CAP 19- SOL DE ESTRADA, Y EL RECUERDO DE MARTÍN CASTRO
Descalza, y sin rumbo fijo, caminaba sobre la blanca arena de aquella
interminable playa. El sonido del mar, el tímido calor de la puesta del Sol, posándose
en su piel, le hacía sentir bien, en aquel lugar encontraba un poco de paz.
Hacía más de un mes que Martín había marchado sin dejar huella, y desde
entonces su vida ya no tenía sentido, ya nada era igual. Miró a su alrededor,
todo era silencio, el azul del mar se entremezclaba con el azul del cielo,
aquel paisaje era maravilloso pero a ella se le antojaba, solitario y
melancólico. Respiró profundamente el aíre húmedo, intentando impregnarse de
toda aquella tranquilidad que tanto necesitaba en aquellos momentos. Sin ánimo
en su espíritu, vacío de calor, se dejó caer sobre la arena, y cerró sus ojos
mientras dejaba que el viento, despeinara sus rubios cabellos a placer.
Sentimientos encontrados luchaban en su interior, por momentos se sentía
irritada, y rencorosa, por haberse sentido abandonada y despreciada y
seguidamente, se sentía culpable, y triste, por no haber sabido retener al que desde
que se cruzara en su camino, había ocupado un lugar muy importante en su vida, y
en su corazón.
Martín Castro, era el único que la había hecho sentir el deseo, y la
pasión, más un cúmulo de sensaciones, que hasta entonces no había
experimentado, y que la azoraban, de tal manera que no podía quitar de su mente
su imagen y su voz. Cada rincón de su hacienda, cada palabra que pronunciaban a
su alrededor, le recordaban a él, a sus profundos ojos, y aquella maravillosa
sonrisa. Sol, sabía que se había enamorado perdidamente de Martín, y que él,
tras recordar el nombre de su amada, se había ido, y junto con él, se había
llevado su corazón, dejándola lívida, marchita, sin ganas de vivir.
Abrió los ojos, movió su cabeza intentando apartar de sí aquellos
pensamientos, quería olvidarle, pero no podía, y continuó perdida en el
horizonte, sucumbiendo en el único instante en que estuvo con él, dejándose ir
entre sus besos, reviviendo sus caricias. Pero fue en aquel preciso momento,
cuando a su mente llegó la voz de Martín pronunciando un nombre, “María». De
nuevo sintió una rabia infinita, y los celos hicieron presa a su razón.
—Maldita seas María Castañeda. Porqué tuviste que volver a él.
Poco se podía imaginar, que a pocos minutos de allí, encerrado en una fría celda,
se encontraba aquel por el que estaba sufriendo, al que tanto añoraba, el que
nunca se marchó por su voluntad. Su querido Martín Castro.
La mañana siguiente al encuentro que tuvieron bajo la luz de la luna.
Martín no bajó como era costumbre, a desayunar. Don Guzmán, debía marchar por
dos días, era un corto viaje de negocios, reuniones en la capital con los empresarios
tabaqueros, más importantes de Cuba, se reunían en la Habana y él no podía
faltar.
Tras su marcha, Sol, había corrido a la alcoba de Martín, con el firme
propósito de pedirle perdón por su comportamiento. Sabía que de otro modo, no
conseguiría nada, y creyó que sumisa y arrepentida conseguiría reconquistarlo,
si es que alguna vez lo conquistó. Así que optó por cambiar de actitud y cambiar
la estrategia.
—Martín. ¿Puedo pasar?
Preguntó con su cálida voz. Pero nadie contestó. Sol golpeó con más
insistencia. Al no recibir respuesta, abrió lentamente la puerta y entro en la
alcoba. Pero la alcoba estaba vacía. La cama estaba intacta. Inmediatamente se
dirigió hacia su armario, comprobando que estaba vacío, y no había ni rastro de
sus pocas pertenencias. En aquel momento, Sol, se temió lo peor. Bajó corriendo
a la cocina y preguntó uno por uno a todo el servicio. Quería saber si alguien
le había visto la noche anterior, y le pudiera dar razón. Pero fue inútil,
nadie sabía nada del señorito Martín. Sol recorrió todos los alrededores de la
finca, movió cielo y tierra pero no encontró ningún indicio sobre su paradero.
Exhausta, se dirigió hacia las cuadras, quería comprobar que no faltara
ninguno de sus caballos, pero inmediatamente se dio cuenta que faltaba uno de
sus mejores equinos.
—¡Ha cogido un caballo! Pero, ¿si no
conoce a nadie?
