30 de diciembre de 2014

RELATO-MENSAJES DEL CORAZÓN- INEVITABLES SOSPECHAS

CAPITULO 21- MENSAJES DEL CORAZÓN- INEVITABLES SOSPECHAS


 La mañana amaneció esplendida. María por el contrario, no percibía esa misma sensación. Sentada en el sofá del salón esperaba que el Jaral volviera a vivir como cada día. La primera en llegar junto a ella fue Aurora, aunque María, no la oyó llegar.

—Buenos días María, ¿qué haces aquí tan sola?

—Aurora… que susto me has dado—dijo poniendo la mano en su pecho.

—Eso es que no tienes la conciencia tranquila—rió—¿En que estabas pensando, que te tenía tan ensimismada?

Aurora se sentó junto a ella. María, la miró.

—No he podido dormir en toda la noche.

—¿Y eso? Esperanza te ha dado la noche. Yo no he oído nada.

—No Aurora, ella ha dormido como una bendita. Es algo que siento en mi interior, algo relacionado con tu hermano, Tristán Castro, que no me deja tranquila, es un barrunto que me asalta continuamente.

—El que dice serlo—musitó Aurora.

—Además, está lo que me explicó Severiano, todo eso me ha tenido intranquila. Ya te conté que a él le dieron por muerto, y como sabes no lo estaba. Aurora, ¡Severiano, me ha ofrecido su fortuna para poder buscar a Gonzalo!

—¿A Gonzalo?

—Sí, él me ha hecho pensar en la posibilidad de que esté vivo, en algún lugar.

A Aurora se le iluminó el semblante. ¿Y si eso fuera posible? Volver a ver a su hermano Martín, al que tanto añoraba.

—¡Pero eso es una buena noticia! Porque te preocupas—comentó Aurora.

—¿Es que acaso no me has escuchado? También te he hablado de tu hermano. Tristán.

Aurora, se removió en su asiento, mientras decía.

—Yo, no conozco a ningún hermano más que al mío, mi hermano Martín Castro, así que solo me preocupa esa cuestión.

—No crees que deberías conocerlo.

—Si quiere conocerme que venga él a mí. Yo no tengo ningún interés. Por él estamos como estamos. Y además, nadie nos dice que lo que él cuenta sea cierto, y según me has explicado, poco o nada se ha interesado por mí.

—¡Aurora!—se alarmó María—Yo te relaté lo que ocurrió, y te di mi punto de vista, pero no era mi intención que cambiaras de parecer.

—Tranquila María, no te apures. No he cambiado de parecer, ya que no tenía parecer alguno. Además, quizá al tener sangre Montenegro, y haya salido a mi querida abuelita y solo le mueva el puro interés.

—Aurora, como eres.

—María, lo que sea, será. A mí lo que me realmente me importa es lo que has comentado de ese señor que conociste.

—Severiano—dijo María.

—Ese. Si fuera cierto eso que dice, y si es cierto que te puede ayudar con los cuartos… podemos organizar un plan de acción para empezar a buscar a Martín—Al nombrar a su hermano, y reconocer que ambas estaban más ilusionadas que nunca, Aurora se detuvo un instante, cogió las manos de María entre las suyas y le dijo—Si quieres que te sea sincera… en fondo de mi alma, sé que Martín vive, me lo dice el corazón, tengo el pálpito de que ha sobrevivido, y andará en algún lugar perdido.
María, miró a su prima con ternura y le sonrió, haciendo suyas aquellas palabras que acababa de pronunciar. Recordó el angelical rostro de su esposo, sus grandes ojos pardos que le acariciaban el alma tan solo con mirarla, su hermosa sonrisa que la llenaba de vida, su gran corazón que la llenaba de amor y una lágrima se deslizó por su mejilla, mientras sus ojos se llenaban de un inmenso vacío fruto de aquella profunda añoranza.

Aurora, también se había perdido en su memoria, reviviendo los momentos más felices de su vida, los que vivió junto a él. Recordó cuando llegó a Puente Viejo, el abrazo fraternal que se dieron en casa de don Anselmo cuando aún era sacerdote, sus sabias palabras que en tantas ocasiones le habían servido de guía, sus caricias y mimos que la llenaban de fuerza y cariño, y sus dulces besos que la llenaban de un amor infinito, un amor que le fue negado hasta que dio con él.

Las dos, frente a frente, viajaban a través del tiempo, queriendo perderse por un momento, junto a sus recuerdos. Rosario, y Candela, entraron en el salón y encontraron a las jóvenes en silencio, muy lejos de allí.


—¿Aurora? ¿María? ¿Estáis bien hijas?—preguntó la dulce Candela.

