CAP 10- MANIPULACIÓN DEL DESTINO
- PASEO POR LA RIBERA DEL RÍO
Francisca Montenegro caminaba de un lado al otro de su despacho, habían
pasado muchas semanas y no había recibido noticia alguna, sobre el trabajo
encomendado.
Caminó con paso rápido, hacia la licorera y se sirvió una copa de brandy
mientras maldecía la falta de información. Con la mirada fría y calculadora,
caminó hasta el gran butacón que presidía la estancia, y allí permaneció sentada,
sumida en sus pensamientos. No le gustaba la desobediencia, y no estaba
acostumbrada a que sus subordinados camparan a su libre albedrío, sin acatar
sus órdenes. De pronto el teléfono sonó, y Francisca respiró hondo mientras se
erguía en su asiento. Levantó su mentón y alargó su mano para acercarse el
teléfono.
— ¡Si Chelo! Dime—respondió con acritud— ¿Es la llamada que estaba esperando?
—Sí, doña Francisca. Tiene conferencia desde Cuba.
—Pásamela rápidamente, Chelo. ¿A qué esperas?
Inmediatamente, doña Francisca establecía comunicación con la isla de Cuba.
Francisca que estaba molesta, y abroncó sin medida al interlocutor antes de que
este comenzara ni tan siquiera a hablar, y acto seguido le exigió explicaciones,
con todo lo acontecido hasta la fecha. Al otro lado del aparato alguien le estaba
poniendo al corriente, sobre lo que con tanto anhelo estaba esperando. Minutos
después de escuchar en silencio todo lo que le estaba explicando, preguntó.
—¿Entonces?, le has encontrado Si o No.
—Si señora, le he encontrado. Permanece hospedado en la hacienda
Montecristo, y protegido por don Guzmán de Estrada.
—¿Has dicho hospedado? ¿Acaso Gonzalo se hospeda en la hacienda y no ha
empezado a buscar a Pilar? —preguntó con sorpresa.
—Pues verá señora. Martín, que es como le llaman aquí, en el naufragio del
infanta Beatriz, recibió un gran golpe en la cabeza y perdió la memoria, ahora está
viviendo en la hacienda, esperando recuperarla. Esta misma semana celebran la
fiesta del tabaco y acuden todos los miembros distinguidos del País. Este año,
se celebra precisamente en la hacienda, Montecristo. Ya sabe, la de los puros habanos.
—Sí, y a sé lo que son los puros habanos Montecristo, pero déjate de puros
habanos y continua con lo que realmente me importa.
—Pues verá, esa fiesta, será el momento idóneo para llevar a cabo sus
planes.
Francisca estaba pensativa. Aquella revelación había sido muy positiva para
su fin. Entonces le comentó.
—Espera un momento. ¿Dices que no recuerda nada? Pero, ¿nada del naufragio?
O ¿nada de nada?
—Pues verá. Dicen las gentes de la hacienda, con las que me he cruzado y
preguntado, que nada de nada. Ni siquiera su nombre, ya que el nombre de Martín
fue el que dijo la hija de don Guzmán, la señorita Sol, que así se llama la joven,
fue quien salvó la vida a Gonzalo.
—Inoportuna muchacha —habló a regañadientes, frunciendo el ceño—¿Estás
seguro de ello?
—Seguro no, pero lo estaré, pues asistiré a la celebración. ¿Ordena algo la
señora?
Francisca quedó meditabunda, aquella noticia le había modificado sus
planes. Así que optó, por no precipitarse, al fin y al cabo todo parecía
haberse confabulado con ella y el viento soplaba a su favor.
—No, no hagas nada de lo planeado. De momento, ve a la celebración. Después
e inmediatamente, buscas un teléfono y llamas. Ya veré lo que tenemos que
hacer. ¡Me has oído!—alzó la voz, gritando.
—Sí, señora. Así lo haré.
—Un fallo en esta misión y sabré como acabar contigo.
