CAP 9- UN RAYO DE LUZ - ILUMINACIÓN DIVINA.
El sol de la mañana caía como una losa sobre don Guzmán y Martín que a lomo
de los caballos paseaban por la hacienda. Martín permanecía pensativo y Guzmán
advirtió su lejanía.
—Andas lejos muchacho. ¿Te aburre mi conversación?
Martín abrió sus ojos y levantando sus cejas respondió, mirando a su
acompañante.
—Oh, no, disculpe don Guzmán, es que al pasear sobre el caballo, por este
sendero, he sentido que ya había vivido momentos en parecidas circunstancias.
—¿Has recordado algo zagal?
—No es un recuerdo, es tan solo una sensación. Es como si tiempo ha,
hubiera cabalgado con alguien por algún prado o plantación, muy parecido a esta.
—¿Quizá tengas tierras? ¿Quizá seas dueño de alguna plantación?
Martín, cambió el rictus de su rosto y se le ensombreció el semblante.
Aquella incertidumbre, el no saber, ni quien era, las preguntas sin respuesta
que le asaltaban continuamente, le tenían absorto de todo lo demás. A cada
paso, en cada momento o situación creía recordar sensaciones que aunque su
cuerpo las sintiera, su cabeza no podía descifrar, y continuaba rebuscando en
su interior, penetrando en los más recónditos rincones de aquel cerebro que
adormecido, escondía su pasado cubriéndolo en la más absoluta oscuridad, y jugando alegremente con su futuro.
Ausente a todo lo que le rodeaba, Martín seguía sin prestar atención a la
pregunta que le había formulado don Guzmán. Volviendo a revivir su llegada aquellas
tierras, su llegada a la hacienda, pero no recordaba nada más. Su recuerdo se anclaba
en aquel preciso momento, en el que despertó en su actual alcoba. Todo era un
misterio, su pasado se había desvanecido y permanecía oculto en una negrura
permanente que era incapaz de iluminar. Por el contrario, en la hacienda
“Montecristo”, todo era luz, y amabilidad, don Guzmán le atendía como a un hijo
ofreciéndole atención y conversación y su hija Sol, le ofrecía ternura, cariño
y diversión. Era una muchacha alegre,
llena de vida, cultivada y hermosa como pocas. Su ensortijado cabello, caía
sobre su espalda como una cascada llena de caracolas de luz, con ella se sentía
bien, en la hacienda se sentía bien, le hacían sentir como si fuera su verdadero
hogar. Pero no lo era. El agradecimiento de ambos era inmenso pero Martín,
seguía sintiendo un vacío infinito, como si en aquel naufragio se hubiera
hundido parte de su ser, junto con sus más profundos recuerdos.
—¡Martín!—llamaba don Guzmán para recabar su atención. Martín volvió en sí.
—¿Disculpe, decía?
—No, yo no decía nada, muchacho—sonrió— eras tú quien me explicabas, que el
pasear a caballo has recordado algo, has sentido alguna sensación y después te
has vuelto a quedar perdido, mirando el infinito.
—Sí, puede que si—dijo removiéndose sobre la montura de su caballo— por eso
le voy a pedir que me disculpe de nuevo, creo que su hija tenía razón.
Posiblemente me he aventurado antes de tiempo y posiblemente deba volver a la
hacienda.
—Está bien, muchacho, iré contigo. Te siento muy alterado.
—No se preocupe, don Guzmán, no estoy alterado, pero sí preocupado, me irrita
en gordo, no saber nada de mi pasado, me hierbe la sangre, tener sensaciones
que no puedo descifrar, me exaspera.
—Tranquilo hijo, todo se andará. Piensa que estas vivo de milagro. La
memoria ya llegará.
—Llevo aquí más de un mes, y no recuerdo nada aún. Este vacío me está
mortificando, si no fuera por usted y su hija, creo que me habría vuelto loco.
—No se hable más. Volvamos a Montecristo.
Los hombres se disponían a marchar cuando Martín, llamó la atención de
Guzmán.
—Don Guzmán, espere, ¿podría responderme a unas preguntas por favor?
El hombre le miró sorprendido.
—¿Crees que te puedo ayudar en algo jovencito?
—No me llame jovencito, que ya no soy tal.
—Pues yo creo que si lo eres, aunque no sepamos tu edad exacta, adivino por
tu aspecto y lo diría sin miedo a equivocarme. Que no llegarás a la treintena.
Martín sonrió.
—¿Y eso le parece ser un muchacho?
—Al lado mío sí.