Ellas volvieron al Jaral.

—Disculpe Candela—respondió María, limpiándose las lágrimas—No la oí llegar. Está visto que hoy no me doy cuenta de nada—sonrió tímidamente, intentando esconder su tristeza tras una fingida sonrisa.

—¡Candela! ¡Rosario!—se sorprendió Aurora de igual manera que su prima.

—¿Ha pasado algo que debamos saber?—preguntó azorada la bondadosa Rosario.

—No abuela, nada—intervino María de inmediato, para calmar la zozobra que descubrió en Rosario—Nos hemos puesto a hablar de Gonzalo, a recordar y… —María, no pudo continuar con sus palabras, un nudo de espinosa tristeza, le subía por la garganta.

—Y una cosa, lleva a la otra—intervino Aurora—y como somos ñoñas, pues ahí estábamos.—Aurora, se había dado cuenta de la congoja de su prima, se incorporó y ayudó a incorporarse a María para la siguiera hacia la mesa—Pero ahora, mi querida prima y yo,  nos vamos a tomar un suculento desayuno. ¿Verdad Rosario?

Aurora miró de soslayo a Rosario y le hizo un gesto que la mujer entendió a la perfección.

—Por su puesto mi niña. Enseguida voy a pedir que nos suban ese desayuno. Hemos de coger fuerzas.

Rosario se dirigió a la cocina mientras las tres mujeres se sentaron alrededor de la mesa. Candela comentó inquieta.

—Antes de que suba Rosario, quería comentaros, que he estado pensando en la visita de Tristán.
Las dos muchachas la miraron en silencio.

—Veréis—dijo en voz queda, acercándose a ellas—he estado analizando lo que nos explicó, sus ademanes, sus expresiones. Y tengo que darte la razón María. Hay algo que me dice…

—A usted también Candela—interrumpió María.

La mujer mordiéndose el labio inferior asintió.

—Entonces ya sois dos—intervino Aurora— ¡hemos de averiguar, si lo que dice es verdad, si realmente es mi hermano!, ¿pero cómo podremos saberlo?

—Pero, ¿cómo puedes pensar tal cosa Aurora?—Preguntó Candela—¿Porque habría de mentirte en ese aspecto mujer? Yo solo he dicho que…

—Si Candela, lo sé, se lo que ha dicho. Pero yo también le he visto.

Las dos mujeres miraron con asombro a Aurora.

—¿Qué tú le has visto?

—Sí, le vi cuando volvía del dispensario. Iba pavoneándose, se paró por el camino y encendió uno de esos puros habanos que de seguro trajo de su país, ya que era tan grande como la rama de un árbol.

Las mujeres sonrieron ante la ocurrencia de Aurora.

—Que exagerada eres prima—rió María.

—Y tú, ¿porque no nos has dicho nada?—preguntó Candela.

—Quería observar primero, saber que opinabais para poder comparar.

—¿Comparar? ¿Comparar el qué?

—Pues cosas. Lo que me explicasteis de él, vuestras sensaciones. Porque a mí, no me recuerda para nada a mi padre.

Candela miró a María, esta hizo un mohín a la vez que decía.

—A decir verdad, a mí tampoco Aurora, yo que le conocí más que…

—Si María, más que nadie, puedes decirlo—intervino la muchacha.

—Pues eso, yo que le conocí durante tanto tiempo, para nada me recuerda a mi tío Tristán.

—Ni a mis chiquillas ni a mí—comentó Candela—Pero hay algo más que quiero deciros, algo que me llamó la atención— Ellas, echaron sus cuerpos sobre la mesa, para poder escuchar mejor.

—Somos todo oídos—dijo Aurora.

—Me he fijado, en cómo te mira María—continuó la confitera.

María, extrañada frunció el ceño y preguntó.

—¿A mí?

—Si, al principio, no me di cuenta. Pero tal como iba pasando el tiempo, me fui percatando de su mirada, de su atención hacia ti.  Tristán te miraba con una mirada que iba más allá que la mirada de un afligido cuñado que acaba de perder a su madre y días después a su único hermano.

—Hombre, gracias Candela—se mofó Aurora.

—¡Ya me entiendes niña, he dicho hermano, no hermana!

Aurora, sonrió. María estaba pensativa. Quizá era cierto, pues en aquel momento recordó, el tono con el que la hablaba al principio, y la forma más cálida con la que le hablaba después. Entonces a María dijo.

—¡Tengo una idea!

—¿Una idea?—contestaron las dos.

—Tendré que ganarme su confianza. Quizá él, pueda decirnos algo.

