CAPITULO 28- LA FIESTA DE BIENVENIDA
La casa de comidas permanecía cerrada a los parroquianos.
Todos habían bajado para celebrar la llegada de Tristán, “el cubano” como le
llamaban muchos vecinos de Puente Viejo.
La familia esperaba la llegada del muchacho con impaciencia,
todo tenía que salir a la perfección, no podía sospechar que es lo que estaban
tramando, o que es lo que sospechaban de él por el motivo que le había llevado
a Puente Viejo.
Alfonso se sentía intranquilo, hacía días que quería
plantear una cuestión que le quemaba en sus entrañas. Por eso, sin tardar un
minuto más, se aproximó a Emilia y le dijo en voz queda.
—Emilia, podríamos aprovechar para hablar con María.
—¿Hablar de qué? —preguntó extrañada, mientras continuaba
decorando la mesa.
Él cogió a su mujer con delicadeza y tiró de su brazo,
llevándola hacia uno de los rincones del restaurante.
—Deberíamos aprovechar para hablar de Severiano.
Emilia le miró aturdida.
—Sí, no me mires así —continuó Alfonso—Sería conveniente
hablar con ella.
—Pero Alfonso no creo que ahora sea el momento propicio de
tal explicación, y de tan enormidad.
Él miró de soslayo a su hija, que permanecía sentada junto a
Aurora con Esperanza en sus faldas. Se la veía entregada a su hija, y
entretenida con la conversación de su prima. Alfonso recapacitó y respondió
sumiso.
—Está bien, pero no quiero dejar pasar más tiempo, ya te
dije que si los Mirañar ven a Severiano, le irán con el chisme a María y puede
que le afecte en gordo, y más si
nosotros no le decimos nada al respecto, se puede sentir engañada por nuestro silencio.
—No te preocupes Alfonso, te prometo que haremos un poder
para tener esa conversación—Emilia miró los dulces ojos de Alfonso, y sonrió
mientras alargaba su mano para acariciar su mejilla.
En aquel momento, el padre Anselmo que también asistía a la
velada, entró dando aviso de la llegada del muchacho.
—Ya llega, he visto como entraba en la plaza.
Todos se pusieron en posición, esperando dar una bienvenida
a Leonardo.
Aurora buscó los ojos de María y esta respiró profundamente.
Ambas se incorporaron de sus sillas y miraron a Emilia. La mujer movió su cabeza
asintiendo y cerrando sus ojos les dio templanza.
Por fin Leonardo llegó. El asombro por encontrar a todos
allí reunidos le confundió. No esperaba aquel recibimiento, todos le recibieron
con alegría y él se quedó quieto tras cruzar el umbral.
Emilia se aproximó al muchacho.
—Ven pasa Tristán, no te quedes ahí. ¡Te estábamos esperando!
Él, miró a todos los presentes y avanzó despacio junto a
Emilia. Esta le llevó a un lugar privilegiado en la mesa y todos se apremiaron
a ocupar el suyo, menos Aurora que en vez de quedarse en su lugar, se aproximó hasta llegar junto a él.
—Bueno, pues si la montaña no va a Mahoma, Mahoma irá a la
montaña.
Leonardo la miró al oír aquellas palabras.
—No me mires así, Tristán, me presento,
soy Aurora… tu hermana.
Él ocultando su sorpresa intentó sonreír, afablemente. María
le miraba desde su posición, intentando buscar en cada mirada, en cada
movimiento algo que pudiera desvelar algún secreto. Algo que les quisiera
ocultar.
Leonardo no supo que decir y fue Aurora la que continuó
hablando.
—¿No me vas a dar un abrazo?
—Disculpa, hermana. Es que...
—¿Es que…que? ¿Acaso allá de dónde vienes no abrazáis a la
familia?
—Sí, pues claro que sí. Lo que no me esperaba este
recibimiento, y no he podido evitar pensar en Martín… nuestro hermano.
Ante aquellas palabras, todos guardaron un pesado silencio.
—Si, por supuesto—dijo Aurora inquieta— Yo me acuerdo de él
en todo momento.
—Pero bueno,—interrumpió Emilia que se había dado cuenta de
la inquietud de Aurora y de la tristeza que se apoderaba de la estancia.—
después ya hablaréis largo y tendido, ahora vamos a sentarnos y a comer que las
codornices se enfrían.
Leonardo reaccionó y respondió contundente.
—No.
—¿No?—preguntó desconcertada Emilia, mirando a Aurora. Esta
también estaba alterada por aquella respuesta. Leonardo continuó.
—No, sin antes darle un abrazo a mi querida hermanita—todos
sonrieron aliviados— Ven aquí.
Leonardo abrió sus brazos para arropar a Aurora. Ella se dejó abrazar, pero al encontrarse pegada
a él, sintió como un helado frio le subía de los pies a la cabeza. El abrazo de
Leonardo le erizó todo el bello, como si su sangre borboteara y su cuerpo rechazara
aquella cercanía, y aquel contacto con su piel.
