felices de los últimos días de Tristán
Castro.
De todas estas conversaciones que mantuvieron, las que también me
emocionaron fueron las que hablaban de sus sentimientos. Esa complicidad que
había entre los dos, esos momentos tan íntimos,tan fraternales, como humanos. La conversación de
la celda, donde Martín espera ser ejecutado a garrote vil, dónde se despiden y
hablan de Pepa, esos abrazos tan tremendos. La desesperación de aquel padre, que vuelve a vivir los
momentos aciagos del pasado, reviviendo de nuevo la pérdida de su hijo, la angustia
de la impotencia, haciendo lo imposible por salvarlo. La conversación que tienen
en el Jaral, una vez ya pasado todo, donde la falsa Aurora, con sus manejos da
a entender a Tristán que Martín duda de su amor, al no sentirse hijo de él, sangre de su sangre, donde Tristán le dice que aunque no le había
engendrado, le quería por encima de todas las cosas.. Todos esos momentos tan
entrañables entre ellos, ese cariño, esa ternura, fue especial. Tanto nos
llenaron esos momentos, sus palabras y sus gestos, de padre abnegado, dando en
todo momento, apoyo a sus hijos, como el
vacío que nos dejó su ausencia tras su trágica muerte, momento que nos llenó de
desasosiego y de una profunda congoja, que solo escapaba a través del llanto de miles
de seguidor@s entre las que me cuento, donde dejamos fluir esos sentimientos, por los enrojecidos ojos que no dejaban de mirar
absortos el trágico desenlace que ya sabíamos se iba a producir.
Lloramos como
nunca, después de tanta tensión acumulada, por el fantástico trabajo de todo
el elenco que acompañó la muerte y la
despedida de Tristán. Vaya capitulados nos ofrecieron en aquellos momentos. Para
mí, esa muerte fue la que más he sentido, junto a la de Pepa, aunque creo que
me inclinaría más por esta última y por todo lo que conllevaba esa pérdida. Ya
que por fin, nuestro querido Tristán, tras el paso de los años, había
encontrado su horizonte, había vuelto a encontrar el amor, la estabilidad, sus
hijos, su familia completa y empezaba a disfrutar de la vida. Una vida que hasta aquellos momentos, y exceptuando los pocos que vivió junto a Pepa, habían sido un tormento, una funesta partida del destino, que de nuevo se burlaba de él. Fue terrible aquel momento, dejando un vacío
infinito, como les pasó a sus hijos, sobre todo con Martín, un vacío que aún
perdura, y que apenas se mienta, pues la sombra de Pepa cubre y sobre vuela por encima
de todo y de todos.
El reencuentro con Rosario. Mi dulce y buena Rosario, que decir de esa
mujer. La madre de todo Puente Viejo, atenta, entregada a los suyos, y
bondadosa como pocas. Los guiños que nos ofrecían entre Martín y ella, eran de lo
más dulces, tiernos y amorosos. La primera vez que Martín vio a Rosario en el
Jaral y se quedó absorto mirándola fijamente. En la confitería, donde a Rosario
le recordó aquel niño que comía chocolate en la cocina de la Casona. Cuando Rosario
le hablo de María, y le confesó al padre Gonzalo que no era hija de Alfonso,
tal como le había sucedido a Martín con Tristán. Las veces que Martin le decía
que era la abuela que él había querido tener, y el momento en que Rosario se
fundió en los brazos de Martín, después de que Tristán le pusiere en
conocimiento de que el padre Gonzalo era su niño. Su Martín. Esas emociones, también
nos llegaron al alma.
La llegada de Aurora a Puente Viejo. El reencuentro con su hermano, aquel
abrazo fraternal que les unió de por vida, y que permanece aún entre ellos, ese
vínculo indestructible, por la fuerza de su sangre. Ese lazo que los unió nada
más hablarse con el corazón, mirándose a los ojos, cuando descubrieron el uno
en el otro, que eran parte, de la misma persona, esa persona que les había dado
el ser, y que les había protegido, guiado y cuidado hasta llevarlos allí.
Aquel abrazo conmovedor, aquellas palabras y todos sus momentos, el amor
que se tienen los hijos de la partera y de nuestro capitán. Un amor tan grande
como el amor de sus padres, les ha hecho como son, fuertes por naturaleza, y
entregados a los suyos y a los demás, decididos, gallardos, y humanos, muy
humanos. Como el abrazo que se han dado hoy, lleno de amor y sentimientos.
Sus conversaciones han sido dulces, afables, cariñosas, cómplices, ofreciéndose
sin medida el uno al otro, apoyándose mutuamente, y encontrándose en una vida
deseada, después de los infortunios que les había deparado la vida. Nunca se
han separado desde que se conocieron, y ahora Aurora se marcha del Jaral. Las
palabras que le brinda Martín, son las mismas que Tristán le dijo tiempo a tras
a él cuando decidió ordenarse sacerdote. O marcharse en busca de su verdad. Tristán decía:
—Hagas lo que hagas yo siempre te voy a apoyar. Yo solo busco tu felicidad.
Ahora es Martín que ejerciendo de hermano mayor, y cabeza de familia es el
que aconseja a Aurora.
—Has tomado una decisión, y yo solo quería asegurarme de que sabias cual
era el motivo, ni siquiera tienes que darme una respuesta. Eres tu quien ha de
tenerla. Pero, huir de los problemas es huir de uno mismo, y eso raras veces
suele funcionar, piénsalo bien, podrías arrepentirte Aurora y el
arrepentimiento llevarte a la infelicidad. Se honesta contigo misma, es lo
único que te pido.
—Gracias hermano
—Y sabes que siempre podrás contar con mi apoyo.
****
—Aurora, si no quieres marchar no tienes por qué hacerlo.
—Ya lo sé.
—Si has cambiado de opinión, dínoslo, te apoyaremos en todo. Ya lo sabes.
Ese amor incondicional de los hermanos, es la estirpe de los Castro Balmes,
al igual que sus lunares. Un vínculo inamovible que perdurará hasta el
infinito.
Esperemos que guionista que nos han hecho estremecer, vuelvan a deleitarnos
con tramas tan maravillosas y excepcionales como las vividas en los capítulos
anteriores. Unas tramas que iré analizando con admiración, ya que hay tantas
que admirar, que analizar y que aplaudir, que tendremos que hacerlo poco a
poco.
Y tengo que decir también que me alegro no sabéis cuanto de que por fin.
María y Martín hayan estado un poco más con nosotros y con momentos de
intimidad, que ya era hora, por Dios. Momentos en los que Martín ha abierto sus
sentimientos sobre la marcha de su hermana, sobre la tristeza que le produce el
no haber podido hablarle con el corazón. Diciendo una frase tan bonita como:
—Le habría dicho que la necesitaba viviendo con nosotros. Será muy duro
tenerla lejos.
Que maravillosas palabras. Volvemos a vivir emociones, y hemos disfrutado
de un ansiado beso entre mis dos principales protagonistas... Martín y María.. Les adoro. Son un
encanto.
A más ver!!
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