Ambos rieron. Martín, permanecía sobre su caballo, sujetando con ambas
manos las riendas del corcel. Miró al infinito y volvió a preguntar sin más.
—Don Guzmán, el infanta Beatriz, ¿de dónde procedía?
El hombre, dejó de reír, le miró de soslayo, no sabía que responder, había
prometido a su hija que no hablaría de nada que pudiera atosigarle. Martín, esperando
su respuesta, giró su rostro para mirar a don Guzmán. Una brisa de aire cálido
revolvió su cabello.
—¿De dónde partió el buque que venía hacia Cuba?—volvió a repetir.
El hombre, se mordisqueó el labio inferior y suspiró profundamente,
mientras se limpiaba el sudor con un pañuelo. No sabía si responderle, pero
sintió la amargura de Martín en su rostro y se compadeció de él.
—De España, Martín, el infanta Beatriz navegaba rumbo a Cuba desde el
puerto de Vigo en España.
Martín, entrecerró sus ojos, sin comprender, intentando luchar contra su
espesa memoria y llegar hasta allí, hasta el puerto de Vigo. Pero su
pensamiento se volvía a desvanecer justo al llegar a la hacienda Montecristo.
Movió su cabeza con resignación y dijo.
—España. No consigo recordar nada. Por favor, cuando lleguemos a la
hacienda me podrá mostrar donde está España.
Guzmán cerró sus ojos y con cariño le respondió.
—Te lo mostraré, descuida. Y ahora—dijo para sacar a Martín de su
tristeza—Te reto a una carrera—y antes de que Martín pudiera responder, don
Guzmán tiró de las riendas de su caballo y comenzó a galopar como el viento, en
dirección a Montecristo.
Al llegar a la hacienda, les esperaba Sol en el gran porche, con un refrigerio y en
grata compañía. Los hombres habían llegado formando una algarabía y hablaban
entre risas comentando la carrera.
—¡Padre!, ¡Martín!—les salió la muchacha a su encuentro—¿Ya de vuelta?
—Sol—saludó Martín con cortesía, mientras ella le ayudaba a sacarse la
chaqueta para inmediatamente dársela a la doncella.
—Mi querida hija—dijo Guzmán, besándola en la frente.
—Mire quien nos ha venido a visitar—dijo la muchacha colgada del brazo de
Martín y señalando con el brazo libre hacia el salón.
Allí tras los grandes ventanales,
esperaba repantigado en uno de los grandes butacones el párroco del lugar.
Don Guzmán con la alegría cubriéndole el rostro, se dirigió hacia el salón alargando
su mano.
—¡Padre Gonzalo! ¿Cómo usted por aquí?
Martín que caminaba charlando tras él junto a Sol, al escuchar aquellas
palabras se quedó petrificado, y blanco como la cal, sus ojos buscaron
rápidamente la imagen de aquel sacerdote al que tan alegre recibía don Guzmán, y
al verlo, un remolino de sensaciones le recorrieron el cuerpo.
Su cabeza empezó a recordar aquel nombre, « Padre Gonzalo, Gonzalo,
Gonzalo» aquel nombre le resultaba muy familiar, lo sentía suyo. Levantó su
cabeza para volver mirar al párroco del pueblo.
—Don Guzman, diu literae nullae videantur—saludó el sacerdote.
—Exoptatae domum nostram advenistis—respondió don Guzmán.
Martín, continuaba inmóvil a pocos metros de ellos. Sol permanecía
mirándole sin hablar, había sentido como Martín cambiaba de expresión al ver al
sacerdote, y permanecía muda mirándolo fijamente. Él ajeno a todo, permanecía
absorto contemplando aquel hombre con detenimiento, le observó de arriba abajo.
Su negra sotana, el solideo que cubría su cabeza, el sombreo que descansaba en
sus rodillas, todo aquello le era muy familiar.
Pero la sorpresa fue aún mayor cuando comprobó que, incomprensiblemente había
entendido todo lo que se habían dicho ambos hombres, los saludos del párroco, y
la respuesta de bienvenida con la que don Guzmán le obsequió. Pero, ¿porque
entendía aquel extraño idioma? Nunca lo había escuchado, ¿o sí? En aquel
momento volvió a perder la noción del tiempo, intentando volver a buscar en su
interior, pero inmediatamente Sol que se dio cuenta de todo, le habló intentando
que volviera con ellos, al salón.
—¿Martín, te encuentras bien? Se te ha mudado la color, toda.
Él todavía permanecía en el mismo lugar, ido, ausente. Miró a Sol que le
ofrecía una gran sonrisa y reaccionó. Le sonrió mientras se inclinaba sobre
ella para preguntarle.
