CAP12- UNA IMAGEN, UN RECUERDO.
Martín continuaba
ensimismado contemplando aquel rosario y repitiendo mentalmente aquellas
palabras que había recordado. Por más que lo intentaba una y otra vez, no
conseguía ver el rostro de aquella mujer. De pronto escuchó unas voces que se
acercaban hacia la biblioteca. Rápidamente, se incorporó y recogió la bolsita
que todavía permanecía en el suelo.
Al intentar guardar
el rosario, se dio cuenta de que en su interior había varias cosas más, pero
como los pasos se acercaban con rapidez, un autoreflejo hizo que Martín guardara
con rapidez el rosario en el interior de la bolsa y esta la escondiera entre
sus ropas y su piel. Disimulando bajo su chaleco al hallazgo que había
encontrado. Acto seguido, recuperó el libro, y se acercó a la puerta, esperando
que en cualquier momento alguien la franqueara, pensaba con rapidez, que era lo
que iba a decir en cuanto entraran y le vieran.
Pero no fue así.
Los pasos y las voces pasaron frente a la enorme biblioteca, y se debilitaron
al alejarse de la estancia. Martín recuperó la compostura, espero unos momentos
y abrió sigilosamente la gran puerta mirando por el resquicio hasta que
comprobó que nadie podría verle. Cruzó a grandes zancadas el vestíbulo y subió
como una exhalación a su habitación, cerrando a cal y canto la puerta tras él.
Ya en sus aposentos,
sacó la bolsita que había guardado y la dejó sobre su escritorio, sentándose
frente a él, observando en silencio aquella pequeña bolsa. Era una bolsa
femenina, de las que usaban antaño, las mujeres bajo sus faldas para guardar el
dinero. No comprendía, porque había corrido como un vulgar ladrón, hasta la habitación, ni que atracción tan grande
sentía hacia lo que aquella bolsita guardaba en su interior.
Respiró
profundamente y como en un ritual abrió con lentitud la pequeña faldriquera. En
su interior encontró el rosario que había tenido en sus manos momentos antes,
lo volvió a mirar intentando que las imágenes que había visto antes, volvieran
a su mente. Pero no fue así. Lo dejó sobre la madera noble e inmediatamente,
volcó todo lo que había en el interior.
Sobre la mesa
pudo ver un collar de cuentas y unas pequeñas cartulinas. Con la curiosidad de
un niño, rápidamente dirigió sus manos hacia las cartulinas que habían quedado
boca abajo la una, sobre la otra, y al darles la vuelta, descubrió con asombro que
eran dos fotografías, pero por desgracia, no se podía distinguir quienes estaban
ahí presos en el tiempo. Cogió las fotografías y las acercó a la lámpara que había
sobre la mesa. Dedujo, por el mal estado en que se encontraban que aquellas retratos
había estado sumergidos en agua. Estaban borrosas, desdibujadas, manchadas y
casi rotas. Martín, con mucho cuidado, pasó su mano como queriendo apartar de
aquellos rostros aquellas manchas que no le dejaban adivinar de quien se
trataban, quería desenmarañar las imágenes. Pero no lo consiguió. Se acercó la fotografía, para verla mejor,
esperando distinguir algo más de lo poco que se revelaba, y lo que vio le dejó
perplejo.
Descubrió que en
una de esas fotografías habían dos personas, pero lo que más le sorprendió y
que le dejó atónito, fue que en esa fotografía, una de las personas que habia
sido fotografiada, era él.
Martín, dejó de
mirar la fotografía un instante. A su mente le vinieron muchas preguntas. ¿Cómo
podía ser? Según le habían dicho, durante el naufragio había perdido todas sus
pertenencias, y ahora tenía aquellas fotografías allí en sus manos. Volvió a
mirar intentando comprender, o adivinar donde había sido hecha aquella
fotografía, y observó que sobre sus rodillas parecía descansar un bebé, y junto
a él, el cuerpo de una mujer. Pero a ninguna de las imágenes que aparecían en
aquella instantánea, se le podía distinguir su rostro. ¿Sería aquella mujer la
que escuchó al encontrar el rosario? Y ¿Qué hacía junto a él con un bebé? ¡Podría
ser su hermana, su cuñada, incluso su mujer. Todo aquello le parecía muy
extraño, y la agitación volvió a su ser. Siguió mirando tras aquellas figuras por
si distinguía algún objeto, algo que le hiciera recordar, pero solo encontró,
libros, cuadros y una gran chimenea. No recordaba nada de todo aquello, y lo
curioso es que él en aquella fotografía se veía feliz.