—¿Algo de qué?—preguntó Candela.

—Pues, si sabe algo del naufragio, si hubo algún superviviente, y de ser así, hacia donde se los llevaron, cualquier cosa que pueda ayudarnos.

—¿Pero tú crees que él sabrá algo de eso María? Si eso fuera cierto, y hubiera habido supervivientes, ya lo sabríamos por la prensa.

—¿Y si la prensa no lo sabe?—replicó María.

—Mujer, como no lo va a saber. Es la misma prensa la que dio la noticia—dijo Candela.

—Y si como dijo Severiano, lo recogió alguna embarcación, o un pescador, y lo llevó a Cuba.

—Y que quieres decir con eso, ¡que Tristán lo sabe!, ¡que sabe que Martín se salvó! y entonces, ¿porque no volvió con él? No tiene sentido María—argumentó Aurora—Creo que has leído muchas novelas, o ese hombre, Severiano, te ha nublado la razón con sus historias.

—No, Aurora. Si es cierto lo que dice Candela, y se ha interesado por mí. Debo aprovechar ese interés, abrirme a él, ofrecerle mi amistad, para averiguar sobre Pilar, sobre las cartas que nos envió, saber qué es lo que sabe sobre el naufragio del Infanta Beatriz. Cuba no es muy grande, y allí, quizá se conozcan entre las gentes pudientes, y por lo que veo Tristán tiene posibles, por su aspecto, sus ropas, su porte—María se había entusiasmado, hablaba con celeridad—Tendré que ponerme en contacto con la Habana, para que me pongan al corriente de los posibles supervivientes que hayan llegado asta allí. Sí, eso voy a hacer, iré en busca de Severiano y le diré que me ayude a buscar a mi esposo, que me diga por donde tengo que empezar.

—Pero María, eso es una locura. Ya hablamos con comandancia de marina y nos dijeron que no había supervivientes.

—¡Comandancia de marina, puede estar equivocada! Es con la Habana con quien tenemos que hablar. Ellos sabrán si hay algún superviviente y si este es extranjero.

—Por Dios María—replicó Candela—Dices que vas a entablar relación con Tristán para preguntarle por el naufragio, y que vas a buscar a Severiano para que te financie la búsqueda en la Habana.

—Si Candela, eso haré.

—Estoy de acuerdo contigo, prima—intervino Aurora—Pero, lo que no entiendo, es que intentes relacionar a Tristán con el posible rescate de Martín. ¿Cuál crees que es esa relación?

—Algo me dice, que Tristán, no ha venido por casualidad, que esconde algo. Ha ido a la Casona, en vez de venir al Jaral. Los telegramas los enviábamos con remite desde aquí y no desde la Casona. Mi madrina ha aceptado que se aloje con ella, y según él, con cariño, cuando de sobra sabemos que mi madrina, no da cariño gratuitamente, y nunca aceptaría a un bastardo bajo su techo, de ninguna manera, sería humillante para la estirpe Montenegro, su honor en entredicho, que Tristán este allí, por voluntad de mi madrina, es impensable de todo punto, y Tristán está viviendo allí. Hay algo más.Tiene que haberlo.

Creo… creo que alguien le ha tenido que explicar sobre nosotros, ponerle  al corriente de todo lo que aquí acontece, hablarle de Doña Francisca, de Aurora, de mí. Y si mi corazón no me engaña. Creo que ha sido…

Aurora con los ojos abiertos presa de las palabras de María, permanecía casi sin respirar, atenta a toda aquella explicación. Un nombre salió de sus labios para terminar la frase que había empezado su prima.

—Martín.

María la miró.

—Exacto, Aurora.

Las tres mujeres enmudecieron, y quedaron pensando en aquellas elucubraciones que no parecían del todo ilógicas, muchas preguntas revoloteaban por sus cabezas, preguntas que de momento no encontraban respuestas.

En aquel momento entró Rosario con la bandeja del desayuno.

—Ya estoy aquí. Venga hacer sitio, que por fin, vamos a desayunar.

Las tres se miraron cómplices por lo que allí se había gestado, tenían mucho en que pensar, y optaron por guardar silencio y continuar como si nada hubiera pasado.

—Estupendo Rosario—dijo alegre Aurora— creo que este desayuno, nos dará la fuerza necesaria para ganarle el pulso a la vida y devolvernos la ilusión, y quien sabe si algo más.

María miró pícara a Aurora, y esta le regaló un guiño, Candela les sonrió escondida tras su taza, tras saborear un sorbo de aquel rico chocolate. A partir de aquel momento, y si sus corazonadas eran ciertas, sus vidas, cambiarían de color.





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