Entones vino a su mente la noche anterior, en la que Martín conversaba de
lo más distendido con Leonardo Santacruz. Así que ni corta ni perezosa ensilló
un caballo, con el fin de averiguar si se había acercado a la finca de
Leonardo, ya que era la última esperanza que en aquel momento, brotaba en su
interior.
Cabalgo a galope hasta la morada de Leonardo Santacruz. Se apeó rápidamente
del caballo y de dirigió hacia la puerta. Golpeó insistentemente hasta que el
mayordomo la abrió. Sin apenas dejar que Eduardo mediara palabra, empujó al
mayordomo para poder entrar en la casona, mientras decía.
—Quisiera ver a Leonardo, es urgente.
—Pero… señorita.
—Es que no me has oído. ¡Quiero ver inmediatamente a Leonardo!—gritó.
El mayordomo que todavía sujetaba la puerta, la cerró y caminó hacia ella.
—Señorita Sol, me disculpará pero el señor no está.
—Pues… está bien—Sol caminó hacia el salón y se sentó en una butaca,
mientras se quitaba los guantes—esperaré a que vuelva.
—Me temo señorita, que eso no va a ser posible.
—¿Me estás echando?
—Por supuesto que no, no se me ocurriría nunca. Solo quiero decirle que el señor no vendrá.
—¿Cómo que no vendrá?
—El señor partió hacia España hace unos días.
Sol se quedó estática, su cabeza empezó a pensar en la posibilidad de que
Martín hubiera ido con él. Preguntó inquieta.
—Y… ¿viaja solo?
—¿Señorita?
—Sí, memo, que si ha ido solo a España o le acompañaba alguien, ¿un amigo
quizá?
—No señorita, se fue el solo.
—¿Y antes?
—Antes ¿qué?
—Antes, si no vino nadie antes…
—El señor no esperaba a nadie.
—Nuestro invitado por ejemplo ¿El joven que me salvó del naufragio? ¿Vino a
verlo? Me dijo que venía hacia aquí, pero no ha vuelto.
Eduardo, la miró con sutil recelo, no entendía bien el propósito de Sol,
pero supo salir del paso y dejar a su amo fuera de sospecha.
—Señorita, aquí no ha venido nadie. Si su invitado le dijo que venía hacia
aquí, la engañó. Le repito que aquí no ha venido nadie.
Sol le miraba a los ojos inquisidora, analizando cada palabra y movimiento
del mayordomo. Al final, se resignó.
—Está bien. Me voy—se dirigió hacia
la salida, pero antes de que Eduardo le abriera la puerta se giró en seco y le
preguntó.
—¿Te habrá dejado alguna dirección para que puedas ponerte en contacto con
él por si sucede algo en la finca, no?
Aturdido respondió.
—No… no que yo recuerde.
—¿Que tu recuerdes? Una cosa así no se olvida. ¿Qué clase de mayordomo
eres?
—No, señorita, no me dejó razón.
—Es extraño, Leonardo no abandona la hacienda sin dejar aviso. ¿Estás seguro?
—Si, señorita. El señor me dijo que ya recibiría noticias.
—Bueno, está bien… ya volveré para saber a dónde se ha dirigido, necesito
hablar con él urgentemente. Tengo cierto negocio que quizá le interese. Así que
por favor, en cuanto se ponga en contacto contigo házmelo saber, es muy
importante.
Sol, se puso sus guantes y salió a lomos de su caballo, hacia la hacienda Montecristo.
Dos días después, volvió don Guzmán.
—¡Padre. Al fin!
—Hija mía, ¿pero que es este recibimiento? ¿Qué te ocurre?, ya sabías que
estaría un par de días fuera—Comentó el hombre, mientras se dirigía al salón—¿Está
Martín contigo?, quiero comentarle algo,
que posiblemente nos de muchos beneficios, y me gustaría que él formara…
La voz de Sol interrumpió las explicaciones de su padre.
—¡Padre! Martín no está— Su ruda voz, hizo que don Guzmán dejara de hablar
y la mirara con asombro.
—Bueno hija, pues ya volverá. ¿A dónde ha ido? A las plantaciones.
—¡No padre!—alzó la voz y caminó hacia él.—Martín, se ha ido.
—¿Cómo que se ha ido? ¿A dónde?
—No lo sé, padre, pero ha desaparecido.
—Pero eso es imposible de todo punto, hija. Él no conoce estos lugares, no
tiene relación con nadie, no se ha alejado nunca de la finca—don Guzmán se fijó
en el desasosiego que tenía su hija, y más calmado le preguntó—¿A dónde crees
que ha ido?
—Pues, he estado preguntando al servicio, y nadie vio nada.
—¿Vio? ¿Quieres decir que hace días que no está?
