27 de noviembre de 2014

RELATO- PASIÓN ROTA- EL RECUERDO DE MARÍA.




CAP 14- PASIÓN ROTA- EL RECUERDO DE MARÍA.


Los invitados se habían marchado, el servicio retiraba las bandejas con los restos de comida que había sobre las mesas. Don Guzmán todavía estaba charlando con unos cuantos rezagados en su despacho, al ver que Martín y Soledad se habían quedado solos, se acercó a ellos.

—Bueno, pues ya terminó.

—Ya era hora—respondió Martín, aflojándose la corbata.

Sol sonrió, mirándole de reojo.

—¿Es que acaso no te ha gustado la fiesta?—preguntó el hombre.

—Oh! Si claro, no se lo tome a mal, don Guzmán—respondió apurado— Lo decía porque…

—Lo decía porque ha sido el centro de atención, padre. Tanto de los caballeros como de las damas.

Don Guzmán sonrió.

—Bien pues, podéis ir a descansar si lo deseáis. Pero, Martín yo venía a decirte, si querías unirte a nosotros, ya que me quedaré un poco más con mis invitados—se acercó al muchacho y dijo en voz queda— vamos a jugar unas partidas de póker.

Martín con un gesto cansado, declinó su invitación.

—No, gracias don Guzmán, se lo agradezco, pero no es momento de jugar al póker, realmente estoy cansado de tanta conversación, ahora mismo necesito tranquilidad.

—Sí, padre, doy fe, lleva explicando lo del naufragio toda la noche.

—Está bien, como queráis. Entonces, hasta mañana.

—Hasta mañana padre—Sol se aproximó a su progenitor y alzándose de puntillas le besó en la mejilla.

—Que descanse don Guzmán—se despidió Martín.

El hombre, se dirigió hacia su despacho, y cerró la puerta tras él. Sol, giró sobre sí misma y miró a Martín.

—¿Quieres que salgamos a ver las estrellas? Es una noche preciosa, y así nos relajaremos para poder descansar. A veces, si uno está muy fatigado, le es más difícil conciliar el sueño.

Martín, la miró, en silencio.

—Anda, Martín, no te hagas de rogar.

Él, al ver aquella chispa en sus ojos no pudo negarse a sus deseos, sentía una mezcla se sensaciones, entre atracción, cariño, y gratitud.

—Está bien, pero solo unos minutos. Estoy muy cansado, de verdad, tengo los músculos engarrotados, de la tensión que me han hecho pasar todos aquellos invitados pudientes. Con gusto me hubiera ido corriendo.

—Lo sé—rio Sol—por eso es mejor que me acompañes, ya verás, no te arrepentirás.

—Está bien pues, vamos—dijo él.

—Pero…—Sol, se digirió hacia una mesa del salón— No sin antes llevaremos una botella de ron, para tomarnos unas copitas—propuso la muchacha, con voz queda guiñándole un ojo.

Martín la miró sorprendido.

—¿Nos tomaremos? ¿Es que tú, piensas beber ron?—bromeó.

—Tu sígueme.—respondió mientras reía llena de vida. Sol, llevaba dos copas en una mano, mientras en la otra agarraba con fuerza la botella de ron—¿Vamos?

Martín, sonrió moviendo la cabeza, Sol era como una brisa de aire fresco, como una alegre muchachita inocente y feliz, y aunque él, continuaba analizando cada paso que daba, desde que encontró aquella bolsita, cuando miraba a la muchacha, su corazón le decía que aquella joven era incapaz de haber cometido tal engaño.

Caminó tras ella, en realidad quería evadirse de todo aquel recuerdo del naufragio que había estado repitiendo una y otra vez, durante toda la velada. Y pese a que Leonardo y su historia ocupaban gran parte de su pensamiento, en aquel momento, le apetecía descansar, reír, pasear, o simplemente conversar de cosas banales.

»Mañana será otro día»—pensó, y continuó caminando tras la muchacha, que correteaba delante de él.

Al salir al exterior, sintió como el calor de la noche se pegaba a su piel. Era un noche cálida que invitaba a disfrutar de aquel maravilloso espectáculo que formaban las chispeantes estrellas. Sorprendentemente Sol, no se había sentado en la butaca que momentos antes compartiera con Leonardo. La muchacha había bajado las blancas escaleras del porche y se dirigía hacia la explanada que quedaba un poco más alejada de la hacienda.

—¿A dónde vas?—gritó Martín.

—Tú sígueme. Te voy a llevar a un lugar que te va a encantar.

Él continuo caminado tras Sol, hasta que ella se paró.

—Mira el cielo. A que es bello—le dijo en cuanto sintió que estaba junto a ella.