Rápidamente, miró
la otra fotografía, habido de información, quizá en esa otra podría descubrir
algo más. En ella, aparecían varias personas posado todas juntas, como
queriendo dejar constancia de algún suceso importante para el recuerdo,
recuerdo que él ahora mismo, no tenía y no podía encontrar. Volvió a mirar la
fotografía…todas las personas que había en ella estaban muy juntas, parecían
una gran familia, pero tampoco se podía distinguir ningún rostro con nitidez.
Martín, barrió con su mirada uno a uno a todos los que allí figuraban, y cuando
sus ojos llegaron a topar con una de aquellas imágenes, pudo descubrir
perfectamente una cara que inmediatamente le fue familiar, era el rostro de una
mujer, y ese rostro le llegó a su corazón. Sin apenas darse cuenta, de sus
labios salió su nombre.
—¡Aurora! ¿Hermana?
Martín, se dejó caer
sobre la espalda de la gran silla en la que estaba sentado. Alzó la fotografía
y volvió a contemplarla. Entonces la duda hizo acto de presencia. ¿Quién habría
escondido sus fotografías, junto aquel rosario y el collar de cuentas, en una bolsita,
detrás de un libro en la biblioteca de la hacienda? Y… ¿por qué?
—¡Madre! —Gritó María,
mientras corría para sujetar a Emilia que había perdido el sentido.
Severiano
que estaba junto a ella, la había sujetado impidiendo que esta topara contra el
suelo.
—Déjela aquí en
la silla, por favor—pidió Mariana con la mirada fija en el rostro de Severiano—no
sé qué le debe haber pasado ¿Quizá no comió?—comentaba la mujer.
María había
llegado junto a ella, y cuando la dejaron dejado sentada en la silla, le sujetó
la cabeza contra su vientre, esperando que despertara mientras le decía a
Mariana.
—Tía por favor, ¿tienes
algunas sales? O algo para que vuelva en sí.
—Voy a ver hija. ¡Esta
mujer!—iba relatando Mariana mientras buscaba algo para que se recuperara.
Severiano
permanecía inmóvil, observando todo lo que ocurría con atención.
—¿Puedo hacer
algo por ustedes? —se ofreció.
Mariana había
llegado con las sales y las acercó a Emilia, esta al respirar volvió en sí. Lo
primero que vieron sus ojo,s fue la dulce sonrisa que le ofrecía Severiano. Ella
con el corazón en un puño dijo.
—¡Severiano!
María, miró a
aquel hombre que permanecía frente a ellas, sin comprender porque su madre se
había desplomado al verlo. Miró a su madre y acto seguido al forastero, una y
otra vez. Ellos absortos no se dieron cuenta de que María les observaba, pero
Mariana que si lo había hecho, hablo, para evitar que María sacara conjeturas.
—¿Ya estás mejor
cuñada?
Emilia se acomodó
en su silla, y contestó confundida.
—Sí, Mariana, no sé
qué me ha pasado.
—Madre, ha sido
al ver a Severiano, que ha perdido la color toda, y después su ser.
Emilia se dio cuenta
de que su hija, había percibido aquel estado de desconcierto, que le había
producido la llegada de Severiano y eso tenía que arreglarlo inmediatamente. Pero
él se adelantó.
—Ya te dije María
que conocía muy bien a tu madre, ella te explicará que…
Inmediatamente
Emilia se sobre puso y mirando fijamente a los ojos de Severiano, continuó.
—María hija. Te
explicaré que, Severiano vivió hace muchos años en Puente viejo, y tras su
marcha a las américas, lo creímos muerto,
por eso al verlo ahora así de sopetón, me he sorprendido, además hija—habló
para quitar importancia—desde esta mañana no he comido nada aún…
Severiano
interrumpió la explicación tan descabellada, que había hecho Emilia.
—¿Me creísteis
muerto Emilia?
Ella, levantando
el mentón, continuó.
—Sí, Severiano. Para
mí, estabas muerto. Hasta ahora que te acabo de ver vivito y coleando.
Mariana intervino
al sentir que aquella conversación tomaba unos derroteros nada halagüeños
estando allí su sobrina.
—Si María, todos
creímos que había muerto en su travesía.
Severiano sonrió,
sin dejar de mirar los ojos de Emilia, sonrió con su característica picardía,
como era habitual en él. Emilia sintió como el paso del tiempo, no había ajado
su gallardía, y sus canas le daban un carácter distinguido y atractivo, para
toda mujer. Él que lo intuyó siguió preguntando.
—Y como está… ¿Alfonso
Castañeda?
Mariana intervino.
