CAP 7- EL RESCATE
Martín sintió como el agua le engullía por completo. Aquello no podía ser
su final, tenía que luchar por sobrevivir, como siempre había hecho, como
siempre debía hacer. Sumido en la más profunda oscuridad pensó en María y su
hija, se lo debía, después de tanto luchar por su felicidad no podía morir en
aquella travesía, su abuela volvió a estar presente en sus pensamientos y eso
le dio más fuerza si cabe, pues ella no podía salirse con la suya. Le había
pronosticado lo que estaba ocurriendo y ella no podía ser más poderosa que su
mismo Dios, ese que siempre, al final de todo, cuando pensaba que ya no podía
más, le ayudaba, le echaba una mano para brindarle una nueva oportunidad. Esta
vez no podía ser diferente, esta vez tenía que ser igual. Martín, con una fuerza
descomunal, intentaba una y otra vez, empujar con sus robustos brazos, su
cuerpo hacia la superficie, intentaba salir a flote para poder respirar.
Sol, la muchacha que momentos antes estaba abrazada a él, se encontraba a
pocos metros y hacía lo propio, subía y
bajaba como en una noria, hasta que pasados un tiempo, pudieron emerger por
unos instantes, el tiempo suficiente, para aspirar todo el aire que pudieran
albergar sus pulmones, e inmediatamente volvieron a ser presos de las aguas.
Así se mantuvieron durante unos minutos, que parecieron eternos, mientras
subían y bajaban a las entrañas de aquel inmenso océano. Los restos del Infanta
Beatriz flotaban por su alrededor, botellas, maderas, enseres, todo su entorno
estaba cubierto de trozos del Infanta Beatriz. En una de las ocasiones que
permanecieron a flote, Martín llamó a la muchacha.
—Sol!, estás bien… ?
Al momento escuchó su voz.
—Si, pero no se si aguantaré mucho más tiempo.
Martín se alegró de escuchar la voz de la muchacha, al menos, estaban
respirando y estaban bien.
—Intenta mantenerte a flote…—le gritó con todas sus fuerzas— y, si ves
alguna madera… sujétate a ella… Recuerda que hay… algunos botes y que quizá…estén
cerca de nosotros—decía entre bocanadas de agua.
La muchacha intentaba seguir las indicaciones de Martín, pero también era
engullida por el inmenso mar, una y otra vez.
Aquel océano estaba haciendo un pulso de fuerza con ellos, y estos cada
vez estaban más agotados. Así permanecieron más de media hora. Las fuerzas les
flaqueaban, se sentían impotentes ante tanta adversidad, pero Martín no dejó de
hablar a Sol, e intentar animarla para que siguiera esa dura batalla.
Poco a poco, la luna iba asomado por entre los nubarrones, como si jugara
con ellos al escondite, les ofrecía un poco de luz y volvía a esconderse,
dejando a los dos jóvenes perdidos en aquella espesa negrura que cubría aquel rincón,
ahora tan apartado de resto del mundo. Por fin, y en una de las apariciones de
la luna, Sol pareció divisar una madera, la tenía muy cerca y braceó hasta alcanzarla, por
fin la muchacha podría descansar un poco. Al sentirse más segura, llamó a
Martín.
—Martín, Martín! Ya he podido conseguir un trozo de madera. Me oyes..
Martín.
Él exhausto, casi sin poder mediar palabra, respondió.
—Si, te escucho, pero no te veo… sigue hablando y así me guiaré.
—Está bien, y que te digo.
—Cualquier cosa me servirá. Solo quiero seguir tu voz. —Martín había
empezado a nadar hacia el lugar de donde provenía su sonido.
—De acuerdo, te recitaré un poema de Bequer
—Como quieras—respondió Martin que había empezado a nadar hacia ella. Y Sol comenzó a recitar el poema:
Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la Tierra
Como un débil cristal.
¡Todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse…
De pronto, en el intervalo de aquel pequeño resplandor, Sol, vio tras
Martín como se dibujaba la silueta de un bote que se dirigía con rapidez, hacia
él. La muchacha dejó de recitar, e intentó darle aviso, Martín al no escuchar
su voz dejó de nadar para prestar más atención, en aquel momento Martín vio a
So, que iluminada por el resplandor de la luna, permanecía asida a una tabla muy
cerca de él. La muchacha en aquel momento gritó, pero sus gritos fueron en
vano, y a Martín no le dio tiempo de apartarse de la trayectoria del bote, por
lo que no pudo evitar que este, que iba repleto de pasajeros golpeara contra su
cabeza. Inmediatamente, Sol dejó la
madera que la mantenía a flote y sin pensarlo ni un instante, nadó y sacando
fuerzas de flaqueza, hasta dar alcance a Martín, para sujetarlo hacia ella, evitando
que este no fuese presa de la incansable fuerza de aquellas aguas.
La muchacha, con un miedo infinito a que pudiera haberle ocurrido lo peor,
gritó con todas sus fuerzas para que las personas que llenaban aquel bote, pudieran
prestarles ayuda. Uno de sus gritos, llegó a un muchacho que permanecía en
aquel bote, y pudo dar aviso, para que los supervivientes que navegaban con él,
le pudieran prestar atención.
