CAP 2 - UNA GRAN DECISIÓN.
Rosario como cada mañana tenía el desayuno sobre la mesa del salón, cada
uno de los integrantes del Jaral fueron llegando uno a uno, para reunirse como
cada día alrededor de la mesa y compartir el desayuno antes de emprender el nuevo
día. Ni Rosario, ni Candela, sabían la decisión tan importante que había tomado
el día anterior Martín, él mismo había pedido a su hermana y a María que
guardaran silencio hasta tener todas las cosas en marcha. El matrimonio llegó
el último.
—Cuanto habéis tardado hijos—refunfuño Rosario con su dulzura habitual—Ya
tenéis el café frío. Iré a calentarlo de nuevo.
—No, Rosario, da igual. Siéntese por favor, tengo que notificarles
algo—Comentó Martín barrándole el paso con delicadeza.
La mujer miró a Martín con incertidumbre, había aprendido a leer en su
mirada y sabía por su tono algo de suma importancia les iba a relatar. Miró a
Candela, que había dejado de saborear su café. Candela dijo mientras se limpiaba los labios
con su servilleta.
—Siéntate hijo, y explica—Le indicó la silla con su mano, mientras miraba a
María intentando prestar atención a lo que fuera que tuviera que explicar el
muchacho.
Aurora se removió en su asiento, y María se sentó junto a él, la muchacha le
sujetó con fuerza su mano, como si le fuera la vida en ello, mirándole con
tristeza y desazón. Rosario que se percató de la actitud de María se sentó
rápidamente mientras decía.
—Martín hijo, por Dios. Tengo el alma en vilo. Que es lo que ocurre, y
porque María te mira y te coge así. Acaso ha pasado algo con Esperanza?
—No, mi buena Rosario. Esperanza está bien— respondió Martín ofreciéndole
una dulce sonrisa.
—Mira, no te chancees que me vas a enrabiar. Que es lo que ocurre?—volvió a
preguntar mirando a su alrededor por si encontraba alguna respuesta.
—Estese tranquila abuela. Gonzalo tiene que decirles algo muy importante—
tranquilizó María.
—Por Dios, hablad de una vez —replicó Candela.
—Verán… ya sabrán que el otro día recibimos carta de Pilar…—Martín casi no
levantaba la mirada de la mesa…— aquella mujer…
—Si Martín, la carta de Cuba—interrumpió Rosario con premura. Aurora,
intervino.
—Rosario, deje hablar a mi hermano por favor.
—Está bien, ya no te interrumpiré más. Sigue hijo.
—Bien, pues como les decía. En la carta, explicaba que había algo de suma
importancia que tenía que desvelar a mi padre.
Las mujeres asintieron. El levantó la mirada y continuó relatando.
—Ayer, Aurora, María y yo, estuvimos leyendo unas cartas de doña Pilar, que
Doña Francisca, había tenido escondidas durante todos estos años, y descubrimos
algo que…—Martín miró a Candela, sabía que aquello que iba a desvelar, le
afectaría en gordo. Aurora cogió la mano de Candela entre las suyas, y esta
comentó.
—Di, lo que tengas que decir, Gonzalo. No te preocupes por mí. Ya te dije
que había conocido a tu padre cuando había vivido gran parte de su vida y que
no le voy a juzgar por nada de lo que hubiera hecho antes de conocerme.
Martín, apretó sus labios y asintió para coger fuerzas y proseguir.
—En las cartas que leímos, pudimos saber que Pilar, se quedó embarazada de
mi padre.
El asombro fue mayúsculo.
—Válgame Dios. ¿Mi Tristán dejó preñada a una muchacha en Ultramar? Nunca me
dijo nada de eso. ¿Estas seguro de lo que dices hijo?
—Sí, Rosario—respondió Aurora. Estamos seguros.
—Pero de lo que no estamos seguros —prosiguió—es que este embarazo llegara
a término, pues por más que hemos leído, y releído, no habla nada más de él.
—¿Entonces?—dijo Candela, con un
hilo de voz—¿Esa mujer le dijo a Tristán que se había quedado preñada? ¿Y tu
padre les abandonó a su suerte?
—No,no, Candela. Mi padre nunca supo nada de esto, y por lo que hemos
podido saber. Ella nunca recibió respuesta alguna ya que…
—Ya que la pérfida de Francisca le ocultó toda la correspondencia.
—Claro está….—interrumpió Rosario— De haberlo sabido vuestro padre, nunca
les hubiera abandonado a su suerte, era todo un caballero, y siempre cumplía
con su deber, pasase lo que pasase. Doña Francisca recibía directamente el
correo.
—Por eso… Francisca las interceptaba, y como siempre apartaba todo y a
todos los que se interponían en sus planes para con su hijo. Esas cartas nunca llegaron a manos de mi
padre.