Instantes después se separaron y ambos se sentaron a la mesa
y todos los comensales departieron durante la cena, hablaron de cosas banales,
comentarios sin importancia, nadie quería profundizar, hasta que María
preguntó.
—Y dinos Tristán. ¿Cómo supiste que la casona era la casa de
Francisca Montenegro, y que esta era tu abuela? No recuerdo que te comentáramos
nada de ella en las cartas.
Leonardo miró fijamente a María. La muchacha tenía sus
hermosos ojos clavados en él. Rápidamente reaccionó.
—Muy fácil cuñada. Quien no conoce a Francisca Montenegro en
cientos de Kilómetros a la redonda. En cuanto llegué, pregunté por la familia
del capitán Tristán Castro, me dieron indicaciones de la Casona.
—Y porque no viniste directamente a nosotros—intervino
Aurora—a tu casa, la casa de tus hermanos, al Jaral, ya que era el remitente de
las misivas que te habíamos enviado.
Leonardo volvió su rostro buscando el de Aurora y clavó su
afilada mirada sobre la muchacha. Se sentía incómodo con esas preguntas y presentía en lo más profundo de su ser, que
algo no iba bien, ¿acaso aquellas gentes sabían algo que se le había pasado por
alto?
Era imposible, ya que a nadie había dado razón, nadie sabía
nada de él. A Leonardo se le habían activado todas las alertas. En aquel
momento recordó a Francisca Montenegro. Pero, no, ella no podía haberle
traicionado, ya que de ser así, todo el mundo sabría qué ella fue quien le
contrató para acabar con la vida de su nieto, todos sabrían la clase de arpía
era. Leonardo se dijo así mismo que no había motivo, no había razón para
aquella desazón. Así que más calmado pudo responder.
—Pues verás hermana. No pregunté por el Jaral porque imaginaba
lo que estaríais sufriendo tras la pérdida de mi hermano. ¿Cómo podía presentarme
sin avisar a su hogar? El lugar de dónde salió en mi busca y donde nunca más
podría regresar.
María se removió por dentro al recordar aquellos días que
vivió junto a él, una tristeza infinita se apoderó de ella enturbiando sus
recuerdos cuando estos la llevaron al viaje a Cuba. Todos en la casa de comidas
recordaron a Martín, su gallardía, su alegría, su predisposición a ayudar a
todo el que lo necesitara, su bondad. Todos los presentes de una manera u otra,
sintieron un gran vacío en su corazón. Leonardo que lo intuía, continuó
hablando.
—Por eso, creí mejor ir a casa de mi abuela, y una vez
establecido y con el aviso correspondiente, acercarme más tarde a saludar.
Entiende Aurora, que no sabía cómo
hacerlo para no causar dolor, ni a mi cuñada, ni… a ti misma, aunque—miró a
María— creo que mi presencia fue igual de inoportuna e irritante.
María le miró y Aurora intervino.
—Hiciste bien, hermano—y alzando la voz hablo a todos— Pero…vamos
a dejar de preguntarle tanto, y dejemos que disfrute de la velada.
Leonardo agradeció aquella intervención, se sentía
acorralado, no sabía porque sentía aquella sensación. Él estaba acostumbrado a
estar entre malhechores, entre hombres de mala ralea, pero aquellas preguntas
capciosas le empezaban a incomodar y no se sentía seguro ante la atenta miradas
de tantos espectadores, por eso decidió dar por finalizada la velada.
—Pues será en otra ocasión Aurora, te lo agradezco de
corazón, pero sintiéndolo mucho —Leonardo dejó su servilleta sobre la mesa y se
incorporó de la silla mirando su reloj de bolsillo—me tendrán que disculpar.
—¿Como, pero ya te vas muchacho?—preguntó don Anselmo—yo que
quería que me explicara sobre su país y sus gentes.
—Otro día será, don Anselmo, se lo prometo—respondió
educadamente.
—Si déjelo padre, se ve que está cansado, y hay más días que longanizas—dijo María intentando
mediar. —No te preocupes Tristán, ya nos contarás… porque—hizo una pausa y
preguntó— ¿has venido para quedarte, no?
Leonardo volvió a mirar a María, aquella pregunta le
impresionó.
—Pues, en principio no lo había pensado, pero ahora que os
he conocido…—le dijo mirándola profundamente a los ojos.
Ella le sonrió y con fingido turbación le dijo.
—Cuanto me alegro de que sea así.
Aurora que se dio cuenta de lo que pretendía su prima e
intervino.
—Por eso mismo Tristán. Ve a lo que tengas que hacer, tu
tranquilo que ya nos contarás—Aurora miró a su prima con el ceño fruncido y una
pregunta en su mirada. María ni se inmutó.
—Eso espero, tengo curiosidad por saber de allí—volvió a
comentar don Anselmo.
Leonardo rápidamente se despidió de todos los presentes, y en
la casa de comidas todos quedaron en silencio, con muchas preguntas en sus
mentes mientras miraban la estela de aquel supuesto Tristán.
A más ver.