Llegó el amanecer, y con él el nuevo día. El mar volvía a estar en calma, y
volvía a dibujar el desolador paisaje que les rodeaba en aquel recodo del mar. Sol,
no había soltado a Martín en ningún momento, desde que fueran rescatados y
subieran al bote, Martín estaba inconsciente y ella seguía sujetando su cabeza,
que descansaba sobre su pecho, la mayoría de los que viajaban junto a ellos,
permanecían durmiendo después de aquel terrible suceso. Sol también había caído
rendida después de toda aquella lucha que habían mantenido con la fuerza del
mar.
El sol ardiente de aquella mañana fue despertando a Martín poco a poco,
tenía la boca seca, y entreabrió los ojos con turbación, los rayos de luz, no
permitían abrirlos completamente, y así permaneció hasta que por fin pudo
distinguir ante él, a una bella muchacha, que lo sujetaba entre sus brazos y
que dormitaba junto a él. Intentó
incorporarse con mucho cuidado para no despertarla, pero sintió como la cabeza
le iba a estallar y desistió de su empeño dejándose caer de nuevo sobre aquel
angelical cuerpo. Al movimiento de Martín Sol despertó, y comprobó con alegría
que Martín había vuelto en sí, la muchacha le regaló una gran sonrisa.
—Te encuentras bien?—preguntó.
Martín completamente aturdido, respondió.
—Me duele un poco la cabeza.
Inmediatamente escuchó una voz tras de sí.
—Muchacho, te has pegado un duro golpe.
Martín giró su rostro para ver de quien provenían aquellas palabras que
sonaban a sus espaldas. El hombre de pelo cano, y barba poblada le sonrió, y
sus ojos azules se mezclaron con el color del cielo. Martín sonrió e intentó de
nuevo volver a incorporarse.
Sol, le calmó.
—Martín, no hace falta que te levantes, es cierto, que has recibido un duro
golpe, descansa ya estamos a salvo. Martín, él es mi padre. Guzmán de Estrada y
Menocal. Recuerdas que te hable de él. Él Iba en un bote salvavidas y
casualmente fue quien nos recogió.
Martín no podía comprender nada de lo que le estaban explicando. La cabeza
le iba a estallar y no entendía nada de lo que le estaban explicando.
—Bote salvavidas? Pero… dónde estamos?
Guzmán miró a Sol que había buscado con inquietud los ojos de su padre. Don
Guzmán hablo.
—Hijo, me parece que el golpe que has recibido es más grave de lo que
parece. Así que permanece postrado y en cuanto lleguemos a tierra te llevaremos
a mi hacienda para que te vea un galeno.
Martín haciendo caso omiso a lo que le recomendaban se incorporó.
—No se preocupe. No es para tanto.
Mientras hablaba con don Guzmán, miró a su alrededor, y pudo comprobar con
sus propios ojos, que estaba junto a una veintena de personas, magulladas, derrengadas,
y rendidas a Morfeo, todos iban
apelotonados, en un bote sobre un inmenso mar. A su alrededor algunas
barquichuelas como aquellas mantenían la misma expectativa que ellos, pero no
sabía, no recordaba que hacía él allí.
Sol se dio cuenta de su aturdimiento, y le preguntó.
—Martín, es que no recuerdas lo sucedido? No recuerdas lo que nos pasó?
Él, miró a Sol y respondió con preocupación.
—No, no recuerdo nada. No sé quién eres, y no se qué hago aquí?
—Hija no le atosigues, Martín está exhausto. Pero si le diré muchacho, que
nunca olvidaremos lo que ha hecho usted por nosotros—dijo mientras tendía su
mano hasta aferrar la de su hija—nunca olvidaremos que mi hija le debe la vida.
—A mí? —respondió con una pregunta.
—Sí, joven. A usted.
—Está bien, ya recordaré…pero me gustaría saber dónde estamos y hacia donde
nos dirigimos.
—Viajábamos un el Infanta Beatriz, rumbo a Cuba. Y si la memoria no me
falla, debíamos llegar al alba a la Habana, así que posiblemente en unas horas
tengamos los barcos del ministerio de la marina buscando los restos del
naufragio, y nos llevarán a puerto, y pisaremos tierra firme—ante la alegría de
aquellas palabras don Guzmán, mudó el gesto y lo tornó triste.
—Padre, que ocurre?
—Hija mía. Aunque estoy pletórico por haberte encontrado sana y salva y por
haber salvado la vida, me entristece sobre manera saber que tantas y tantas
personas no han tenido nuestra suerte.
—Tiene razón padre. Pero hemos de dar gracias a Dios por haber sido los
elegidos.
—Si hija mía, si hemos de dar gracias al cielo.
Martín les miraba y escuchaba ausente.
Sentía un fuerte dolor de cabeza, pero su mente permanecía en blanco. ¿Qué
hacía allí? ¿Quiénes eran esas personas? ¿Qué iba a buscar a Cuba? Todas las
preguntas se amontonaban en su cabeza, sin hallar respuestas a ninguna de
ellas. Martín, no recordaba absolutamente, nada, ni tan siquiera quien era él.
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