Martín miró hacia el infinito. En aquel lugar, las estrellas eran tan copiosas que no dejaban resquicio alguno, entre unas y otras. Eran, como polvo de plata, formando dibujos abstractos llenos de pequeños resplandores, ofreciendo un espectáculo, inusual.

Sol, se dio cuenta de que Martín estaba absorto disfrutando de aquella visión tan cautivadora. Se sentó en el frondoso suelo y llenó las dos copas de ron, ofreciéndole una a Martín mientras le decía.

—Ven siéntate aquí junto a mí, y contemplemos en silencio esta maravilla de la naturaleza—él obedeció, y sorbió de la copa. Sol continuaba hablando—Cuando me siento triste, o sola, vengo a contemplar las estrellas.

—¿Acompañada por una botella de ron?—se chanceó  Martín, a la vez que volvía a sorber de aquel excelente ron, que esta vez sintió mucho más  fuerte, y tuvo que hacer grandes esfuerzos para tragar y evitar toser tras su deglución. Martín miró su copa con el ceño fruncido.

—¿Te burlas de mí?—preguntó  Sol, con fingida molestia.

—No, mujer, era chanza—Se disculpó. Y volviendo a mirar al infinito dijo—Desde luego es un precioso lugar. Nunca hubiera imaginado poder contemplar una visión tan maravillosa.

Sol respondió coqueta.

—Aquí, en cuba, hay muchas cosas maravillosas que puedes descubrir… si tú quieres, claro.

Martín la miró. Aquellos ojos azules relucían con el brillo de la luna llena.

—Ah sí… ¿cómo cuáles?—dijo siguiéndole el juego.

—Pues…por ejemplo… tenemos una cura infalible para el agotamiento.

—¿Infalible? —Soltó una carcajada—¿infalible cómo qué? ¿Una buena cama y unas horas de descanso? Eso creo que está en todas partes del mundo, no solo en Cuba.—dijo mientras cerraba los ojos moviendo la cabeza de un lado al otro. Realmente estaba más agotado de lo que imaginaba y ya era hora de retirarse a descansar.

Sol, le miró pícara, pero él no se dio cuenta de nada permanecía con los ojos cerrados, frotando sus fuertes hombros. De pronto ella dijo.

—¡Quítate la camisa!

Martín, la miró sorprendido, alzando las cejas, a la vez que sonreía por aquella ocurrencia.

—¿Qué quieres que me quite qué?

—La camisa, te he dicho que te quites la camisa. No te voy a hacer nada. Tan solo quiero darte un masaje para relajar tus músculos, ya te he dicho que teníamos un secreto infalible para el agotamiento. Deja y verás.

—Pero Sol como pretendes que…

Pero la muchacha ya le estaba desabrochando su camisa.

—Anda, no te hagas de rogar... Será un momento y luego nos vamos.

Sin darse cuenta, Sol había conseguido su propósito, le había desabrochado su camisa y permanecía esperando que Martín terminara el trabajo, mientras ella se situaba de rodillas detrás de él. Martín, se desabrochó los puños y se quitó la camisa como había pedido Sol.

—¿Contenta?

—Tu relájate y déjate llevar—acercándose a su oído, le susurró— Si cierras los ojos, sentirás como los músculos se van relajando y ya verás cómo te encontrarás mucho mejor.

—Está bien, a ver como se te dan esos masajes.

Tal como le había indicado la muchacha, cerró los ojos y se dejó hacer.

Las manos de Sol, empezaron a masajear su cuello una y otra vez, con cuidado, con mimo, bajando acompasadas por sus anchos hombros, y deslizándose por su fuerte espalda, dibujando sobre su piel, círculos que a él, le producían un gran placer. Martín se sentía a gusto y mucho más relajado. Sol, fue acariciando la espalda suavemente…, lentamente…, midiendo cada uno de sus gestos y controlando la presión de sus manos y sus dedos, quería que Martín se evadiera del mundo y que tan solo se concentrara en sus carias, que tan solo pensara en sus manos, que tan solo la sintiera a ella.

Él, empezó a sentir una mezcla de cálidas sensaciones. El aroma de la hierba húmeda de la noche, el sonido de los grillos, la calidez de la luna, mezclado con el perfume de Sol, le transportaba a un lugar muy lejano de allí, el ron que había tomado, mezclado con aquellas sensaciones le estimularon los sentidos, las cálidas manos que le acariciaban su piel, le hacían sentir chispas electrizantes de placer, consiguiendo que todo su cansancio fuera desvaneciéndose lentamente, llevándolo a un estado de embriaguez y gozo. Martín, no sentía nada a su alrededor, tan solo las manos de Sol, y una sensación de paz y de satisfacción se mezclaron en su interior.