—Descuide, doña Francisca, asistiré a la fiesta y estaré ojo avizor, con
todo lo que me rodee.
—Más te vale. A mí lo que te rodee o deje de rodearte me da igual. Tu
prioridad máxima es Gonzalo, que te quede claro. Yo tan solo quiero que estés
sobre él, acércate, y entabla conversación, lo que sea, Gonzalo nunca, me oyes,
nunca, bajo ningún concepto, debe volver a Puente Viejo.
—Entendido señora.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer.
Y Francisca colgó el teléfono. Cogió en sus manos la copa de brandy y se la
bebió de un trago, mientras relataba.
—Martincito querido. Me ha salido mejor de lo que yo me esperaba. Si
realmente es cierto lo que dice, Leonardo, esta vez, no tendré que intervenir.
El señor ha escuchado mis plegarias y por fin te tendré donde quería, en las
Américas, el lugar de donde nunca deberías haber vuelto.
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María, paseaba con Esperanza. Había decidido llevarla a la orilla del rio,
y allí tomar un poquito el sol. Así se lo había aconsejado Rosario, y
recomendado Aurora. María lo había aceptado por complacerlas, y en el fondo
sabía que ese paseo le sentaría bien, y se distraería, esperado que por un
momento podría dejar de pensar en lo que siempre le acompañaría hasta el fin de
sus días, el recuerdo de su esposo, el recuerdo de Gonzalo, al que nunca podría
olvidar.
Por el camino, le salió al paso, aquel enigmático caballero, que días
atrás, le acompañó al Jaral.
—Buenas tardes jovencita. De nuevo volvemos a encontrarnos. Veo que hoy
viene acompañada. ¿Se encuentras mejor?—dijo mientras sus ojos se clavaban en
la pequeña Esperanza.
—Buenas tardes don…—María esperó a que él se presentara. El hombre con una
amplia sonrisa se descubrió, y sujetó el sombrero con su mano izquierda
mientras con la derecha la alargaba hasta sujetar la mano de María.
—Me llamo Severiano Menéndez Garcés.
—Mucho gusto señor. Yo me llamo María Castañeda Ulloa.
Severiano alzó su rostro y miró fijamente a María. Su rostro se iluminó y
respiró profundamente, mientras repetía su nombre.
—María Castañeda Ulloa...
—Sí, esa soy yo… ¿porque me mira así?
—No será, la hija de… Emilia Ulloa, la muchacha de la casa de comidas de
Puente Viejo.
María sonrió, al escuchar aquellas palabras.
—¿Muchacha?, señor mi madre hace tiempo que dejó de ser muchacha, aunque
todavía conserva su atractivo, no se crea, y eso que ya es abuela.
Severiano, fingió sorpresa.
—¿Abuela? O sea que esta primorosa niñita, es su hija.
—Sí señor. La más hermosa, dulce y tierna que hay sobre la faz de la
tierra.
Severiano se asomó de nuevo al cochecito. Esperanza le regaló una sonrisa y
un balbuceo. Él se estremeció, al pensar que aquella niña era fruto de Emilia.
—Si me permite el atrevimiento. La niña se parece a usted. Es muy bella.
María miró a Esperanza, y con la tristeza anidada en sus ojos, sonrió
delicadamente, mientras acariciando el rostro de su hija, decía con el corazón
en su boca, masticando su dolor.
—No, señor. Mi hija, es el vivo retrato de su padre—y en un suspiro escapó
su nombre— Gonzalo.
Severiano se dio cuenta de la tristeza de María, y cambió de conversación.
—Y bien, ¿hacia dónde se dirigía hoy? Si no le importa decírmelo.
María recuperó el semblante.
—No, no me importa—dijo mientras apartaba lentamente la mirada de su hija.
Me dirijo a ver a mi tía Mariana he quedado con ella, para ir a merendar.
—Entonces me temo que hoy no podré acompañarla.