—Si, padre, Martín se marchó el mismo día que usted. ¿Recuerda que no bajó
a desayunar y usted se chanceó diciendo lo cansado que estaría por la fiesta
del tabaco?
—Si hija, claro que lo recuerdo.
—Pues ya no estaba, cuando subí a buscarle, encontré la habitación vacía, y
la cama intacta. Había marchado aquella noche, la misma noche de la fiesta.
Don Guzmán se quedó atónito, no podía comprender que era lo que estaba
ocurriendo, o mejor, lo que había ocurrido para que Martín marchara de allí.
—¿Sin despedirse?
—Si, padre, sin decir nada a nadie. Se esfumó.
—Sol—dijo don Guzmán, mirando a su hija—¿Es que acaso, Martín recordó algo?
Sol, inclinó la cabeza.
—Hija, ¿acaso, descubrió tu bolsa?
En aquel momento, Sol recordó que no se había percatado de aquel detalle.
—¡La bolsa!
La muchacha, salió corriendo hacia la biblioteca. Atropelladamente llegó
hasta la estantería donde debería estar guardada la faldiquera, apartó los
libros pero allí no había nada. Con los ojos abiertos como platos, ante la
sospecha de que Martín podía haber encontrado sus pertenencias, tiró todos los
libros que estaban en la misma repisa, uno a uno, fueron cayendo al cálido
suelo de madera. Efectivamente, tal como temía su padre, la bolsita no estaba
allí. Una voz tras de sí, hizo que Sol diera un respingo.
—¿Lo ha descubierto verdad?
Sol, giró en redondo. Don Guzmán desde el quicio de la puerta la miraba con
pesadumbre.
—¡Padre! ¿Cómo ha podido suceder?—Los ojos de Sol, se llenaron de lágrimas.
—Ya te dije que no era buena idea esconder sus recuerdos. Un día u otro
Martín los podría encontrar.
—Padre, es del todo imposible que lo descubriera.
—Pero lo ha hecho. ¿Quién si no, va a llevarse tu faldiquera?
Sol, comenzó a llorar.
—Si es así, Martín, sabe que le hemos estado engañando.
—Pero hija, acaso recordó algo, supiste algo que yo debería saber. Porque aunque Martín, hubiera encontrado la
bolsita, no creo que pudiera encontrar ninguna relación entre su contenido y su
vida pasada.
—Pues mucho padre.
—Mucho ¿cómo qué?
—Había una fotografía en la que estaba él junto a una mujer y un bebé.
Don Guzmán, movió su cabeza en señal de reprobación.
—Yo nunca ví esa fotografía.
—No, no se la enseñé. Temía que me reprendería si la veía, ya que…
—Ya que pudiera ser su familia. Sol, sabes lo que has hecho. Y si esas
personas son su mujer y su hija?
—¡Calle padre! Eso no puede ser.
—¿Por qué no? Siempre te dije que no hacías bien en ocultarle…
—¡Padre! —gritó—Martín es mío.
Don Guzmán alzó sus cejas mirando a su hija con extrañeza ante aquella
afirmación.
— Me salvó la vida, me quiere.
—Sol, él te salvó la vida porque es un alma pura, es noble, eso lo hubiera
hecho por cualquiera.
—No, padre, él me amaba, lo sé. Lo ví en sus ojos cuando me miraba, lo
sentí en sus besos cuando me besaba.
Don Guzmán no salía de su asombro.
—¿Cuándo te besaba?
—Si padre. Cuando me besaba y me hacía suya.
—¡Cállate deslenguada! Pero, ¿qué estás diciendo? ¡Has perdido la razón, toda!
Por lo poco que conocí a Martín no creo que…
—Sí, padre—dijo con los ojos llenos de rencor—, pasamos la noche juntos.
Por eso no bajó a desayunar.
Don Guzmán sintió en el fondo de su alma un quebranto. Y la rabia por
sentirse traicionado cayó sobre él.
—Ese infame, ese…
—No padre. No piense así de él. Como usted ha dicho, Martín es bueno, puro,
dulce, y la entrega fue consentida.
—¡¡Basta!! No quiero escucharte más. Daré con él para que pague su infamia,
tiene que enmendar lo que hizo, limpiar tu honra, y así lo hará, esté donde
esté, lo traeré de vuelta a casa y tendrá que cumplir contigo, hija.
Don Guzmán, lleno de ira, se dirigió hacia la sala. Sol, se quedó en la
biblioteca, y una sonrisa de satisfacción afloró en su angelical rostro,
sabiendo que ahora su padre, haría lo indecible por encontrarle y obligarle a
que reparara aquella afrenta, y así ella conseguiría su propósito, unirse a
Martín por el resto de sus días.
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