—Bueno, como
tenemos mucho de qué hablar, mejor lo acompañamos con un poco de bizcocho.
Severiano tomó
asiento, pero María que se había quedado pensativa con la mirada perdida en el
horizonte.
—María, ¿qué te
pasa cariño? —preguntó Mariana.
Esta reaccionó.
—Nada tita.
Estaba pensando en lo que acabáis de decir.
Mientras se
dirigía a la mesa, Mariana le preguntó.
—Que es lo que hemos
dicho, que te tiene tan ensimismada.
—Que a Severiano,
le dieron por muerto en la travesía, que supongo le llevaba a las Américas. ¿Me
equivoco?
Él, dejó de mirar
los ojos de Emilia, y le respondió con ternura.
—Pues sí, María.
Hace muchos años, como te expliqué el otro día, emprendí un largo viaje hacia el
nuevo mundo, de donde he vuelto recientemente. Lo que no sabía, era que me
habían dado por muerto, para mí también ha sido una sorpresa.
Emilia, al ver el
estado en que se encontraba su hija, dejó de pensar en Severiano y se centró en
ella. Vio como el rostro de María se iluminaba.
—¡María, hija! No
estarás pensando...
—Si madre. ¿Porque
no? No hemos tenido noticias de él, no tenemos cadáver al que dar sepultura, no
sabemos a ciencia cierta si pudo salvarse del naufragio.
—Pero… María—dijo
cogiendo sus manos entre las suyas—Hija mía, no querría que te sintieras mal. No
quiero que pienses que…
—No madre, al
contrario. Severiano me ha dado una pequeña esperanza—María miró a Severiano, y
este le sonrió—Como el nombre de mi hija. Esperanza—La muchacha miró a su hija
que dormía plácidamente en su cochecito— Nunca me daré por vencida, madre.
Nunca dejaré de pensar que quizá en algún lugar, Gonzalo siga estando vivo.
Nadie me ha asegurado que esté muerto, y al escuchar lo que acaban de explicar,
me han abierto los ojos, y quizá dentro de unos años, pueda volver a abrazarle.
—la voz de María había cambiado, el nudo que sentía en su garganta no dejaba
que su voz saliera libre, esta salía entrecortadamente. Sin apenas quererlo, el
llanto se había apoderado de su alma y brotaba con fuerza, alimentando una
esperanza que deseaba mantener viva, y buscando una excusa para seguir con su
sueño, continuó.—Lo que pasa madre, es que Gonzalo no tiene dinero, no tiene nada, lo ha perdido
todo y no puede volver. Eso, es lo que ha pasado. Él está vivo, madre, y he de buscarlo.
—María…
—María no, madre.
He de ir a buscarlo, tenemos que encontrarlo. Ahora lo veo claro.
—¡María, por Dios!—gritó
para que María reaccionara—¡Esto no es lo mismo!
—María —interrumpió
Severiano, llamando la atención de la muchacha y haciendo que esta le mirara
fijamente.
—Usted no se meta
en esto. Es el culpable de que mi hija esté así.
—Ahora me hablas
de usted.
—No te metas
entre mi hija y yo.
Severiano no hizo
el menor caso, y continuó
—María, hija, mírame.
La muchacha
obedeció.
—Explícame que
pasó con tu esposo.
La muchacha
explicó lo sucedido. Severiano continuó diciendo.
—Si lo que quieres,
para quedarte más tranquila es buscar a tu esposo, yo pongo a tu disposición
todo lo que tengo.
Emilia intervino,
inmediatamente.
—Mi hija, no necesita
nada. Y no quiero que aliente falsas ilusiones a mi hija—miró a María, y con
sentida aflicción dijo —María, mi amor—le acarició el rostro—siento lo que voy
a decirte, pero Gonzalo ya no está cariño. Tienes que hacerte a la idea.
La muchacha,
cerró sus ojos, dejando escapar su llanto, no pudo hablar, el dolor era más
fuerte que ella. Sabía que lo que su madre le decía era la dura realidad.
Instintivamente miró a Severiano, él la miraba en silencio. María comprendió
que en aquel momento, no podía continuar, todo aquel recuerdo le afectaba muchísimo,
pero sabía que él, Severiano, era la prueba que ella necesitaba para aferrarse
a una pequeña esperanza, tan pequeña como su hija, pero que la necesitaba tanto
como la vida misma.
Severiano,
comprendió que lo mejor sería marchar en aquel momento, pero no marcharía de la
vida de su hija, ahora sabía de qué hilo tirar y aprovecharía esa esperanza de
la que le hablaba su hija, para poder hacer lo que con tantas ganas había
venido a buscar.
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