—Pero… entonces Francisca… —Comentó Candela, en aquel momento, todos se
miraron, no habían caído en aquel pequeño detalle, y Martín se levantó mientras
decía colérico.
—Francisca Montenegro, si sabía que Pilar estaba embarazada de mi padre, y
la muy pécora se lo ocultó.
—Si no es que hizo algo más—dijo Rosario, resignada.
—Algo más, algo más ¿cómo qué? —le preguntó Martín acercándose a Rosario.
—Martín siéntate— le indicó Aurora.
—Si cariño siéntate estás muy nervioso—secundó María.
—Cómo no voy a estarlo. No habíamos tenido en cuenta ese gran detalle. Y si
Francisca Montenegro sabía lo del embarazo, seguro que algo tuvo que hacer al
respecto, para que Pilar no volviera a comentar sobre el mismo.
—Sí, hermano—dijo Aurora con preocupación— pero algo ¿cómo qué?
—Aurora, Francisca es capaz de todo y más en lo concerniente a su hijo—masculló
Rosario.
—Y bien que lo sabemos —respondió Martín
— Pero bueno, eso no es todo lo que teníamos que decirle—continua hermano.
—¡Es que todavía hay más!, y que más tenéis que contarnos—dijo Rosario.
—Pues que después de descubrir que posiblemente tengamos un hermano, he
decidido… marchar hacia Cuba.
—Pero… ¿cómo? ¿Marcharte tu hijo? Pero…¡Tú sabes lo que dices! Es un viaje
muy largo, y que pasará con María y con Esperanza.
—Ellas se quedarán aquí, y ustedes velarán por ellas.
Candela, miró a María, que en silencio escuchaba lo que hablaba Martín. Sus
ojos brillaban de pura congoja, y las lágrimas escapaban en silencio rodando
sobre sus mejillas. No quería ni pensar lo que se le avecinaba, pensar que se
quedaría sin Gonzalo le hacía sentirse débil, triste, acongojada. Intentaba
disimular, pero era inevitable, la tristeza había hecho mella en su rostro, y
no podía disimular. Candela preguntó.
—Martín, ¿ya sabes lo que vas a hacer hijo? Son muchos meses los que
tendrás que permanecer lejos de casa.
—Candela, lo debo hacer. Se lo debo a la memoria de mi padre, y se lo debo
a mi hermano, si es que existe. No sabemos nada de él. Si estará bien, si
vivirá con penurias, nada, y es de vital importancia que sepa la verdad. Ya no
podría vivir sabiendo lo que sé, y sin haber hecho nada al respecto. Además,
creo que Pilar también tiene derecho a saber que mi padre nunca le respondió,
porque nunca supo de sus cartas. Quizá por eso mi padre, nunca le escribiera, quizá
al no recibir noticia, al pensar erróneamente que ella no daba señales de vida…
—Martín se quedó pensando un momento. Levantó su cabeza y con una sonrisa
forzada dijo— Así que no se hable más. Partiré de inmediato.
—¡De inmediato! ¿que quiere decir Martín?—preguntó Rosario con la inquietud
dibujada en su rostro.
—Mañana mismo. Ayer por la tarde fui a la puebla, para comprar los billetes
que me llevarán a Vigo, y de allí embarcaré rumbo a Cuba. —las últimas palabras
las dijo mirando a María, esta estaba inmersa en una muda letargia. No podía
creer que Gonzalo marchara lejos de ella, y por tanto tiempo. Sabía que era su
obligación, pero en su interior se negaba a aceptar tal dislate. Todo su cuerpo,
todo su ser buscaba algún milagro, algo que hiciera despertar, y que todo
aquello fuera un sueño, porque dentro de su alma había anidado una mano negra, que
le aprisionaba sus entrañas, estrujando hasta llegar a su corazón, esa
sensación era tan fuerte, que no la
dejaba respirar. Ella mirando en todo momento a su amor, le sonrió vagamente. Él,
que comprendió el estado de María, se aproximó a ella, y le dijo mientras le
acariciaba la mejilla.
—Será un corto viaje. Verás como a la que te des cuenta, estaré otra vez de
vuelta.
María se levantó y se echó en sus brazos sin poder evitar su llanto. El
acarició su pelo, cerró los ojos, la aferró con fuerza a su cuerpo y respiró su
aroma.
Rosario, Candela y Aurora, se miraron en silencio. Todas sabían que aquel
viaje era inevitable y de vital importancia que lo hiciera, así pues, con
resignación tendrían que asumir su marcha. El silencio cubrió la estancia. Tan
solo los sollozos de María se escuchaban en el salón. Los sollozos y los dulces
y delicados besos que Martín le daba a su amada, para consolar su
desazón.
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29 de septiembre de 2014
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