De pronto, todo su cuerpo se irguió al sentir como los húmedos labios de Sol, se deslizaban con dulzura por su cuello, dando pequeños besos y suaves mordiscos, que le hicieron estremecer. Su largo cabello ensortijado, cayó como una cascada sobre su pecho desnudo, haciéndole sentir un escalofrío de placer. Los besos de Sol, fueron subiendo lentamente hasta llegar al óvulo de su oreja, dónde ella, presa de su pasión, volvió a mordisquear delicadamente, y empezó a juguetear con su lengua. Martín sintió su aliento, escuchó un suave gemido y notó su respirar. Un impulso hizo que dejara su posición y buscara sus labios para saciar aquel deseo incontrolado que había suscitado en él. De pronto, se encontraron el uno frente al otro. El resplandor de la luna iluminó el cabello de Sol, era tan bella. Martín la miró intentando perderse en sus ojos, ella deseosa de sus labios, esperaba ese beso tan anhelado. Él, cogió su rostro entre sus manos y la besó, el beso apasionado fue cada vez más profundo, dando paso, a un fluir de deseos incontrolados. La deseaba y la besaba como si no existiera un mañana. Sus manos buscaban sus cálidos cuerpos para saciar su frenesí, pero, cuando la noche fue presa de su pasión Martín sintió en su corazón un pellizco tan profundo como intenso, y entonces miles de imágenes brotaron en su mente, iban y venían a placer, hasta que todas ellas formaron la imagen nítida de una mujer, una mujer joven, morena, que le sonreía, y le besaba tan apasionadamente como lo estaba haciendo ahora. Una bellísima mujer que clavada en sus ojos le decía cuanto le amaba, una mujer que desde la distancia, asomaba por entre las sombras, para darse a conocer. En aquel momento, pudo verle el rostro. Martín, que había detenido en seco su desenfreno, se apartó de la muchacha como una exhalación, quedando arrodillado frente a ella, con la mirada perdida entre las sombras de la noche, buscando aquel rostro angelical.  Sol, sin comprender lo que le había sucedido, se incorporó quedando sentada junto al muchacho.

—¿Te pasa algo Martín?

Y su voz salió de su alma, subió por su pecho, para escapar por sus labios formando su nombre.

—¡María!

Sol, se quedó inmóvil, comprendiendo que Martín había recordado a alguien de su pasado. Posiblemente sería la mujer de la fotografía que había escondido junto a sus pertenencias. Un sentimiento de celos se apoderó de todo su ser. Él, que continuaba en la misma posición, miró a Sol, cogió su camisa y se incorporó mientras decía.

—No entiendo que es lo que ha podido suceder, no tiene sentido. Perdóname, ha sido un impulso, no pretendía…

Sol se incorporó, para sujetarle los brazos, quería volver a besarlo para poder sacar de su mente aquel recuerdo que con tanta virulencia había llegado a él.

—Pero Martín, no tienes que disculparte, ha sucedido, no tienes que pedir perdón—le decía mientras intentaba acariciar su rostro.

Él se apartó, mientras se ponía la camisa.

—Sol, por suerte nos hemos dado cuenta a tiempo.

—Dado cuenta a tiempo… ¿a tiempo de qué?

—De cometer un error—alzó la voz enojado con él mismo.

—¿Un error? Pero tus besos eran ciertos, los he sentido apasionados.

Martín negaba con la cabeza. Ella continuaba a su alrededor intentando que la mirara.

—Martín, por favor, ¿qué ha pasado para que me dejes así? ¿Quién es esa María que has nombrado? Martín, mírame por Dios.

—Lo siento Sol, no era mi intención hacerte sentir mal, de verdad que lo siento. Pero no puedo seguir con esto. Ha sido fruto del cansancio y del alcohol. Necesito estar solo, necesito pensar.

Martín dio media vuelta y caminó con rapidez hacia la hacienda, tal como le había dicho, necesitaba estar solo, necesitaba pensar. Quería llegar a su alcoba y mirar esas fotografías que tenía guardadas a buen recaudo. Aquella mujer que acababa de ver, sin duda alguna sería la mujer que estaba junto a él. Pensó en Leonardo, tenía que verle, él podría despejar muchas más incógnitas sobre su vida en España y sobre ese nombre. María, esa era ahora y siempre, aunque ahora no lo recordara, su prioridad.

—Pero... Martín. ¡A dónde vas! ¡Vuelve! ¡No me dejes aquí!

Pero Martín ya no la oía. Y Sol se quedó sola en la explanada, con una rabia infinita, que se acrecentaba al recordar el motivo de su abandono, el nombre que Martín había pronunciado con tanta devoción.

—Me las pagarás Martín Castro. A mí nadie me deja así. Siempre he conseguido todo lo que he querido, y tú no vas a ser una excepción—y arreglándose las ropas espetó— A Sol de Estrada y Menocal, nadie la abandona y menos por una mujer.

A más ver.


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