—¿Qué idioma es ese?
Sol, escondió su sonrisa tapando sus labios con su delicada mano, le hacía
gracia que Martín fuese tan natura, casi inocente, sonreía al comprobar que no reconocía
aquel idioma, y respondió burlona.
—Es latín, Martín, el idioma de la iglesia, el que usan los curas para dar
misa.
Martín sonreía, pero en su interior sentía una inquietante sensación.
—Que cuchicheáis vosotros—interrumpió don Guzmán—, pasad, acercaros. Martín
quiero presentarte a nuestro párroco. El padre Gonzalo.
Martín, se acercó lentamente, sin poder apartar la vista de aquel párroco.
Este que se había incorporado del butacón, le tendió su mano y Martín se
inclinó ante él.
—Padre.
—Martín.
—Basta de formalismos hijo—se apresuró don Guzmán—Sol, llama al servicio que
nos sirvan el almuerzo y que pongan un cubierto más, Don Gonzalo se queda a
almorzar con nosotros. ¿Verdad padre?
—Será un honor, Guzmán—respondió el clérigo, frotándose las manos.
En el transcurso de la comida. Don Guzmán preguntó a su hija que era
aquello que cuchicheaba al saludar al padre Gonzalo. Sol, les explicó la
conversación que habían mantenido.
—Martín me preguntaba por el idioma que han utilizado al verse, y le decía
que era latín.
Don Guzmán respondió.
—Es una vieja manía que tenemos ambos. Nos conocemos desde que éramos unos
mocosos y siempre nos recibimos así.
—Es cierto—afirmó el párroco—siempre hacemos lo mismo—rio—es una vieja
costumbre que usamos desde que me inicié en el sacerdocio y desde entonces
siempre nos saludamos así.
El párroco le preguntó.
—Muchacho, ¿entiendes el latín?
—Pues verá—respondió Martín—estoy muy sorprendido, pues por lo visto sí, he
creído entenderlo.
—Es extraño que un joven pueda entender el idioma, está al alcance de muy
poca gente. Solo lo conocen algunos privilegiados de buena cuna, o los mismos
sacerdotes, o seminaristas claro. —Don Gonzalo, le preguntó llevándose a la
boca un gran bocado de pan—¿Y dónde dices que lo aprendiste?
—No le he dicho su procedencia, padre. Tan solo que lo entendía.
Inmediatamente Sol habló.
—Don Gonzalo, Martín ha tenido un accidente y hasta ahora no recuerda
muchas cosas de su pasado.
Don Guzmán interrumpió.
—Mi querido padre Gonzalo, usted sabe cómo yo que Incluso alguna beatona
sabe el idioma de tanto que le escuchan y muchas de ellas lo utilizan para rezar
el rosario—Y dirigiéndose a Martín explicó.
—El rosario es como un collar de
cuentas, y muchas mujeres católicas lo utilizan para rezar. Cada cuenta es un
ave maría o un credo o lo que disponga nuestro párroco.
—No seas blasfemo Guzmán, hablas como si dispusiera a antojo, nunca
cambiarás, siempre estás de guasa.
—¿Y eso es malo padre?
Las risas se mezclaron entre las palabras de la conversación y así
permanecieron amenizando toda la velada.
Por fin terminó la reunión y Martín se retiró a descansar, se sentía
fatigado.
—Con su permiso, me gustaría poder ausentarme. Me siento mi fatigado.
—Por su puesto muchacho, ya te he dicho que estás en tu casa.
Martín saludo a todos los presentes y se dirigió a su alcoba.
Ya en la soledad, Martín recordaba aquella conversación que mantuvieron alrededor
de la mesa, esas palabras se repetían en su memoria una y otra vez. Era una
nueva sensación que le había activado una pequeña esperanza.
Martín, se tumbó
en su lecho, y se quedó meditando todo lo ocurrido, con la mirada clavada en el
techo, le vino a la memoria una de las frases, con más fuerza que ninguna otra.
«Padre Gonzalo, padre Gonzalo, Gonzalo…». Las imágenes llegaban alegres, entrelazándose
unas con otras, él intentaba vislumbrar algo que le hiciera comprender el porqué
de aquella familiaridad con el sacerdote de la Villa.
Todo era difuso, todo
estaba nublado. De pronto, se incorporó de un salto, y sentó en la cama, una
idea afloraba como un brote de hierba fresca. Martín se sujetó la cabeza con
ambas manos preguntándose.
—¿Y si soy un sacerdote?
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