María le miró. Sentía una extraña sensación pero no podía definir cuál era
ese sentimiento, hacia aquel extraño caballero.
—¿Y porque no viene usted conmigo y le presento a mi tía?
—No creo que deba ir—dijo con velada intención.
—Sí, no se preocupe, no pasara nada, mi tía aceptará de buen grado su
presencia, y si usted hace poco que ha vuelto a Puente Viejo, no tendrá muchas
personas con quien charlar —Severiano sonrió complacido—y de paso… podrá ver a
mi madre, ¿no dice que la conoció?
Él arqueó sus cejas mientras preguntaba con entusiasmo.
—¿Va a estar tu madre? entonces, es una reunión familiar, no me parece
correcto que yo vaya así sin previo aviso. Me quedará por aquí en soledad, no
quisiera molestar.
—No se hable más, igual que usted el otro día se empeñó en acompañarme, e
insistió hasta que lo consiguió, ahora soy yo quien se empeña en lo mismo.—María
le sonrió, mientras se disponía a emprender el camino— me temo, don Severiano,
que usted y yo, somos igual de cabezones, y hasta que no conseguimos lo que queremos, no nos damos
por vencidos.
Y María empujó el carrito de Esperanza hacia la casa de Mariana. Severiano,
caminó tras ella, mientras musitaba.
—No lo sabes tú bien, hija mía. No lo
sabes tú bien.
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—Martín, ¿ya te encuentras mejor?—preguntó Sol cuando este entraba en el
salón de la casa.
Él con aquella duda implantada en su interior, respondió cabizbajo.
—Sí, estoy bien, gracias.
Sol que no se creyó nada de aquello. Se incorporó y le fue al encuentro.
—Martín, por lo poco que te conozco, he aprendido a leer en tus ojos. Y sé
que no es cierto. Sé que hay algo que te preocupa, ¿Qué es?
—Nada Sol—Le dijo mientras se dirigía a la butaca.
Martín se sentó, se sentía abatido y Sol lo hizo junto a él. La muchacha,
acercó sus manos a las de Martín y las sujetó por un instante. Él dirigió la
mirada hacia ella, y ella le habló con dulzura, mientras quedaba prendida en
sus ojos.
—Confía en mí. Dime lo que te ronda por tu cabeza. Estoy deseando ayudarte.
Aquellos ojos azules como el mar, le tuvieron absorto por unos instantes, Sol,
con las manos unidas a las suyas, se acercaba con peligro hacia él, sus ojos se
habían cruzado y la atracción de sus labios les llenaron de deseo. Pero en
aquel momento, cuando su aliento se entremezcló con ese profundo deseo, y sus
labios llegaron a rozarse, el recuerdo y la duda de aquella pregunta que le
rondaba la cabeza, brotó como un rayo de luz, haciendo que Martín se apartara
sobresaltado de aquella situación, y se incorporara de su asiento.
—Sol, disculpa pero yo…
—No me pidas disculpas, he sido yo, que me he dejado llevar.
—Esto no puede ser. Necesito saber quién soy.
La muchacha caminó tras él.
—Martín, que es lo que temes. ¿Acaso no estás bien aquí? ¿No tienes
confianza en mí?
—Sí, claro que sí, Sol, como puedes pensar tal cosa. Pero…
—¿Pero qué?—Le preguntó la muchacha.
—Nada… cosas mías. Me disculparás. Necesito estar solo.
Sol suspiró. Mientras miraba a Martín dirigirse hacia el porche de la
hacienda. Sabía que de momento no podía pedirle más. Sabía que Martín
necesitaba saber sobre su pasado, pero eso era muy peligroso, si sabía algo más,
quizá quisiera marchar de allí, y eso ella no lo podía consentir. Tenía un
único propósito, haría lo imposible por que Martín cayera rendido a sus pies, y
por nada del mundo le dejaría marchar.
16/11/2014
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